viernes, 30 de diciembre de 2011

Feliz Navidad

Una tenue luz despertó a María del letargo en el que andaba sumido. Sus bellos ojos azules se abrieron poco a poco, hasta que alcanzó a ver a la perfección una habitación en la que nunca antes había estado. ¿Dónde estaba? ¿Qué hacía allí? ¿Cómo había ido a  parar allí?  La habitación estaba completamente vacía, y la semipenumbra la convertía en un lugar sobrecogedor. No era capaz de ver nada más allá de la luz que irradiaba una bombilla colgada de un cable medio pelado en el centro de la alcoba que emitía destellos de forma intermitente, apagándose y encendiéndose sin previo aviso, dejando la habitación en la más completa de las oscuridades en intervalos de tiempo que le parecían eternos y que le causaban un profundo temor.

-¿Hay alguien ahí?-Gritó aterrorizada. No obtuvo mayor respuesta que el eco, seguido de un silencio espectral.

Sentía frío. Mucho frío. El aire, completamente helado, abrasaba sus pulmones, y el viento, gélido, pasaba por su garganta hiriéndola como si le estuvieran clavando miles y miles de puñales de hielo en su blanco cuello. Blanco, como la nieve. ¿Sería su corazón de la misma forma? El frío aterido causaba temblores en su pecho, mas, ¿temblaba por el frío, o por el miedo? Jamás había estado en esa situación, no obstante, algo había allí dentro que le llamaba la atención. Sentía que no estaba sola. Ese presentimiento, lejos de tranquilizarla, la aterraba aún más. Escuchaba pasos en la oscuridad. Ojos observándole. Ojos demoníacos. Ojos inyectados en sangre, rabiosos, que la miraban con odio. Ojos que, a cada mirada de aversión lanzada, sentía que le perforaban el alma. Un alma que, llena de pánico, comenzaba a sangrar miedo. Sentía cómo se le escapaba la vida muy poco a poco, sin embargo, sin saber por qué, una parte dentro de sí, se negaba a aceptar ese final. Tenía la esperanza de que alguien la escuchara. ¿Acaso no había nadie más en la habitación? ¿No era cierto su presentimiento?

-¿Hay alguien ahí? ¡Por favor! ¡Que alguien conteste!-Obtuvo la misma respuesta que antes. Silencio. Agónico silencio. Por sus mejillas, comenzaron a deslizarse lágrimas de la más infinita y amarga de las desesperaciones. Nada, ni nadie más que la tortuosa afasia respondía a sus gritos de socorro.

Intento, en vano, levantarse y buscar una salida de aquel sitio, sucio, mugriento, pero apenas consiguió dar unos pasos antes de sentir un obstáculo que impedía su esperanzador avance. En su tobillo derecho, casi dormido ya por las temperaturas glaciales de la habitación, desnudo por completo, colgaba una cadena gruesa y grisácea. Se agachó para intentar quitársela, pero las fuerzas le comenzaban a fallar. Fue entonces cuando escuchó unos pasos acercándose. No quería mirar. Sentía miedo. Mucho miedo. Por primera vez en su vida, sus ojos no querían elevarse para contemplar lo que pasaba, hasta que, su vista, anclada en un punto del suelo, alcanzó a ver unas botas completamente negras y, como movida por un resorte, su cuerpo se movió y se colocó de pie rápidamente, retrocediendo hasta chocar con la pared. Para su sorpresa, encontró a un hombre vestido de rojo, con larga barba blanca, y una sonrisa tranquilizadora

-¿Quién eres?-Preguntó. Nadie respondió. Volvió a formular la pregunta.- ¿Quién eres? ¡Contéstame, por favor!-Siguió sin obtener respuesta. Empezó a llorar nuevamente, y agachó la cabeza sobrecogida y como símbolo de impotencia. Hasta que, una voz, ronca y masculina, brotó como el agua brota de la fuente, mas, salió una voz amenazante y ello le hizo levantar la cabeza para contemplar la figura del Papa Noel que le miraba con una sonrisa satánica y un cuchillo largo en su mano derecha:
-Feliz Navidad, y próspero año nuevo.

El último recuerdo de María fue esa imagen del Papa Noel sonriendo. El último recuerdo de María fue en una sala, sucia y mugrienta cayendo de rodillas y sujetándose el cuello con ambas manos, mientras de su garganta salía un líquido rojo y caliente que la llenó por completo. El último recuerdo de María, fue ver su rostro desencajado y pálido en una hoja plateada con el filo manchado de sangre.

Para Ainhoa Alonso Chicharro.