lunes, 23 de abril de 2012

El lobo de Orleans

Dos ojos brillantes miraban todos y cada uno de los rincones de la penumbrosa catedral, aunque a aquel gigantesco animal parecía no importarle demasiado la falta de luz. Sólo la claridad de la luna, penetrando por las diversas ventanas del lugar sacro hacían que aquel sitio no se quedase a oscuras en su totalidad, dándole aspecto de una iglesia tétrica y fría.

Allí dentro se podía respirar el miedo. Se podían escuchar pasos y voces hacia ninguna parte, buscándole. Se dejaban ver algunas antorchas pasando de un lado para otro. Veloces. Agarradas por hombres esbeltos que portaban consigo la indumentaria militar típica de los gallardos caballeros medievales. 

-¿Está por ahí?-Gritó uno.
-No, por aquí no está. ¡Busquemos por la sacristía y el altar! ¡Vamos!-Gritó otro. 

Pasos que lo perseguían. Pasos que no darían con él nunca. En un rincón de la catedral, el lobo se relamía y mostraba su sonrisa maléfica. Se movía con el sigilo de los espíritus, y su presencia no dejaba pista alguna para perseguirlo. Parecía que estuviera cazando, esperando una presa que asesinar con sus colmillos afilados. Un miembro que desgarrar. Sangre que sentir cayendo por su garganta, inundando su paladar. Pero no. El lobo no buscaba hoy saciar su sed de sangre. Sus objetivos eran distintos. 

Se encaminó por una escalera larga. Los soldados aún proferían gritos, órdenes de búsqueda, carreras de un lado a otro, peinando cada nave de la catedral sin encontrar al animal. 

Sigiloso, subió las escaleras que daban al alminar, allí donde se encontraban las campanas. No escuchó pasos a su espalda. Nadie le seguía. Nadie sabía que estaba allí. 

Soplaba el viento con fuerza en la torre de la catedral. Llovía con violencia y sus gotas se estrellaban en las campanas. Todo un pueblo cuchicheaba a los pies del santo lugar, en una plaza mayor tomada por los soldados que corrían de un lado para otro comunicándose cosas, controlando a la bulliciosa población.

-Mi señor, esta noche es rara. ¡Mirad como luce la luna y la lluvia tan fuerte que cae! ¡Es obra del demonio, sin duda alguna!-gritaba un joven clérigo-¡Y la culpa de todo la tiene ese lobo, símbolo del mal, que se ha adentrado en mi catedral! ¡El final de los tiempos se acerca! ¡Lo dicen las Sagradas Escrituras! ¡La bestia será liberada! ¡Mirad los presagios!
-Jean, no hay que ponerse así por unos años de malas cosechas.-Intentó tranquilizarlo el noble.-Seguro que hay una explicación razonable para todo lo que está pasando. 
-¿Una explicación razonable, mi señor? ¿Qué veis de razonable que un monstruo marino se haya dejado ver en las costas de las Galias? ¿Y qué me decís de las crónicas de Glaber en la Borgoña? ¡Un dragón surcó los cielos, mi señor! ¡Un dragón voló sobre la Borgoña! ¿Y qué me decís de las calamidades que pasamos? ¡Hambrunas, epidemias, miseria! El mal ha tomado el corazón de los hombres. Los ejércitos del Anticristo están aquí. ¡Mirad cómo destrozan nuestras aldeas esos magiares! ¿Y esas poblaciones a las que llaman húngaros? ¿Qué me decís? ¡Son paganos! ¡Veneran al diablo y celebran cultos contra nuestro Señor Jesucristo! ¡Por favor, mi señor! ¿No lo veis? ¡La población está aterrorizada!
-Calmaos, noble Jean, soy consciente de los apuros en los que estamos metidos. Dios proveerá, estoy seguro. Buscaremos una solución y...
-¡Santa María! ¡Señor! ¡Mirad, arriba, en el campanario!-Una mueca de terror se apoderó del clérigo mientras señalaba hacia la torre de la catedral. 

El lobo miraba espectante aquel episodio de terror. El panorama le resultaba excitante. Un grito le llamó la atención. Una figura en la plaza señalaba hacia el lugar en el que se encontraba. Un relámpago tras de si iluminó su figura, extendiendo su sombra por toda la plaza. Profirió un aullido de victoria que retumbó en toda Orleans. La población enmudeció mientras miraba con horror al lobo pasearse con parsimonia sobre la torre. Caminaba lentamente, saboreando el momento, para, segundos más tarde, agarrar con sus dientes una cuerda y tirar de ella. Las campanas de la catedral sonaron con el estruendo de los truenos. 

El pueblo de Orleans comenzó a gritar aterrorizado. Corría de un lado para otro buscando algún lugar en el que esconderse de la vista del Maligno. Algunos se arrodillaban y lanzaban oraciones al cielo. Gritos de misericordia respondidos por la lluvia. Los ladrones saqueaban los comercios ahora que no había nadie para atenderlos. El caos había tomado la ciudad. Los soldados se lanzaron contra la población intentando controlarla, mientras el noble comenzó a correr hacia la entrada de la catedral.

Subía como una gacela los escalones de la torre. Corría, como si el mismo diablo le azotara con su látigo. Llevaba la espada en la mano, preparado para lo que pudiera ocurrir. Llegó a la parte de arriba. No había nada. Sólo se veía a la población correr y a los soldados conteniéndolos. Suspiró. ¿Habría bajado ya el lobo? No lo sabía. Se apoyó en su espada unos segundos, a espera de recuperar el aliento antes de volver a bajar cuando escuchó tras de sí un gruñido. Se giró inmediatamente. Dos ojos amarillentos le miraban desde el lado opuesto al que se encontraba. La oscuridad camuflaba su pelaje negro. El noble se puso en guardia inmediatamente a espera de que el animal atacase. Se alejó lentamente del borde de la torre mientras se dirigía a las escaleras, donde estaría más resguardado de cualquier golpe que le hiciera caer al vacío. El lobo mostró sus dientes. Gruñía. Rugía mientras avanzaba hacia el señor de Orleans. Se paró en seco durante unos segundos, mientras estudiaba cuidadosamente a su rival. El noble pareció relajarse. Bajó la espada. El lobo no estaba por la labor de atacar. Seguramente estaría cansado. En esos pensamientos andaba enfrascado cuando sintió un fuerte dolor en el hombro izquierdo y el impulso de un golpe le hizo precipitarse hacia atrás, rodando por las escaleras hasta dar con un rellano. El lobo se había lanzado contra él y le había propinado un fuerte mordisco. Consiguió ponerse en pie mientras se presionaba fuerte en el hombro para aliviar el dolor. Miraba por la escalera. El lobo descendía con sigilo y lentitud. Volvió a mirarlo unos escalones más hacia arriba. Sus dientes, su boca... estaban llenas de sangre. De su sangre. No espero. Con rabia descargó su espada contra el animal, que logró esquivarlo y abalanzarse, de nuevo, sobre él. Cayeron los dos rodando varios peldaños más hasta dar con el siguiente rellano. La espada, en cambio, quedó tendida en el rellano anterior al golpe. El noble no lo dudó. Agarró su daga y, sin tan siquiera pensarlo, se la clavó al animal en el pecho. Estaba muerto. Se quedó observando durante varios segundos al hermoso ejemplar que había asesinado. Era un lobo fuerte, de un pelaje negro brillante. 

El señor de Orleans se sintió mareado. Necesitaba aire. Se ahogaba allí dentro. Con paso firme, sujetándose el hombro herido, logró subir las escaleras una vez más. El panorama que se observaba en Orleans era más tranquilo ahora. La gente parecía calmada, pero no había dejado de llover. Se apoyó en una de las paredes del campanario y se dedicó a ver la ciudad, respirando fuerte, tranquilizándose. 

Unos pasos metálicos se escuchaban por la escalera que daba al campanario. El noble se giró de inmediato para ver el rostro de quien perturbaba su descanso. Una luz se dejó ver en las paredes de la torre, y, tras ella, surgió un soldado, portador de una antorcha. Su rostro, pálido, reflejaba consternación. Era la viva imagen del miedo. 

-Mi señor... señor de Orleans... traigo malas nuevas.
-Habla soldado, os escucho. 
-El Cristo crucificado del monasterio mi señor...-el soldado bajó la cabeza y trago saliva. Se veía incapaz de seguir.
-¿Sí? ¿Qué ocurre hijo? ¡Habla, vamos!

El soldado elevó la vista y clavo sus ojos en los del señor de Orleans.

-Mi señor... el Cristo del monasterio... está llorando sangre.

Dedicado al Día del Libro. Basado en las crónicas del monje Raúl Glaber. Todo lo que se cuenta aquí es, en su mayoría ficticio. Las crónicas de Raúl Glaber recogen que en Orleans se divisó a un lobo tocando las campanas en la catedral, símbolo del mal. También queda recogido el relato del dragón sobre Borgoña y el monstruo marino, que resultó ser una ballena enorme. Lo del Cristo llorando, también queda recogido, aunque, para darle mayor dramatismo, se decidió que el Cristo llorara sangre. Las epidemias, las hambrunas, y el ataque de sarracenos, magiares (vikingos) y húngares también es cierto y forman parte del contexto histórico de las segundas invasiones en Europa. El resto de la historia, es pura invención.

Dedicado a mis lectores. Gracias. Feliz Día del Libro. Disfrutadlo. 

jueves, 12 de abril de 2012

Rima XI

Eres tú del día la portentosa
Estrella roja y brillante,
Y de la noche la pálida luna
Que sola tiembla al contemplarte.

Eres tú del sediento el agua fresca
Que al beber calma su sed,
Y eres del enamorado el fuego
Que te ansia con todo su ser.

Tú eres en la tormenta el fuerte trueno
Que el silencio rompe,
Y eres el fugaz rayo que en la noche
Penumbrosa al beso responde.

Eres tú del mar las frágiles olas
Que a morir van a las costas,
Y eres del gran océano la vida
Que en profundo silencio brota.

Eres tú del oscuro universo
Esa luz tenue y serena,
Y de la celestial corte de Dios
Canto que del Arcángel suena.

Eres tú de los árboles el fruto
Que anuncia la primavera,
Y eres el manantial de las montañas
Que alegre cae, y feliz resuena.

Eres tú de la Tierra el verde prado
Que en mayo la vida llena,
Y eres la vida alevosa y alegre
Que las flores de mayo llevan.

Eres tú de la bóveda celeste
Lo que divino supone,
Y eres tú del inmenso orbe humano
Lo infinito, el horizonte.

Tú lo eres todo, y en mi alma
Eres del amor el dolor forjado,
El dulce suspiro agónico
En la mirada del enamorado.

Dedicado a Loli Soriano Aguirre y a María Rodríguez López.