domingo, 2 de diciembre de 2012

The Slenderman

Tristán corría por el bosque sin mayor luz que la de una linterna. Se había perdido por el bosque y era de noche. La luz artificial apenas alcanzaba para iluminar un par de metros más allá de su posición. Miles de ojos le observaban entre la oscuridad, entre la niebla. Se sentía verdaderamente perseguido a pesar de que las miradas que se clavaban en él no eran más que la de animales curiosos, pequeños roedores que se habían sentido atraídos ya fuese por la luz, o ya fuese por la rara presencia de un niño humano de no más de once años. Tiritaba de frío y de terror. La noche invernal se cernía sobre su cabeza y el abrigo rojo que llevaba no era suficiente para aplacar las bajas temperaturas que le calaban los huesos. De su boca salía un vaho que se confundía con la niebla. No veía más que árboles. Árboles y más árboles. Árboles y más árboles. Ahora pensaba en las palabras de su madre -no te alejes mucho, que puedes perderte y no te vamos a buscar.-Decía con una sonrisa. ¿Qué debían estar haciendo sus padres ahora? Se imaginaba a su madre llorando desconsolada en el coche mientras su padre la abrazaba y le mentía diciéndole que todo iba a salir bien. 

Un aullido salió de boca de un lobo. Se oyó bastante lejano, pero Tristán ya se hacía la idea de que esa noche moriría bajo las fauces de alguna de aquellas bestias salvajes. Miraba hacia ambos lados desconcertado, buscando alguna pista que le llevase por el buen camino, pero todo le parecía igual. Los ojos seguían centelleando en la oscuridad, el miedo seguía tomando el corazón del niño, y el frío helaba su garganta y sus pulmones ahogando los escasos gritos que daba.

Entonces comenzó a fallarle la linterna. Un sudor frío recorrió la frente de Tristán que comenzó a golpear con violencia la linterna.

-No, por favor, ahora no, ¡no me falles, por favor!

Echó un nuevo vistazo al bosque. La tenue luz lunar sólo dibujaba rostros maléficos y escenas terroríficas entre las ramas del bosque. Apenas iluminaba el suelo a causa de la niebla que lo envolvía absolutamente todo. Todo parecía ahora más oscuro que antes, y el miedo aumentó en el pecho de Tristán que seguía golpeando la linterna, ahora contra el suelo y de rodillas. Pareció volver a funcionar y, elevándose, iluminó al grupo de árboles que tenía delante cuando vio una silueta que le resultó familiar. Sintió cómo el aire le faltaba en los pulmones. Abrió y cerró los ojos. Allí no había nada. Se tranquilizó. El miedo parecía haberle traicionado. 

-No existes... sólo estás en mi imaginación. No existes, no existes... Sí... eso es... no existes.-Murmuraba.
-¿Estás seguro de ello, Tristán?

El chico se giró de inmediato y cayó al suelo de espaldas. La linterna se desplomó varios metros más allá de donde estaba y su rostro palideció. Ante sus ojos se alzaba la figura de un hombre enorme, delgado, pálido, con un traje de chaqueta negra y sin rostro.

-¡No existes! ¡Déjame! ¡Vete!
-¿Seguro? ¿Si no existiese podría hacer esto?-Una mano de aquel hombre agarró la linterna y la hizo añicos.-Parece que todo es más real ahora, ¿no?
-No existes, no existes.-Tristán se arrastraba por el suelo mirando al monstruo que tenía delante. Su voz era ronca, e irradiaba maldad. Una risa maléfica salió de su garganta.
-Estoy aquí por eso, Tristán, porque dices que no existo. Te has burlado de mí durante años, de las historias que contaban. No les has dado credibilidad y has ridiculizado a los niños que la vivieron, como tú, perdidos en un bosque. ¿Crees que no sé que te reías de ellos cuando visitaban al psicólogo porque tenían pesadillas conmigo? Lo sé todo, Tristán. Lo sé y lo he visto todo. 
-No eres más que un producto de mi imaginación...
-Sigue convenciéndote de que no existo, así le darás emoción al juego. ¿Sabes a qué me gusta jugar, Tristán?-El niño negó con la cabeza.-Al escondite. El que pierde muere, ¿qué te parece si jugamos un poco? Esta noche es perfecta para jugar.-Una risa maléfica salió del hombre.

El niño comenzó a correr por el bosque como si fuera una gacela. Esquivaba los árboles con agilidad y se desplazaba con una velocidad impropia. Aquello no podía estar sucediéndole. No... Aquel ser no podía existir, aquel ser con el que habían intentado asustarlo desde pequeño para que no se escondiera en los bosques, aquel ser del que tanto se había reído no podía ser real. 

-Así que quieres esconderte tú, ¿eh? Está bien... contaré hasta diez, Tristán, y después te buscaré, ¿de acuerdo?-Una nueva risa inundó el bosque de miedo. Los roedores que se habían mostrado curiosos ahora huían a sus madrigueras, y los búhos, ante expectantes volaban sobre la cabeza de Tristán buscando algún agujero en el que refugiarse.
-Uno.-Tristán continuó corriendo sin parar. La respiración era cada vez más dificultosa a causa del aire helado que se colaba por su nariz y hería los pulmones.
-Dos... Tres...-La figura de aquel monstruo parecía estar en todos lados por los que corría y su risa embotaba sus sentidos.
-Cuatro... Cinco...-Tristán alcanzó a ver una casa a lo lejos. Parecía abandonada, pero  se convenció de que allí estaría seguro.
-Seis... Siete...-Tristán abrió la puerta y la cerró con gran estruendo. Allí estaría a salvo. Se colocó bajo una ventana para poder ver lo que pasaba en el bosque.
-Ocho... Nueve... Diez... ¡Allá voy Tristán!-Una risa diabólica salió de su garganta y se coló por todas las ramas del bosque. 

El infante temblaba de miedo, pero algo dentro de sí le decía que allí dentro estaría seguro hasta que amaneciese. Miró por la ventana y vio acercarse la figura del hombre, pero éste pareció no percatarse de su presencia y continuó su marcha en dirección opuesta a la casa. Pasados unos minutos, Tristán se atrevió a levantarse y a inspeccionar. El monstruo no volvería, al menos, por el momento. 

La vivienda estaba completamente a oscuras. No había luces, ni velas, ni nada para iluminarla. Tristán suspiró y continuó su exploración. Todas las habitaciones estaban vacías y el mobiliario era escaso: una cama en una habitación, una armario en otra... decidió subir, con cuidado, los peldaños de una escalera que daban a una planta superior. Allí siguió su búsqueda y dio con un cuarto de baño sucio y mugriento, así como dos habitaciones más similares a las de abajo. Suspiró y miró al techo cuando encontró una nueva habitación. No se había percatado antes de su existencia porque la puerta estaba casi cerrada y no había reparado en tal detalle. Con su mano derecha empujó suavemente la puerta y ésta se abrió no sin un chirrido molestó. Tristán dio dos pasos y su sangre se heló. Su corazón, nervioso, se aceleró hasta el punto de asfixiarse por la velocidad a la que corría su linfa por las arterias. Sus miembros paralizados, sus labios morados, su piel pálida... sus ojos... presenciando aquel terrible espectáculo. Decenas de cuerpos en putrefacción, huesos varios, miembros esparcidos por toda la habitación convertían aquel lugar en un espectáculo infernal. Sintió cómo la bilis le subía por el esófago y le hervía la laringe. Se giró para salir de ahí inmediatamente.

-Parece que has encontrado a tus nuevos amigos, Tristán.-El monstruo estaba delante suya. Tristán tropezó y cayó justo encima de los cuerpos muertos que resultaron ser de niños.- ¿Qué te parece si te unes a ellos? ¡Eso te enseñará a no volverte a reír de Slenderman! 

Unos tentáculos salieron de la espalda del monstruo y penetraron por la boca del chico hasta llegar a la garganta. Comenzó a ahogarlo mientras lo sostenía con sus dos huesudas manos y sus frágiles brazos a un metro alzado del suelo.

-Ya no parece todo tan gracioso, ¿verdad, Tristán? ¿Qué te pasa? ¿Por qué no te ríes ahora? Te noto como ahogado...-La risa tomó toda la habitación mientras los ojos de Tristán se iban vidriando poco a poco. Movía sus pies buscando el suelo y trataba de liberarse de aquel monstruo. Varias lágrimas salieron de sus ojos mientras sentía cómo sus pulmones no recibían el oxígeno necesario para vivir, cómo su sangre comenzaba a fluir lentamente y, como de su corazón descendía la velocidad de sus latidos. Comenzó a cerrar los ojos cuando cayó al suelo y una bocanada de aire penetró por sus pulmones que se ensancharon. Comenzó a toser y a respirar con dificultad. Miró a su alrededor... no había cadáveres y Slenderman tampoco estaba allí. Se levantó y salió al bosque corriendo. Atravesó los árboles con la misma velocidad que antes mientras lloraba. Estaba vivo que no era poco. Su corazón se llenó de esperanza cuando vio, a lo lejos, dos luces y escuchó a dos personas gritando su nombre. Las voces le resultaron familiares.

-¡Mamá! ¡Papá! ¡Estoy aquí!-Tristán aceleró su marcha hasta caer en brazos de su madre que tiró la linterna al suelo y lo abrazó tiernamente.
-Creíamos que te habíamos perdido para siempre. Prométeme que nunca más te escaparás así, ¿de acuerdo?-Tristán asintió.

Su padre le cogió en brazos mientras se dirigían hacia el coche que estaba fuera del bosque, unos cientos de metros más hacia delante en línea recta. Tristán dedicó una última mirada a la arboleda y lo vio allí una última vez. Postrado de pie al lado de un árbol. Mirándolo sin ojos. Llamándolo sin boca. Respirando sin nariz. Riéndose sin garganta... Slenderman...