viernes, 17 de julio de 2015

Atardecer

Fotografía tomada por Ana Rasgado
Ven. Hoy te traigo un atardecer, pero necesito que guardes silencio. Acércate. Siéntate sobre las nubes, si quieres. No hagas ruido, podrías asustar al naranja y alterar su monótona peregrinación hacia el horizonte. No te muevas, no hables, no parpadees, no respires… sólo mira cómo llegan las sombras. Las siluetas de la vida ya se confunden. Las imágenes nítidas empiezan a volverse turbias, y los pájaros vuelan a sus nidos como si un halcón los persiguiera. Y mientras tanto nosotros, en la más absoluta de las inopias, continuamos haciendo dibujos y círculos sobre la tierra, sentados en cualquier rincón del mundo.

 Las hormigas contemplan nuestras figuras como si fuéramos verdaderos dioses, y tratan de descubrir qué significado tienen los trazos abstractos que escriben nuestros dedos. Cautivados también nosotros durante el crepúsculo, clavamos las pupilas en los jirones de algodón dulce que navegan sobre nuestras cabezas. Ahora somos nosotros los que tratamos de desentrañar los jeroglíficos que nos plantean; las hormigas que pretenden interpretar el mensaje divino, escrito con haces de luz que se cuelan por las ventanas del cielo, aunque, poco a poco, mientras se esconde, es él quien nos define a nosotros, quien nos describe y acaricia.