¿Quieres tenerme
preso? No importa:
Ven, y bésame; luego
suéltame en un páramo y dame total libertad.
Dame de beber de ti,
del pozo de la sed eterna: que no halle ningún gozo fuera de tus tentaciones.
Niégame tres veces
en un desierto de hielo.
No me mires, y
coloca sobre mi frente una corona de indiferencia;
Luego, lávate las
manos.
La ausencia de tus
labios restalla en mi espalda como si fuera un látigo.
¡Qué cruz!
Después de dejarme
hecho un Cristo, deja que te entregue mis amaneceres: así conseguirás que me
posean los demonios.
Mañana colócame una
mano en el pecho; resucita al muerto.
Acércate. Sonríe. Vuelve a besarme, y susúrrame al oído:
-¿Qué haces ahí
dormido, hereje? ¡Levántate y ama!