Mumu miraba por la ventana del hotel mientras Agustín se montaba en
el coche. Por su mejilla verde rodó una lágrima de espuma; afuera
nevaba. Sus alitas negras se apoyaban en el frío cristal,
contemplando al auto alejarse hacia la carretera.
-Se ha olvidado de mí.-Pensaba.-Se ha hecho mayor.
Con paso vacilante se dirigió hacia la misma cama en la que, la
noche anterior, había velado el dulce sueño de Agustín. La destapó
y se metió dentro. Allí el vacío se hizo más palpable que nunca.
La cama era demasiado grande para él y comprendió, entre sollozos,
que nunca más volvería a abrazarle.
El pequeño Agustín ya no necesitaba de ningún ángel guardián que
lo custodiase mientras dormía; pero Mumu siempre necesitó velar por
su sueño.