Mi
amor. Mi vida. Aún no te tengo entre mis brazos y ya comienzo a
quererte. A decir verdad, ni siquiera eres un proyecto. Solo emerges
de mis pensamientos muy de vez en cuando, pero no puedo evitar
imaginarte jugando, corriendo, sonriendo o tomándote un helado. Y
sin embargo, ¿sería lo suficiente mal padre como para arrancarte
del vacío y traerte al sufrimiento?
Tú
solo eres un pequeño ángel que planea allá, al otro lado, entre el
antes, el después y el ahora, ajeno a todo lo que sucede aquí. Pero
dime, ¿cómo podría quedarme tranquilo viéndote aquí, iniciando
tu marcha hacia un final absurdo e inevitable? ¿Qué haría si te
sucediera algo, si llegase el día en el que no viera aparecer tu
figura por la puerta nunca más? ¿Qué clase de bálsamo podría
curar semejante angustia y miseria? Te imagino postrado en una cama,
tosiendo, y se me encoge el pecho. No sé lo que tienes ni qué
remedio puedo proporcionarte para aliviar tu dolor, solo camino
pasillo arriba y pasillo abajo buscando respuestas en medio de un
bloqueo e ideas en bucle.
Pero
tampoco puedo evitar ser egoísta. No puedo dejar de verte en una
cuna, con los puñitos cerrados, el rostro sonrosado y tus ojos
clavados en los míos mientras sonríen tus encías; te veo girar la
cabeza con un casco azul y una bicicleta blanca mientras te alejas en
dirección al ocaso, calle arriba. “¡Mira, papá!”, me gritas.
“¡Sin manos!”. En las aceras hay naranjos en flor. Casas
encaladas custodian tu pasacalles.
Mi
amor, mi vida... ¿Qué hacer, qué decirte? Perdóname. Ahora mismo
solo alcanzo a pensarte y ya me dueles. Créeme que me angustia, que
sufro y padezco. El hecho de traerte aquí, a morder el ilustre
pecado de la existencia, ya me resulta insoportable. ¿Sería mejor
padre si te dejase allí, donde nunca pasa nada, en el vacío? Allí
jugaríamos sin temor; me enseñarías tus dibujos. “¡Anda, qué
bonito!”, exclamaría, aunque sólo fueran cuatro rayas azules
sobre un folio inmaculado. “Este eres tú”, respondes, señalando
con el dedo índice. Estás melleto. “Y esta es mamá”. Sales
corriendo a jugar con tus amigos a una plaza que está justo delante
de nuestra ventana.
Haríamos
allí todo lo que aquí me da miedo que hiciéramos. Supongo que no
tengo la seguridad de traerte. Te admito que me da pánico no ser un
buen referente para ti. Me daría miedo acabar pasándote todas mis
fobias y frustraciones, verte llorar por cualquier motivo o saber que
hay una posibilidad de que te marches antes que yo.
Mi
amor, mi vida...Espérame allí. Ámame. No importa que no te haya
visto antes. Te reconoceré porque en tus ojos no habrá sitio para
el odio y el rencor. En tus manos sostendrás un juguete y me mirarás
con curiosidad, con un brillo en los ojos. Y entonces yo lloraré.
“Te estaba esperando”. Dirás mientras me abrazas. “¡No
perdamos tiempo! ¡Vamos a jugar!”.