Lo siento. No me apetece sonreír ni poner buena cara.
Tampoco soy capaz de arrancar de mi pecho todo lo que me hace daño. No soy
capaz de que mi cabeza deje de rumiar. Quiero estar solo y en mi casa. O
paseando junto a la ría mientras escucho música. Pero quiero estar solo.
Perdóname. No quiero hacerte daño
ni hacerte sufrir. Pero es que no tengo ganas de nada. No es por ti y perdona
si te contesto mal. Siento si me muestro lacónico y taciturno. Pero no quiero
hablar.
Estoy aburrido y cansado. Pero mi
cansancio y mi aburrimiento no es el que dices que es. Es, más bien, algo
psicológico; de aquí, de la cabeza. Es una apatía mental. Es una incomprensión
hacia lo que me rodea. Es la sensación de que el mundo va demasiado deprisa
para mí. Y yo me veo más y más alejado de todo y de todos. Y a veces me siento
solo. Supongo que es normal.
Y no. Tampoco quiero hablar con
nadie de lo que me pasa. Ni siquiera sé lo que me pasa. Y tampoco sé qué lo
provoca. Así, aunque quisiera, no te lo podría contar. Y tampoco quiero hablar
de ello. Déjame en paz. Por favor.