viernes, 4 de marzo de 2011

El Impulso de la Tormenta Parte XII

El aura de aquella mujer era sencillamente atrayentes para el débil Alexander que se divertía mirándola fijamente a su cara como si fuera un juguete, una muñeca de porcelana, una flor de azucena entre sus vastas manos... ¡Cómo si su propio aliento pudiera desmenuzarla y no volverla a ver más! Pero... ¿Qué pasaría cuando llegase el amanecer? ¿se iría como otras tantas veces había pasado? ¿se quedaría con él para siempre y la proclamaría como su prometida? No lo sabía... de todas formas, para él, en ese preciso instante, no cabían preguntas y respuestas amargas. No. Todo era celestial, como si pisase los jardines del Edén, como si visitase un palacio cubierto de oro y mármol y el Sol nunca se pusiera en el horizonte, viviendo a cada segundo un intenso y eterno ocaso... Esa hermosa luz muriendo, agonizando, pero que nunca acaba de despuntar del todo, que nunca acaba de morir... ¡Era tal el cúmulo de sensaciones!...

Ángela no cesaba de mirarlo tampoco, mas, ella sabía de sobra que el amenecer llegaría de un momento a otro, que el crepúsculo volvería a alzarse y el Sol bañaría sus cabezas un día más, porque, sencillamente, quisieran, o no quisieran, era ley de vida, y era algo que tenían que vivir... ¡nunca un amanecer había dolido tanto! ¡nunca la luz del Sol había sido tan maldita!. Pero era su destino, mas... ¿qué debía hacer? ¿amargarse por el reciente futuro o disfrutar del momento?...

Él se acercó a ella y comenzó a hablarle de su época, de su familia, y a contarle anécdotas graciosas sobre su infancia:

-...Sí, y entonces cogí mi caballo, ¡Él que se había perdido!...-Ella sonrió. Su voz lo inundaba todo con su potencia. El tiempo se paraba para Ángela cada vez que éste hablaba y se quedaba contemplando cómo aquel desconocido había cautivado su corazón en cuestión de segundos y su voz, su penetrante y dulce voz, no dejaba de hechizarla.

Al acabar la historia, Ángela fue la que tomó el relevo del barón de Röcken con su melodiosa risa. Su carcajada era capaz de silenciar y dejar por los suelos el más idílico canto de las aves del cielo. Era como agua para el sediento, un trozo de Sol en un día frío, un soplo de aire fresco, una brisa, en un día caluroso de verano... ¡Era tal su risa! ¡Su bella risa! No podía contenerse ante aquél espectáculo sonoro, era demasiado para él.

Ambos corazones latían con infinita violencia con la sola presencia del otro, mas, Alexander era el que sentía más fieramente los impulsos de sus sentimientos. Deseaba tomarla, mirarla, abrazarla... ¡besarla! pero tenía tanto miedo... era tal el terror que sentía a hacerle daño que ni osaba mirarla directamente a los ojos, a su océano azul, como si su pecadora mirada pudiera destrozar tal rosa entre cardos. No, su corazón la ansiaba, pero su miedo lo retenía... pero no sabía que la propia Ángela también sentía lo mismo por él, salvo que su amargura era amyor: pronto tendría que irse, abandonarlo, dejarlo a su suerte en todo un mar de incertidumbre, de sentimientos tan honestos... nunca los había sentido, era la primera vez que ella lo sentía y se mostraba demasiado incauta ¿cómo reaccionar? ¿cómo decirle que lo quería? Era todo una amplia herida en su corazón, en su alma pura y casta....

Nunca supieron cuanto tiempo se llevaron aquella noche mirándose, riéndose, amándose... Porque el tiempo, para esas dos almas contradictorios se había detenido... Pero nada podía durar eternamente... Ella sintió un cosquilleo en el estómago y dirigió una mirada de terror hacia el cielo. Una luz se reflejó en sus ojos azules y en su blanco rostro. Cantó la alondra. Un haz de luz comenzaba a caer sobre sus cabezas... Se iniciaba el crepúsculo. Estaba amaneciendo...

1 comentario:

  1. Betikito!! como veo sigues con la historia El impulso de la Tormenta ^^ como se que te hace ilusion que te comente aquí estoy,, como puedes ver se cuando actualizas jajaja y me estoy poniendo al día con la historia =D sigue así ;)
    un besoo!!

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