jueves, 27 de septiembre de 2012

Ellos


  Escuchaba sus gemidos y sus gruñidos tras las puertas del cuarto de baño. Su indumentaria era la de una persona normal, pero sus rostros eran pálidos y deformes, sus labios morados, y sus pechos estaban carentes de toda vida. No había nada latiendo en ellos. Ni un simple pálpito de una humanidad pasada. Algo que les identificara. Algo que me identificara. No había nada. Sus caras eran iguales a los de mi padre, mi madre, mis amigos... pero ninguno parecía reconocerme, ni yo a ellos. Se habían convertido en monstruos carentes de toda noción y emoción, incapaces de distinguir entre el bien y el mal, guiados sólo por su instinto destructivo. No había cariño en sus miradas, ni amor, ni la dulzura que les había caracterizado. Tampoco odio, ni ira, ni rencor. Sus ojos eran, simplemente, cristales opacos incapaces de mostrar ningún sentimiento más allá de una muerte en vida. Eran verdaderos muertos vivientes.

La puerta estaba atrancada. Eso atrasaría su marcha sobre mí. Cogí el móvil y comencé a marcar números de mi agenda con la esperanza de que hubiera aún alguien como yo. Alguien con vida. Alguien que no estuviese controlado por algo invisible, capaz de arrancar la vida de las personas hasta convertirlas en seres monstruosos e indolentes sin corazón alguno. Sin cerebro, incapaces de razonar. ¿Qué había cambiado en ellos que los había vuelto tan despreciables? 

Apoyé mis manos sobre el lavabo intentando recobrar el aliento y poner en orden mis ideas, pero era imposible. El nerviosismo producido por el miedo impedían a mi corazón latir más despacio y a mis extremidades ser tan eficaces. Sólo pensaba en salir de allí. En sobrevivir al nuevo mundo que se avecinaba. Observé por la ventana. Varios de esos muertos corrían tras una mujer a la que dieron caza acorralándola en un rincón... ¡Es espantoso! La devoran como si fuera un trozo de carne sin más. Como si no fuera una persona... sus bocas, sus amenazantes bocas, lucen ahora llenas de sangre. La vida se apaga poco a poco en esa persona. Chillaba de terror y dolor, mientras ellos seguían devorándola poco a poco mientras su vida se apagaba muy lentamente. Me obligué a apartar la mirada de inmediato. No podía ver aquel espectáculo tan lamentable, y, a pesar de querer ayudarla, en lo más profundo de mi corazón, sabía que hacía lo más sensato. Si hubiera bajado, me habrían cogido, y ahora habría dos cadáveres más. Aún así, me sentía tremendamente mal. ¿Qué habría hecho otra persona en mi lugar? ¿Debía haberle prestado auxilio? ¿Era la razón la que había impedido llamar la atención de aquellos seres, o había sido un acto de cobardía? ¡Ah! ¡Demasiados juicios morales! ¡Demasiadas contradicciones internas ahora!-Has hecho lo correcto.-Me decía a mí mismo.-Ahora sólo queda pelear por tu vida.-Intentaba autoconvencerme de que había obrado bien a pesar de todos los dilemas morales que tenía encima.

Seguí marcando números una y otra vez. Nada. Ni una simple respuesta. Me giré y miré a la puerta. Ya estaban ahí. Escuchaba sus gemidos perfectamente. Sus gruñidos. Como si quisieran comunicarse pero no pudieran articular una simple palabra. Un golpe se escuchó tras la puerta. Otro más. Y otro. Y así sucesivamente, con mayor violencia y sin interrumpirse. Eran varios brazos los que golpeaban la madera que nos separaba. Cedería de un momento a otro. Corrí hacia la ventana para comprobar si podía escapar por allí... pero ellos aún estaban ahí, devorando a su agónica presa. Los gritos tras la puerta aumentaron, así como la magnitud de los golpes, mucho más fuertes ahora. Miré la bañera. No me lo pensé dos veces. Abrí la cortina y me tumbé dentro, esperando a que Dios fuera el juez que determinase mi destino próximo. Corrí la cortina justo en el momento en el que la puerta comenzó a ceder y los muertos entraron en el cuarto. Eran un grupo de tres. Los reconocía perfectamente. Comencé a rezar para que no se percatasen de mi presencia. Caminaban muy lentamente. Se paseaban con una tensa tranquilidad por todo el baño, observando cada objeto como si fuese la primera vez que lo veían. Apreté los dientes con fuerza mientras un sudor frío corría por mi frente. Apenas me atrevía a respirar por miedo a que me descubriesen. Incluso tenía miedo de que escuchasen los latidos de mi corazón, como si el órgano vital fuese un martillo que golpease una plancha de hierro. Estaba realmente atemorizado. No me atrevía a mover un músculo... ni siquiera me atreví a mirar. 

Un grito se escuchó fuera. Los seres del cuarto de baño comenzaron a correr tras escuchar el sonido gutural procedente de la calle. La habitación volvía a estar sola. Me elevé poco a poco y salí de la ducha muy lentamente, sin hacer ruido, como un ágil felino. No había nadie. Un silencio sepulcral invadió toda la casa. Nada. Estaba todo en plena quietud. No se escuchaba nada más que el viento pasando por las ventanas rotas y algún que otro grito aislado muy lejano de donde me encontraba. No había mayor movimiento que las cortinas mecidas por la fría brisa. Me parecieron fantasmas. La sangre se me heló sólo de pensarlo, pero conseguí tranquilizarme... eran sólo eso: pensamientos. También pensé que la humanidad nunca llegaría a un holocausto de esta magnitud. Ya no sabía qué pensar. Todo lo sobrenatural me parecía posible. Todos los diablos me parecían posibles. Todo lo que ayer no tenía sentido, se convertía ahora en miedos que atenazarían el corazón de cualquier ser humano. 

Volví al lavabo. Allí estaba mi móvil. No tenía a nadie más a quien llamar. Suspiré y decidí despejarme un poco antes de salir de allí para no volver. Abrí el grifo para refrescarme el rostro con agua y alejar, así, los recuerdos que atormentaban mi alma y relajarme. Cogí un poco del líquido transparente y me lo eché sobre la cara. Suspiré y elevé mi rostro. Me vi en el espejo. Era diferente al resto. Era de lo poco que quedaba con vida en la Tierra. Probablemente fuera el único. No sabía nada. Estaba cansado. Todos los seres que quería, todos los seres que amaba... eran ahora como ellos. Estaba solo. Solo y desesperanzado, como un náufrago en mitad del océano aferrándose a una tabla como última posibilidad. El agua seguía corriendo. Decidí volver a echármela en la cara e irme después. Suspiré. El agua fría me despejaba, pero me hacía ver que esto era una triste realidad y no una mera pesadilla adolescente. No... aquello no era como una película... era verdad. 

Elevé mi rostro y palidecí. Tras de mí había tres de ellos. Reconocí el rostro de la chica que no socorrí. Estaba clavado en el espejo. Mirándome. Al lado suya, dos hombres tenían las fauces llenas de sangre y mostraban los dientes como lobos hambrientos. El móvil comenzó a sonar. La mujer gritó y sentí un tirón tras mis piernas. El móvil cayó justo delante mía, apenas a un centímetro de mis manos... podía llegar... casi... casi... pero un nuevo tirón me apartó de la esperanza. Intenté zafarme de su tenaz abrazo, alejarme de sus gritos, pero sus brazos eran más fuertes que los míos. La oscuridad me envolvió. Sentí unos colmillos clavándose en mi cuello y no pude reprimir un agónico aullido de dolor. Lo último que escuché tras el móvil fueron varios gritos que se iban acercando... antes de morir y pasar a ser uno de Ellos.

Basado e inspirado en el videoclip de Rayden
"Caminantes" perteneciente a la mixtape de Baghira Bloddy Halloween II.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Nerón Claudio

El emperador Nerón se había parado a descansar a los pies de un árbol. El sofocante calor de aquel atardecer del mes de junio le habían dejado exhausto. Necesitaba recobrar un poco de aire antes de proseguir su huida. Los pocos esclavos que había logrado traer consigo también descansaban a varios metros alejados del emperador.

Un hombre se le acercó sigilosamente portando una bota de agua de cuero marrón. Su cabello castaño y sus facciones fuertes y adultas dejaban ver una edad madura en él, pero un brillo en sus ojos negros atestiguaban un vigor propio de un adolescente. Su rostro aparentaba tranquilidad y serenidad, nada que ver con el nerviosismo y la inquietud que atenazaba el cuerpo del joven Nerón Claudio.

Miró el emperador al hombre y cogió la bota que éste le ofrecía bebiendo un largo trago de agua fresca.

-Epafrodito... he estado pensando en qué pasará si me cogen.-Comentó el princeps* mirando hacia el suelo. De una de las mangas de su toga sacó un estilete y se quedó mirando largo tiempo.
-¿Estáis pensado en el suicidio?
-Estoy pensando en el suicidio. Me busca demasiada gente. No puedo estar tranquilo. Primero está ese Sulpicio Galba, gobernador de la Tarraconense* al que han nombrado princeps, después Vitelio en el Rin, a quien también han nombrado jefe del principado, y también está Salvio Otón, proclamado por la guardia pretoriana.-Nerón cerró los ojos y suspiró. Miró al cielo un breve período de tiempo.-Otón... Marco Salvio Otón... mi amigo, ¿quién lo diría, Epafrodito? Nunca pensé que Otón se sublevaría contra mí... ¡contra un amigo!
-Sólo los dioses pueden saber qué pasa por la mente de los hombres para cometer tal traición, princeps. Sólo los dioses.
-Temo, Epafrodito, que los dioses me han abandonado hace mucho tiempo. Les he dedicado espectáculos en el anfiteatro, les he hecho los mejores sacrificios, ¿y cómo me lo pagan? ¡Me dan la espalda! ¿Por qué, Epafrodito? ¿Por qué?
-No lo sé, princeps. No lo sé. Los dioses son caprichosos.

Epafrodito miró el estilete. Nerón sudaba. Había cierta duda en su mirada...

 No. Nerón no deseaba acabar con su vida. Nerón se negaba a abandonar el mundo de los vivos a pesar de apuntar con el estilete hacia su pecho. Su voluntad de suicidio estaba meditada, pero su deseo de vivir chocaba violentamente con aquella extraña idea. Era demasiada la intensidad con la que Nerón apreciaba la vida, pero eso no pasó desapercibido para su secretario, que prosiguió su conversación con el princeps.

-Debéis de suicidaros, princeps. Así vuestra dignidad y vuestro honor permanecerán intactos. ¡A saber qué pretenden haceros esos bárbaros que se hacen llamar romanos! ¡Porque son bárbaros, princeps! Pero no temáis... vuestro séquito, vuestros acompañantes, os seguirán hasta la muerte. Se suicidarán por su dominus* y con su dominus. No os dejarán solo en esta batalla, princeps. No os dejarán. Su destino se selló cuando decidieron partir con el princeps de Roma, y sufrirán su mismo final.
-Dices la verdad, Epafrodito. Dices la verdad. No hallo mentira alguna en tus palabras. Creo que debo hacerlo, y lo haré. Ven, ¡ayúdame a levantarme! ¡Un princeps de Roma debe morir en pié, por Júpiter!

Epafrodito tendió una mano a Nerón quien la usó como apoyo para levantarse. El princeps de Roma, mirando al cielo, dirigió una dramática oración a los dioses, a quien confiaba su alma. Colocó el estilete sobre su esternón y miró a su secretario.

-Consagré toda mi vida al arte y la cultura. Tú fuiste testigo del amor que profesé por el arte. Ahora me doy cuenta de que la vida es un teatro lleno de actores. La vida es nuestra obra cumbre, Epafrodito. ¡La vida es arte! ¡Como los versos de Virgilio en su Eneida! ¡Como las comedias de Plauto! ¡La vida es un arte, y haré que este final sea digno de una tragedia griega del mismísimo Esquilo!

Nerón empujaba el estilete contra su pecho, pero la carne no cedía ante sus pretensiones. Su cara mostraba esfuerzo, y su mirada, clavada en el cielo, dudas. Pasaban los segundos, y el estilete seguía en el mismo sitio hasta que las temblorosas manos de Nerón apartaron el arma de él y sus ojos se quedaron fijos en Epafrodito.

-No puedo, Epafrodito... no puedo.
-Debéis hacerlo, princeps. Debéis hacerlo.

Epafrodito agarró las manos de Nerón y las colocó de nuevo en su posición anterior: la punta del estilete volvía a reposar sobre el pecho del emperador, pero éste no ejercía fuerza sobre el arma. Sus brazos estaban relajados y sus ojos miraban al suelo. Su rostro estaba rojo del esfuerzo anterior, del debate interno, de esa elección entre vivir huyendo como un delincuente, o morir como un emperador de Roma.

Alguien profirió un grito a lo lejos. Eran soldados enemigos, probablemente mandados por el propio Otón. Nerón miró a sus agresores, aún lejos de él, después, volvió a clavar su mirada en su secretario.

-No puedo, Epafrodito, no puedo... triste es éste final para un artista de mi talla.
-Debéis hacerlo. ¡Aprisa! ¡Se acercan y os han visto, por Júpiter!
-¡No puedo! ¡Ayúdame a morir, Epafrodito! ¡Ayúdame a morir!
-¡Debéis hacerlo sólo, princeps!
-¡Por Júpiter que no puedo! ¡Por favor, Epafrodito! ¡No tengo el valor suficiente! ¡Ayúdame a morir, por los dioses!

Epafrodito observó a los soldados. Uno de aquellos asesinos se había adelantado y estaba ya a poca distancia. Quedaba poco tiempo de reacción. Miró a Nerón. Sus ojos estaban ahora llenos de súplica. Clamaban ambos la misericordia del moribundo exigiendo el fin de su lenta agonía. Sabía que su princeps agonizaba a cada paso que daba el soldado hacia ellos.

-Epafrodito...
-Princeps... no puedo, os lo juro por los dioses.
-Por favor... no me dejes morir como un miserable esclavo, ¡soy princeps de Roma! ¡Merezco una muerte digna de tal! ¡Soy sucesor de César Augusto y de Cayo Julio César! ¡Soy hijo de dioses! ¡No puedo morir en manos de unos traidores!
-¿Preferís que os mate un liberto?
-¡Sólo os suplico ayuda! ¡Mirad, por hay viene!

El soldado se acercaba peligrosamente y profería gritos contra el "imperator" de Roma, dominador del mundo. Nerón empujaba cada vez más el estilete contra su pecho, pero no acababa de culminar su final apoteósico. Miraba a Epafrodito suplicando su ayuda.

-Epafrodito... por favor.-Su secretario negó con la cabeza, pero colocó su mano derecha en estilete. Miró al emperador por última vez.
-Sea tu voluntad, princeps.

Epafrodito presionó intensamente sobre el estilete hasta que acabó por hundirse en el pecho de Nerón y partir su esternón. La sangre comenzó a brotar a borbotones por la herida que le había causado mientras ayudaba a Nerón a recostarse sobre la hierba.

-¡Qué gran artista pierde el mundo!-Gritó Nerón mientras agonizaba.

Apenas tocó el césar el suelo cuando la vida ya había abandonado su cuerpo. Epafrodito le observó. Cerró sus ojos con lentitud y se levantó. Observó al soldado. Estaba quieto ante la escena que acababa de presenciar. Epafrodito volvió a mirar al emperador antes de marcharse.

-El mejor sin duda, princeps. El mejor comediante y el mejor actor que he visto nunca.

Epafrodito no perdió ni un segundo más. Con la ligereza de la gacela comenzó a correr en dirección contraria al soldado que reanudaba su carrera.

A pesar de que en ese instante sólo pensaba en correr para salvar su vida, no pudo evitar que sus últimos pensamientos fueran para Nerón Claudio César Augusto Germánico, princeps de Roma, amante del arte, y asesino infame.


*Princeps: Desde la etapa de Augusto hasta Diocleciano, el título que ostentaba el emperador era el de "princeps" (primer ciudadano), lo que dio lugar a "principado", la nueva forma de gobierno implantada por Augusto tras acabar con el anterior gobierno republicano.
*Tarraconense: región de la España romana.
*Dominus: señor.

Lo que se narra aquí tiene base real, según lo atestiguan historiadores como Tácito. Nerón murió el 9 de junio del año 68, acabando con él la dinastía imperial Julia-Claudia. Nerón huyó de Roma y murió de la forma en la que se describe, pero, debido a la ausencia del marco espacial en el que murió el emperador, se le ha dado este marco para aumentar el dramatismo de la escena que se describe. No debe tomarse todo lo que se escribe aquí como una verdad histórica incuestionable puesto que esto es un escrito y está hecho para divertir, mezclando la ficción y la realidad.