Bruno
estaba sentado sobre la silla de aquella lujosa habitación de un hotel de San
Francisco. Llevaba una camisa blanca remangada, una corbata ancha roja, y un
chaleco clásico negro, igual que los pantalones. Su pelo azabache y corto estaba
repeinado hacia un lado, y sus ojos castaños oscuros estaban posados y absortos
sobre un vaso de whisky que sujetaba con la mano derecha y que estaba apoyado
sobre la mesa. No había iluminación mayor que las luces que procedían de las
calles. Todo allí estaba en la más completa oscuridad y el más absoluto de los
silencios. Fuera sólo se escuchaban coches. Ni si quiera el triste graznido de
un ave. Aquella atmósfera le deprimía.
Suspiró
y se levantó, no sin antes beber un largo trago de su vaso. Se paseó por la
habitación dando vueltas en círculos
buscando algo con lo que entretenerse. Algo con lo que hacer desaparecer esa
extraña tensión que le sobrecogía y que le oprimía el pecho. Necesitaba
distraerse.
Reconoció
en la penumbra una especie de tocadiscos sobre un pequeño escritorio caoba.
Esparcidos a su alrededor había varios discos en vinilo de música jazz y blues.
Se aproximó a ellos y comenzó a leer y observar sus nombres detenidamente: King
Oliver, Eddie Condon, Duke Ellington… Los conocía a todos. Había tenido el
placer y el privilegio de saborear su música en varias ocasiones. Alzó el brazo
y acabó de beberse el último trago de whisky que quedaba. Ojeó de nuevo los
discos y escogió uno de Louis Armstrong que colocó habilidosamente sobre el
tocadiscos haciéndolo girar. Situó la punta del tocadiscos sobre el vinilo y se
dirigió a la mesa en la que había estado bebiendo anteriormente. Agarró con
fuerza una botella de contenido marrón y lo vertió cuidadosamente sobre su vaso
cuidando de que no se cayera una sola gota fuera del recipiente. La música
comenzó a sonar. Era un blues precioso. Lo había oído multitud de veces en pubs
y bares de New York y Chicago. Depositó la botella de nuevo sobre la mesa y
bebió un trago largo. Suspiró. y caminó hacia la ventana.
Esta
vez el vaso recaía sobre su mano izquierda. La mano derecha estaba apoyada en
el dintel de la ventana. Observó la ciudad. Era de noche, pero la ciudad no
parecía dormir. Desde allí podía ver el Golden Gate Bridge, construido hacía poco
tiempo, iluminado por las farolas y las luces que emanaban de los edificios. La
ciudad bullía de vida aún en horas de somnolencia. Bebió contemplando ese
hermoso paisaje urbano.
Notó
unos brazos cálidos y húmedos envolviéndole la cintura. Sintió después unos
labios recorriendo su cuello y miró de reojo hacia atrás. Era Giovannona, su
amante. Tenía puesta una bata blanca de terciopelo que parecía ser cara. Sus
ojos verdes centelleaban en la oscuridad como si fueran los de un gato
callejero y su pelo castaño y mojado caía con sensualidad por sus hombros.
Acababa de salir de la ducha.
-¿Ya
has acabado de ducharte?-Preguntó Bruno.
-Sí. Ya
he terminado.-Contestó. Paseó su dedo índice por el cuello de aquel fornido
hombre y éste pareció no sentirse a gusto. Apartó su mirada de la calle e
ignorando a Giovannona camino hacia el centro de la habitación. La puerta del
cuarto de baño estaba abierta y Bruno miró al suelo mientras bebía un breve
trago de su bebida.
-¿Qué
te pasa?-Preguntó Giovannona.-Estás distante hoy.
-No me
pasa nada.-Contestó Bruno de forma áspera. Sintió después las manos de su
amante posadas sobre sus caderas y notó cómo el corazón se el aceleraba.-Para…
por favor…
-¿Ya no
me encuentras atractiva? ¿Es eso, Bruno?-Aquella hermosa mujer se encontraba ahora
susurrando a su oído.
-No, no
es eso, Giovannona.
-¿Entonces?
-No sé
explicarte lo que me pasa exactamente.-Dijo mirando su vaso.
-Será
que has bebido demasiado.
-Será…
será... el alcohol nubla la mente del hombre.
La
mujer masajeo suavemente los hombros de su amante mientras éste notaba cómo sus
músculos se desataban y se relajaban poco a poco. Giovannona siempre había sido
sinónimo de felicidad y alegría para él, pero aquella noche era distinta a todas
las demás sin duda alguna. Sin previo aviso, sus manos dejaron de tocar los
hombros de Bruno y ésta se encaminó a una cama totalmente desecha. Conforme
avanzaba dejó caer la bata al suelo. Bruno se giró y contempló su cuerpo
desnudo mientras ella se tumbaba en la cama. Sonrió mientras daba un nuevo
trago de whisky. Conocía todas y cada una de las sensuales curvas de su bella
anatomía. Todas y cada una de sus debilidades. Giovannona también conocía las
suyas.
-Tendré
que irme a dormir. Ya veo que hoy no estás por la labor de complacer a una
dama.-Giovannona sonrió. Las sábanas cubrieron su cuerpo hasta la altura de su
pecho y le dio la espalda a Bruno. Escuchó los andares del hombre que se
aproximaba a ella lentamente. Sintió sus labios sobre su cuello y ésta se giró
para besar suavemente su boca y acariciar su pelo. El corazón parecía que iba a
estallarle en el pecho. Tenía el pulso acelerado.
-Voy al
baño un momento si me disculpas.-Un último beso cayó por la garganta de Bruno
mientras su amante miraba cómo se adentraba en el servicio aún con el vaso a
medio acabar en su mano. El blues seguía oyéndose de fondo.
Bruno
encendió las luces del servicio y se miró al espejo. No entendía cómo ni por
qué había llegado a ese extremo. No sabía siquiera cómo había llegado allí. No
se acordaba de casi nada. No se reconocía a sí mismo. Besar a Giovannona, a su
Giovannona ayer habría sido motivo de júbilo donde hoy apenas quedaba una
pasión gélida de un amor prohibido. Seguramente se debería a la propia
naturaleza de su visita. Bebió un trago de whisky para envalentonarse y volvió
a contemplar su reflejo. No veía vida en su rostro ojeroso. Apoyó ambas manos
sobre el borde del lavabo y agachó su cabeza abatido, buscando una respuesta a
todo aquello.- ¿Cómo he llegado a esto?-Se preguntaba. No entendía el origen de
su nerviosismo. Había hecho aquello decenas de veces. Tal vez sería porque, lo
que iba a hacer ahora, se lo iba a hacer a una persona que de verdad le amaba.
Una persona que, para él, había tenido una importancia capital en su vida,
había sido su punto de inflexión, su antes y su después. Sus ojos se posaron en
el reflejo de su cara demacrada. Suspiró y bebió lo que quedaba de whisky en su
vaso en dos sendos y largos y tragos. Dejó el vaso con fuerza sobre el lavabo
y, metiéndose una mano en el bolsillo derecho de su pantalón salió del cuarto
de baño.
Giovannona
le miraba impaciente sentada sobre la cama.
-Has
tardado mucho, ¿no crees?
-Demasiado
poco, créeme. Demasiado poco.-Contestó con tono melancólico.
Giovannona
dirigió su vista hacia la mano derecha de su amante. Sujetaba una pistola Star
de 7,65 milímetros.
-Ahora
lo entiendo todo.-Dijo levantándose de la cama y poniéndose la bata de nuevo.-
¿Quién lo manda?
-Don
Alessandro Cavaglieri.
-Entiendo.-Contestó
agachando la cabeza.
-No deberías
haber jugado con quien no debías, Giovannona. Tal vez las cosas hoy serían
distintas.-La voz de Bruno se volvió más trágica y triste.
-Tal
vez, Bruno, tal vez.-Giovannona se aproximó a él y le miró a los ojos mientras
sonreía.
-Perdóname.
-Estás
perdonado, amor mío. La culpa es mía. Como tú dices, no debí haber jugado con
quien no debía. Si aún me quieres, acabemos con esto.
Giovannona
agarró suavemente la cabeza de Bruno y comenzó a besar a su asesino tiernamente
en los labios. Disfrutaba de su último beso. Bruno no se atrevió a pararla.
Tampoco sintió la necesidad. Ése sería el último beso que daría a la persona
que más adoraba en el mundo. Mientras aún andaban fundidos en el beso, Bruno
elevó su mano derecha y puso el cañón de su pistola cerca de la sien de
Giovannona. Mientras la acariciaba y su corazón ardía de lujuria, contó hasta
tres en silencio y apretó el gatillo. Giovannona cayó al suelo totalmente
fulminada. Su arma humeaba. Todo había acabado. De la sien de su amante corría
un líquido rojo que se mezclaba con su pelo y caía al suelo manchando la
habitación con su sangre. El blues había acabado. Aún muerta en medio de la
habitación permanecía hermosa como una noche parisina.
Bruno
se puso su chaqueta negra, colocó su sombrero sobre su cabeza, y se vistió con
su gabardina gris oscuro. Antes de salir le dedicó una última mirada al único
amor que había tenido en la vida.
-Hasta
siempre, Giovannona.
Bruno
cerró la puerta de la habitación 134. Un camarero se aproximó hacía la
habitación portando varios platos de comida y una copa sobre una bandeja
plateada. Cuando se dispuso a abrir la puerta, Bruno le paró interponiendo su
brazo entre la puerta y el individuo trajeado.
-¿Es
para la señorita Della Victoria?
-Sí, me
ha pedido que le trajera la cena tarde y a su habitación, señor.
-Lamento
importunarle, buen hombre, pero la señorita Giovannona Della Victoria se
encontraba indispuesta y me ha pedido que le diga que cancele su cena. Ha
decidido acostarse. Tenía un fuerte dolor de cabeza. Puede marcharse.
-Vaya…Gracias
por avisarme, señor. Buenas noches.
-A
usted.-Dijo elevando un poco su sombrero en señal de agradecimiento.
El
camarero dio la media vuelta y desapareció por una de las esquinas del pasillo.
Bruno bajó las escaleras con tranquilidad y salió a la puerta de aquel hotel,
cerca del Golden Gate Bridge en la bulliciosa ciudad de San Francisco. Ya en la
calle sacó un puro de su gabardina y lo encendió con una cerilla que traía en
una cajita en su bolsillo izquierdo. Aspiró la primera bocanada de humo sin
disfrutarla. Ya no tenía a Giovannona a su lado para disfrutar del aroma de su
puro. Dirigió un último vistazo a la ventana que daba a la habitación 134.
Suspiró y su corazón se llenó de dolor. Había perdido lo que más amaba en el
mundo. Para siempre. La había matado con sus propias manos por capricho de don
Cavaglieri porque había desobedecido y deshonrado a la familia. Con esos
pensamientos y un hondo sentimiento de culpa se hundió en la oscuridad de las
calles de San Francisco mientras fumaba y deseaba no haber nacido para
presenciar aquella tragedia.-Giovannona.-Se repetía a sí mismo mientras negaba
con la cabeza. Bruno agachó su cabeza y continuó andando sumido en el silencio
de sus reflexiones mientras daba largas caladas a su puro pensando en qué haría
ahora, en todo lo que dejaba atrás… en todo lo que había perdido.