domingo, 23 de junio de 2013

Domingo sombrío

Hoy es un domingo triste. Miro por la ventana a la calle esperando, inútilmente, que vuelvas. Es algo que, tal vez, tengo asumido, pero que nunca aceptaré. No. No puedo pensar que ya no estás aquí, que tu retorno es imposible, que eras demasiado hermosa para este mundo, que Dios te quería junto con su corte celestial para ser un lucero más en el infinito firmamento.

Hoy es un domingo triste. Satanás te tenía envidia porque fuiste motivo de perdición para muchos, porque fuiste el precedente y la causa de mi descenso a la locura. Porque tu cuerpo se convirtió en el mayor sinónimo de pecado de mi universo, y el Ángel Caído no pudo soportar que una nueva reina le arrebatase su trono.

Hoy es un domingo triste. Me di cuenta de que todo es un mal sueño. Todo cuanto nos rodea. Todas las ilusiones son falsas. No hay un mañana que nos redima. Sólo existe el hoy, y para ti se acabó. Para mí se acabó.

Hoy es un domingo triste. Desde que te vi metida en el ataúd en tu funeral supe que había un solo cadáver, pero dos corazones habían dejado de latir. Uno estaba destinado a dormir para siempre. El otro a seguir cabalgando entre tempestades imperecederas a espera de reunirse contigo allá donde estés.

Hoy es un domingo triste. ¿Por qué te fuiste tan pronto? ¿Por qué me has dejado solo? Ya no oiré tu voz. No. Se me ha privado de ese privilegio tan pronto... ¿Me dejarías que te llevase flores? Te llevaré lirios blancos. Sé que eran tus favoritos, pero no puedo mentirte. Sólo el hecho de ver tu nombre grabado en una fría lápida de mármol me causa miedo. No sería capaz, mi alma, de visitarte sabiendo que ya no puedes salir a oler los brotes níveos.

Hoy es un domingo triste. El tiempo pesa sobre mi espalda. El tiempo desgarra mi corazón. Ya no estás. Ya no estás. Tu nombre se repite en mi cabeza, me nubla el juicio, me empaña los ojos de lágrimas, suelta perlas por mis mejillas, impactan en el suelo igual que impactó mi alma en tu féretro. Aún la veo, pálida y destrozada, con la cabeza apoyada sobre tu pecho, intentando devolverte a la vida inútilmente con sus sollozos. Llévatela contigo, por favor. No va a ser feliz aquí, en este mundo material, terrenal, en este mundo limitado por lo físico. No. Deja que vuele contigo allí donde los Arcángeles cantan, donde el tiempo se detiene, allí donde siempre seremos jóvenes.

Hoy es un domingo triste. Ya no puedo ver tus ojos. La vida me resulta tediosa. ¿Se enfadarían los ángeles si decido unirme a ti? ¿Se enfadarían si quiero dejar de soñar? Tengo ganas de despertarme junto a ti de nuevo. De abrazarte como te he abrazado en este largo sueño hasta que decidiste irte.

Hoy es un domingo triste. Miro por la ventana. No vuelves. Siento frío... pero necesito abrirla. Quiero sentir el aire, tus manos incorpóreas acariciando mi rostro por última vez. El cielo es precioso desde que estás allí, ¿lo sabías?

Hoy es un domingo triste. Es mi último domingo. Espérame despierta allí donde el sol y la luna juegan abrazados. Donde ninguno de los dos se pone. Espérame. Quiero verte. Espérame. Ya me voy contigo. No te vayas aún... Espérame...

Inspirada en la canción "Gloomy Sunday", popularmente conocida como "la canción húngara de los suicidios". Compuesta por el pianista Reszo Seress, escrita por el poeta Leszlo Javor, popularizada en 1941 por la cantante Billie Holiday. 

Versión de Sarah McLachlan





domingo, 2 de junio de 2013

Charles Baudelaire

Me señalan con el dedo, pero lo único cierto es que soy el vivo reflejo de una humanidad en decadencia. Estoy en un bar cualquiera de París en un naranja atardecer, bebiendo vino, esperando a que caiga la noche para disfrutar del solitario anonimato que otorga la oscuridad para entrar a cualquier fumadero de opio y olvidar que existo, mientras el mundo sigue su curso ajeno a mis sufrimientos, a sus propios sufrimientos. No soy más que el producto egocentrista de una sociedad enferma, jerarquizada en sus propias normas, donde el principal maestro de la moral se convierte, por detrás vuestra, en la viva imagen del pecado que condena. Sí. Ese mismo al que alabáis porque es respetuoso se mofa a vuestras espaldas con sus viles actos.

¿A cuántos como yo habéis marcado con el signo de Caín, y a cuántos habéis aplaudido mientras se reían de vosotros? No queráis saberlo. Lo cierto es que los mismos que me condenan, son los mismos que después me saludan afablemente, los mismos que frecuentan burdeles a deshora para desvirgar a cualquier jovencita indigente a cambio de un par de monedas con las que saciar su hambre, los que fuman hachís de madrugada para evadirse de los problemas, son los mismos que rechazan mis actos, pero también son los mismos que se deleitan leyendo mi poesía decadentista a espaldas del mundo mientras, de cara al universo, desprecian todas y cada una de las líneas escritas a pesar sus posteriores felicitaciones. No sean ingenuos: los mejores versos los he escrito entre las piernas de una puta sifilítica del peor antro de la ciudad después de dilapidar no sé cuántas monedas en jarras de vino y pipas de opio, pero, París, no te escandalices. El mejor placer no ha sido el de fumar hachís, ni el de embriagarme de vino. Tampoco el de acostarme con cualquier ramera de tres al cuarto. El mejor placer que he tenido ha sido el de probar unos labios que nunca llegaron a besarme, la misma mujer que yació junto a mí cada noche, pero nunca calentó mi cama, la única que, sin mirarme siquiera, ha provocado un incendio en mi corazón, y no existe suficiente agua en el mundo para extinguirlo, ni hay tantas mujeres en la tierra para saciar mi deseo de pasión carnal suscitado por ese Ángel Caído.

Pueda que ésa sea la mejor droga que nunca haya probado, y lo cierto es que no la he probado, pero ¿qué más da? Aún tengo tiempo de soñarte entre calada y calada, entre sorbo y sorbo, entre noche y noche, entre página y pagina. Pero, París, no te escandalices, al fin y al cabo, tú eres peor que yo, y, al fin y al cabo, la culpa de mi descenso a la locura la tienes tú. No te sientas celosa ni culpable, si a pesar de haberme impuesto la marca de los condenados sigo recorriendo tus entrañas cada noche, y cada noche vivo y muero en tus entrañas, amaneciendo día sí y día también en cualquier burdel de mala muerte con botellas y más botellas de vino tiradas por el suelo, apestando a hachís, con fatiga y dolor de cabeza, con el cuerpo destrozado y sin recuerdo alguno de la noche, tan sólo con unas líneas escritas en un papel manchado.

La noche ya está aquí, y el vino se ha apurado. París, es hora de que tu gente me vuelva a  señalar con el dedo con la más absoluta de las hipocresías mientras te recorro. Ha llegado la hora de repudiar la verdad en la oscuridad una vez más. París, no te escandalices, no te enceles. Voy a dedicarte los versos más hermosos esta noche entre las piernas de cualquier prostituta de tus suburbios.



Dedicado al poeta francés Charles Baudelaire (1821-1867) autor de "Las flores del mal".