domingo, 27 de abril de 2014

Al horizonte

Harto de llanto, harto de lágrimas. Su boca sólo conocía el monótono sabor salubre de sus ojos. Parecía más un muerto que una persona. Quería dejarlo todo. La vida le pesaba tanto en el corazón como en los hombros. Le angustiaba el paso del tiempo, los finales... pero, sobre todo, los principios y las mitades. Deseaba volver al pasado. Le pesaba tanto daño y sufrimiento, propio y ajeno. Quería cambiar su vida, pero ya era demasiado tarde.

Los errores habían sido muchos. Demasiados, tal vez. Su frente siempre estaba inclinada, como una bestia bajo el yugo. Era todo tristeza, como una isla entre dos océanos. Como un árbol en una llanura desértica. Era todo desolación, una parte más de la intrascendente brevedad de la vida.

A cada paso, notaba el estigma del fracaso. También la amargura de la mínima esperanza. Era presa del ruido que trae el silencio. Era un hijo de Caín, a la par que la descendencia inerte de Abel.

Estaba sentado, mirando el horizonte en un atardecer veraniego. El sol comenzaba a ahogarse en el mar, y él en sus pensamientos. Y así, suspirando, solo, sin destinatario, elevó al cielo la frase maldita. Lo siento.

Sólo lo oyó el indócil viento de poniente. ¿A quién se lo llevaría?

1 comentario:

  1. No hay nada mejor que tomar un buen café, leyendo un relato tuyo. Eres un gran escritor. Sigue así.

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