viernes, 7 de noviembre de 2014

Un enano en el mechero

Estábamos tomando una cerveza en el Salvador cuando cogí el mechero de mi acompañante y me puse a jugar con él encendiéndolo y apagándolo.
-¿Sabes por qué la llama de este mechero es naranja?-Me preguntó.
-¡Claro que lo sé!-dije-hay un enano de las cavernas trabajando dentro.
Mi respuesta pareció escandalizarle y empezó a hablar de química, y de que si era cosa de la temperatura y el combustible. El caso es que yo sabía que dentro del mechero había un enano que lo hacía funcionar, aunque se dejaba ver bastante poco y había que estar muy atento. Y yo lo vi un día. Se había quedado dormido al fondo de la piscina de gas líquido y por eso la piedra sólo echaba chispas; porque el enano estaba descansando de las duras y largas jornadas de curro que tenía trabajando para un fumador habitual. Sólo había que moverlo un poco para que se despertara y se pusiera de nuevo al tajo.
Yo cogí un papel mientras apurábamos las cervezas y decidí darle trabajo al enano. Salió de su escondite y me miró de mala manera, como diciendo “¿otra vez tú? ¡Déjame descansar!” pero a mí me daba lo mismo y apreté la piedra para que friccionase, que para él era lo mismo que la sirena de una fábrica que llama a trabajar. Y tras unos segundos llamándole, el fuego salió y prendió la servilleta.
Ahí ya me olvidé de enanos de las cavernas y de mechero y me puse a contemplar la llamita que se había formado en el papel. Se merecía que lo dejase descansar, que era miércoles y normalmente le daban mucho trabajo, sobre todo los sábados por la noche.
Mientras la servilleta ardía y el enano se echaba una siesta a eso de las doce del mediodía, me quedé pensando en lo incomprendida que puede llegar a ser una llama… ¡y en lo sola que debe sentirse! Cuando ella sólo quiere abrazar y dar calor, a cambio recibe la destrucción de cuanto toca y la alarma de los que la ven. Me parece que no llora porque si lo hiciera se apagaría, aunque con tanta temperatura es complicado que tenga lágrimas porque ya se habrían evaporado.
Y entretanto pensaba esto cuando un poco de ceniza cayó sobre el chaquetón negro de mi amigo y al frotarse, dejó unas pequeñas manchas grisáceas sobre la superficie de la manga. Sonrió tras sus gafas de sol y me dijo:
-Tío, ¿sabes que eres un puto pirómano?-Le miré aún con el papel ardiendo en la mano derecha. Con la otra, bebía un pequeño sorbo de aquel líquido amarillento
-¡Claro que lo sé!-Le dije-de vez en cuando me da por crear un estropicio y le prendo fuego al corazón.
El enano, por su parte, tuvo que ponerse a trabajar de nuevo porque mi amigo sacó un cigarro y se puso a fumar. Pero creo que él también lo vio, porque se metió el mechero en el bolsillo para que pudiera dormir a gusto y empezó a preguntarme cuántas veces al día le prendía fuego al corazón; sin embargo, le dije que no sabía el número exacto porque para ese tipo de piromanía no se necesita ni de enanos ni de mecheros.