Estábamos tomando
una cerveza en el Salvador cuando cogí el mechero de mi acompañante y me puse a
jugar con él encendiéndolo y apagándolo.
-¿Sabes por qué la
llama de este mechero es naranja?-Me preguntó.
-¡Claro que lo
sé!-dije-hay un enano de las cavernas trabajando dentro.
Mi respuesta pareció
escandalizarle y empezó a hablar de química, y de que si era cosa de la
temperatura y el combustible. El caso es que yo sabía que dentro del mechero
había un enano que lo hacía funcionar, aunque se
dejaba ver bastante poco y había que estar muy atento. Y yo lo vi un día. Se
había quedado dormido al fondo de la piscina de gas líquido y por eso la piedra
sólo echaba chispas; porque el enano estaba descansando de las duras y largas
jornadas de curro que tenía trabajando para un fumador habitual. Sólo había que
moverlo un poco para que se despertara y se pusiera de nuevo al tajo.
Yo cogí un papel
mientras apurábamos las cervezas y decidí darle trabajo al enano. Salió de su
escondite y me miró de mala manera, como diciendo “¿otra vez tú? ¡Déjame
descansar!” pero a mí me daba lo mismo y apreté la piedra para que friccionase,
que para él era lo mismo que la sirena de una fábrica que llama a trabajar. Y tras unos segundos llamándole, el fuego salió y prendió
la servilleta.
Ahí ya me olvidé de
enanos de las cavernas y de mechero y me puse a contemplar la llamita que se
había formado en el papel. Se merecía que lo dejase descansar, que era
miércoles y normalmente le daban mucho trabajo, sobre todo los sábados por la
noche.
Mientras la
servilleta ardía y el enano se echaba una siesta a eso de las doce del
mediodía, me quedé pensando en lo incomprendida que puede llegar a ser una
llama… ¡y en lo sola que debe sentirse! Cuando ella sólo quiere abrazar y dar
calor, a cambio recibe la destrucción de cuanto toca y la alarma de los que la
ven. Me parece que no llora porque si lo hiciera se apagaría, aunque con tanta
temperatura es complicado que tenga lágrimas porque ya se habrían evaporado.
Y entretanto pensaba
esto cuando un poco de ceniza cayó sobre el chaquetón negro de mi amigo y al
frotarse, dejó unas pequeñas manchas grisáceas sobre la superficie de la manga.
Sonrió tras sus gafas de sol y me dijo:
-Tío, ¿sabes que
eres un puto pirómano?-Le miré aún con el papel ardiendo en la mano derecha.
Con la otra, bebía un pequeño sorbo de aquel líquido amarillento
-¡Claro que lo
sé!-Le dije-de vez en cuando me da por crear un estropicio y le prendo fuego al
corazón.
El enano, por su parte, tuvo que ponerse a
trabajar de nuevo porque mi amigo sacó un cigarro y se puso a fumar. Pero creo que él también lo vio, porque se metió el mechero en el bolsillo
para que pudiera dormir a gusto y empezó a preguntarme cuántas veces al día le
prendía fuego al corazón; sin embargo, le dije que no sabía el número exacto porque
para ese tipo de piromanía no se necesita ni de enanos ni de mecheros.
Muy bonita la entrada :)
ResponderEliminarOjalá redactara como tu.
Un beso
A.