Cuando me imagino el
tiempo, veo un reloj de pared redondo con dos manecillas negras, una más larga
para el minutero, y otra más pequeña para la hora, algo afiladas, con un
mecanismo impecable e imparable, funcionando a la perfección con su monótono
tic-tac. Y siempre son las once y veinte.
Avanza lentamente, sin prisas. El reloj lo controla todo, pero su avance es continuo, ininterrumpido y, lo peor de todo: es imperceptible.
A la una y media el
reloj comienza a sangrar por las manecillas que van dejando un reguero rojo
conforme continúa su paciente marcha, y sólo se escucha un silencio roto. En el
círculo blanco, numerado por sus bordes, empiezan a aparecer varias gotas de
sangre y se forman pequeños riachuelos de color carmesí que corren en vertical
desde las agujas hacia abajo. Una hora más tarde, los afluentes son tan
numerosos que nadie podría contarlos, y tanto el minutero como la hora, siguen
con sus desfiles.
A las dos y media
aparece una cabeza en el reloj. Ha entrado por una rendija y llora. Está justo
entre las dos y las tres. La hora le acaricia los pelos de la nuca y su frío le
eriza el vello.
Poco a poco la
manecilla pequeña se va a acercando hacia la cabeza, y entonces la aguja parece
más una guillotina negra que la parte visible del mecanismo del reloj.
El minutero avanza y
el tic-tac se hace más agudo, fundiéndose con el agitado latir del corazón de
la víctima que piensa, ¿aproveché bien el tiempo? Ahora todo parece demasiado
breve para pensarlo, aunque tiene quince minutos antes de que den las tres y
quede decapitado.
Cuando me imagino
las tres, en punto, o las tres y cuarto, no hay cabeza ninguna. No se asusten.
El reloj sigue su curso. No hay líneas rojas: son ya un recuerdo y todo es
completamente blanco. El tic-tac sigue siendo tan monótono como siempre y las
horas vuelven a ser igual de largas.
No obstante, a las
seis volverá este espectáculo macabro porque hay una nueva ejecución del tiempo
con una víctima que volverá a preguntarse lo mismo que la anterior y todos los
que la precedieron: ¿aproveché bien el tiempo?
Frase de Paula Díaz Roldán