martes, 19 de mayo de 2015

Carpe Diem, que tempus fugit*

Cuando me imagino el tiempo, veo un reloj de pared redondo con dos manecillas negras, una más larga para el minutero, y otra más pequeña para la hora, algo afiladas, con un mecanismo impecable e imparable, funcionando a la perfección con su monótono tic-tac. Y siempre son las once y veinte.





Avanza lentamente, sin prisas. El reloj lo controla todo, pero su avance es continuo, ininterrumpido y, lo peor de todo: es imperceptible.
A la una y media el reloj comienza a sangrar por las manecillas que van dejando un reguero rojo conforme continúa su paciente marcha, y sólo se escucha un silencio roto. En el círculo blanco, numerado por sus bordes, empiezan a aparecer varias gotas de sangre y se forman pequeños riachuelos de color carmesí que corren en vertical desde las agujas hacia abajo. Una hora más tarde, los afluentes son tan numerosos que nadie podría contarlos, y tanto el minutero como la hora, siguen con sus desfiles.
A las dos y media aparece una cabeza en el reloj. Ha entrado por una rendija y llora. Está justo entre las dos y las tres. La hora le acaricia los pelos de la nuca y su frío le eriza el vello.
Poco a poco la manecilla pequeña se va a acercando hacia la cabeza, y entonces la aguja parece más una guillotina negra que la parte visible del mecanismo del reloj.
El minutero avanza y el tic-tac se hace más agudo, fundiéndose con el agitado latir del corazón de la víctima que piensa, ¿aproveché bien el tiempo? Ahora todo parece demasiado breve para pensarlo, aunque tiene quince minutos antes de que den las tres y quede decapitado.
Cuando me imagino las tres, en punto, o las tres y cuarto, no hay cabeza ninguna. No se asusten. El reloj sigue su curso. No hay líneas rojas: son ya un recuerdo y todo es completamente blanco. El tic-tac sigue siendo tan monótono como siempre y las horas vuelven a ser igual de largas.

No obstante, a las seis volverá este espectáculo macabro porque hay una nueva ejecución del tiempo con una víctima que volverá a preguntarse lo mismo que la anterior y todos los que la precedieron: ¿aproveché bien el tiempo? 

Frase de Paula Díaz Roldán

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