domingo, 31 de enero de 2016

Las olas del mar

El vaivén de las olas choca contra las rocas, arranca la gravilla y se lleva la arena con su espuma al fondo del mar. De la misma forma, el tiempo se lleva nuestros problemas; de la misma manera, tenues reminiscencia de lo que fuimos van y retornan; chocan y devoran pequeños pedazos de nuestra biografía que devuelven y depositan en las cavidades arcillosas antes de retirarse. Así discurre todo.
Los charcos de las hendiduras acabarán por ser absorbidos; los que no, se evaporarán, se irán con el aire y nunca más volveremos a verlos.
Conforme se anda por la orilla se va dejando un rastro. Si caminamos juntos es un solo el camino que se forma al borde del mar. Si me detengo y observo las pisadas la violencia del agua las va borrando poco a poco: al principio eran nítidas; luego tristes huellas, y pasados unos segundos, ya no son nada. Es como si nunca hubieran existido y la espuma se las hubiera tragado.
Al otro lado, lo que la vista ofrece no es más esperanzador: bajo los nubarrones grises, nuestras sendas se han bifurcado: mientras tú avanzas, yo continuo quieto. Las iracundas olas ya empiezan a borrar tus pisadas y a mojar mis pies descalzos. A enfriar el alma desnuda. Puedo continuar tras tus pasos, pero ya no serán nuestros pasos. El agua seguirá deshaciendo tras de ti el mismo vestigio que yo iré dejando y la brisa irá consumiendo; es la curiosa forma que tiene la eternidad de decir que todo se ha acabado. Es la hermosa forma que tiene la infinitud del mar, la inmensa e incomprensible infinitud del mar, de decir que a pesar de todo, el mundo continúa y nuestro camino debe seguir aunque sea por separado. Y de ello, el mar es el único testigo.

 
Fotografía tomada por J. Encina