He sentido el dolor y el desamparo brotando como un manantial en mi
pecho; la soledad me ha desgarrado el alma; sin embargo, a veces mis
lágrimas eran de júbilo y me olvidaba de la tristeza cuando doblaba
las esquinas.
He madurado para seguir siendo un niño: me da miedo el camino largo
y penumbroso que tengo frente a mí, y, aunque soy consciente de que
debo andarlo solo, agradezco la caricia de la mano amiga cuando
aparta la niebla de la incertidumbre y la vereda parece más clara.
He sentido ira y rabia; cuando Trump reconoció la capital de
Jerusalén, volví a ponerme al cuello mi kufiyya
y me dolió Palestina. He sido cobarde y valiente y he reído
y llorado a partes iguales.
Las adversidades volvieron a vencerme. Algunos de mis retos eran
demasiado grandes y los desestimé por canciones dulces y risas de
niños que volvieron a llenarme de ilusión. Las armas, las sigo
teniendo puestas porque espero un nuevo combate del que aún no sé
si saldré victorioso, como de otros tantos que gané cuando ya me
daba por derrotado.
Me he perdido, me he buscado y me he encontrado para volverme a
perder. Me convencí de que soy un apátrida porque amo al mismo
mundo que a veces odio, lloro y sufro; sin embargo, siempre supe que
eso no era así porque en el fondo de mi ser identifiqué mi patria
con unos brazos que no me abrazaban y una boca que nunca me besó;
pero sonreí porque vi mi hogar hiriendo el largo horizonte y así
supe que siempre tendría a alguien esperándome al final del
trayecto.
He leído para aliviarme e intentar comprender el mundo. He
reflexionado hasta desvelarme, haciéndome preguntas tortuosas que no
llevaban a ninguna parte; la ausencia de una verdad absoluta me ha
angustiado, y, sin embargo, ahora el mundo me parece más bello y
grande que nunca. Tras convencerme de que todo era absurdo, me tocó
encontrarle un sentido al sinsentido para volver a tener una razón
que yo mismo desarmé y no quiero poseer.
He visto y oído y hablado. Me han contado penas y alegrías; me han
fallado y he fallado; he aprendido que los fuertes también se vienen
abajo; entre alegrías y penas me han contado proyectos e ilusiones:
de historias entusiastas salidas de labios que no eran míos he
vivido experiencias fantásticas cicatrizadas en el tiempo,
provenientes de pieles y lenguas ajenas.
Yo, en fin, como el poeta, confieso que he vivido; pero, lo más
importante de todo no son ni las mentiras y ni las verdades que nos
han transformado la vida, sino que, todo lo que he vivido, lo he
vivido contigo. Por eso, quiero que te quedes para que, juntos,
aprendamos a contar las gotas del mar.
Un abrazo y Feliz Año Nuevo
El hombre de papel
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