martes, 31 de julio de 2018

Derecho a la tristeza


Me resultan molestas las lecciones de moral de la gente que niega el sufrimiento sobre la faz de la tierra. Me molestan sus ademanes, las palabras que salen de su boca, arrastrándose bajo una falsa sonrisa. Degustan sus sílabas vacuas. Se recrean en ellas con una mirada más vacía aún, con ese pequeño alarde de superioridad que da la condescendencia o el maestro pedante que se pavonea ante sus alumnos porque cree transmitirles una verdad absoluta. Pequeños filósofos parafraseadores de aquellas frases virales descontextualizadas de Paulo Coelho que circulan por las redes sociales; pequeños filósofos parafraseadores de mentalidad positiva que achacan todo a la voluntad sin un análisis de la circunstancia. 

Somos capitanes de nuestro barco”, comentan, cuando la veracidad de esta sentencia lleva inherente un “eres el único culpable de tu situación”. Ilusos... niegan todo el espíritu de la libertad, que sólo es válida cuando les va bien. Han anulado el vértigo de la decisión y lo han confundido con el placer. Y en ninguna parte está escrito que la libertad sea placentera. Ni lo contrario, de hecho. Sólo que hay que asumirla por medio de la verdad. La Verdad nos hará libres, dice el Evangelio de San Juan, capítulo 8, versículo 32. ¿Y estos la poseen? ¿La posee quien niega el sufrimiento, quien niega esa otra mitad de la vida? ¿Alguien posee la Verdad de verdad?

No importa la vivencia de la persona que está delante; no importa qué les ha llevado a su estado de ánimo; no importa su tristeza, vetada, por cierto, en esos círculos emocionales. El ser taciturno es un ser errado para estos adalides de la felicidad. Y uno no puede por menos que sorber su café o lo que tenga delante y suspirar, cuando no fruncir el ceño y mirar a un punto fijo con la cabeza agachada o apretar la mandíbula en una mordida donde lo único que se mastica son las palabras del sabio maestro que lanza su sermón. Y siempre escuchando indolentes, asintiendo e hinchando su ego con cada “sí, tienes razón”. Y en el fondo, ese tienes razón no soluciona ni uno solo de nuestros conflictos. Continúan ahí, algo más escondidos, pero continúan ahí porque, en el fondo, la palabrería barata no contribuye a arreglar nada. ¡Nada! Pero no hay que preocuparse: estos rostros tan alegres por Facebook y tan felices cara a cara, por dentro, guardan un dolor similar al nuestro. Solo que no lo admiten en el momento. Todo el mundo tiene una parte de su ser destrozado. Todo el mundo tiene el derecho a la tristeza y al derrumbamiento, aunque nos digan que no. Aunque, hipócritamente, digamos que no.