Me resultan molestas las lecciones de moral de la gente que niega el
sufrimiento sobre la faz de la tierra. Me molestan sus ademanes, las
palabras que salen de su boca, arrastrándose bajo una falsa sonrisa.
Degustan sus sílabas vacuas. Se recrean en ellas con una mirada más
vacía aún, con ese pequeño alarde de superioridad que da la
condescendencia o el maestro pedante que se pavonea ante sus alumnos
porque cree transmitirles una verdad absoluta. Pequeños filósofos
parafraseadores de aquellas frases virales descontextualizadas de Paulo Coelho que
circulan por las redes sociales; pequeños filósofos parafraseadores
de mentalidad positiva que achacan todo a la voluntad sin un
análisis de la circunstancia.
“Somos capitanes de nuestro
barco”, comentan, cuando la
veracidad de esta sentencia lleva inherente un “eres el único
culpable de tu situación”. Ilusos... niegan todo el espíritu de
la libertad, que sólo es válida cuando les va bien. Han anulado el
vértigo de la decisión y lo han confundido con el placer. Y en
ninguna parte está escrito que la libertad sea placentera. Ni lo
contrario, de hecho. Sólo que hay que asumirla por medio de la verdad.
La Verdad nos hará libres, dice el Evangelio de San Juan, capítulo
8, versículo 32. ¿Y estos la poseen? ¿La posee quien niega el
sufrimiento, quien niega esa otra mitad de la vida? ¿Alguien posee la
Verdad de verdad?
No importa la vivencia de la persona que está delante; no importa
qué les ha llevado a su estado de ánimo; no importa su tristeza,
vetada, por cierto, en esos círculos emocionales. El ser taciturno
es un ser errado para estos adalides de la felicidad. Y uno no puede
por menos que sorber su café o lo que tenga delante y suspirar,
cuando no fruncir el ceño y mirar a un punto fijo con la cabeza
agachada o apretar la mandíbula en una mordida donde lo único que
se mastica son las palabras del sabio maestro
que lanza su sermón. Y siempre escuchando indolentes, asintiendo e
hinchando su ego con cada “sí, tienes razón”. Y en el fondo,
ese tienes razón no
soluciona ni uno solo de nuestros conflictos. Continúan ahí, algo
más escondidos, pero continúan ahí porque, en el fondo, la
palabrería barata no contribuye a arreglar nada. ¡Nada! Pero no hay
que preocuparse: estos rostros tan alegres por Facebook
y tan felices cara a cara, por dentro, guardan un dolor similar al
nuestro. Solo que no lo admiten en el momento. Todo el mundo tiene
una parte de su ser destrozado. Todo el mundo tiene el derecho a
la tristeza y al derrumbamiento, aunque nos digan que no. Aunque,
hipócritamente, digamos que no.
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