Ahora,
que nos alejamos de la impetuosa vitalidad de la juventud; que hace tiempo que
nos desprendimos del ufano velo de inmortalidad que clareaba en nuestras
miradas infantiles.
Ahora,
que nos sabemos heridos y vulnerables por el curso de los acontecimientos; que
las visitas de Tánatos suceden con una frecuencia cada vez más impertinente y molesta.
Ahora,
que el invierno va tiñendo nuestras cabezas de nieve; que en las celebraciones
se apilan, en un rincón sepia, las sillas vacías.
Ahora,
que nos ensordece el mudo ruido de aquellas historias ajenas que debían
atravesarnos; que las pantallas y los antidepresivos nos acompañan y sustituyen
los ahogados murmullos de un café a media tarde.
Ahora,
que comprendemos que las delicadas pinceladas en el lienzo acercan al artista a
la conclusión de su obra; que las olas que rompen en la orilla mueren y nunca
retornan.
Ahora,
que entendemos todo esto, mírame. Llora conmigo y abrázame. Antes de que se
agoten las manecillas de nuestros relojes. Antes de que nuestras voces se
pierdan contra las paredes frías o el horizonte inabarcable. Antes de que sólo
seamos un triste recuerdo diluido en la memoria del otro.
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