sábado, 30 de abril de 2011

Claro de Luna

Una muchacha miraba por la ventana hacia un bosque cercano en el gran salón que había en la casa del hombre que la acogía mientras ésta aprendía a tocar el piano.

La estancia no dejaba de ser humilde a la par que lujosa, con grandes ventanales por donde entraba la luz de un claro de luna que bañaba toda la estancia de un blanco místico bastante pálido, tirando más bien para el plateado.

No contaba la estancia con más que un triste piano de cola de un negro brillante situado cerca de la enorme puerta de madera de roble oscura, aunque, con aquella luz, parecía tirar un cabo oscurecido por el tiempo, no así sus picaportes con la forma de un círculo, siendo éstos cobrizos y adquiriendo una tonalidad semidorada, aunque poco brillante en esos pomos esféricos que tenía delante una chimenea apagada y no muy recargada, que tenía en la parte de arriba una especie de cuadro de algún antepasado del dueño de la casa, y, justo delante, una alfombra roja que cubría todo el centro y la mayor parte de la marmólea y blanca sala.

Algo penetró en la habitación y, a pesar de que el sujeto en cuestión casi ni había hecho ruido, la chica se percató de inmediato de que alguien había entrado en la habitación en la que ella misma yacía.

-¿Es usted, señor?
-¿Eh?-Respondió una voz masculina.
-¡Qué si es usted!
-¡Ah!-Volvió a responder la voz.-Sí, sí, soy yo, ¿Qué haces aquí, querida?
-Quería mirar la luna.

El hombre, que tenía una especie de trompetilla acústica en las manos y que antes había estado en su oreja derecha para recibir la voz de la chica, meditó sus palabras y, acto seguido le lanzó una pregunta que, a él mismo le pareció dolorosa.

-Querida... eres ciega.
-Lo sé, señor.-Ella no pareció molestarse, aunque dibujó en su rostro una mueca de amargura.-Lo sé, pero siento tal tentación por verla... me la han descrito tantas veces y me han dicho que es tan bella que... ¡oh! ¡Sí usted supiera, señor! ¡Si usted supiera!.

Ella, inmediatamente, se puso a gimotear y a maldecir su suerte. Nunca vería a aquel satélite hermoso dando vueltas alrededor de la tierra. Nunca vería la belleza oculta de las cosas, pues, de la misma forma que no podía demostrar su odio llorando, tampoco podía ver aquella hermosa forma esférica que, la gran mayorías de las noches, se dejaba ver por el cielo despejado.

Él, no pudo más que acercarse y estrecharla entre sus brazos mientras ésta hundía la cabeza en su pecho, buscando el cobijo de un alma que no podía oír porque era sorda.

Él, miró la luna durante largo tiempo mientras ella continuaba inmóvil entre sus brazos. Verdaderamente, era bella y, a pesar de que no podía oír, si había tenido la suerte de poder ver las maravillas de la naturaleza, cosa que ella no.

Pensó en describirle cómo era el astro, pero, ¿de qué serviría? ¿Qué color era el blanco para un ciego? Y entonces, buscó cómo mostrarle la luna sin tener que usar el horrendo lenguaje que de nada le serviría a su huésped. Entonces, se fijó en las teclas del piano. Marfiles y negras incrustadas en un piano de cola negro. No lo dudó un instante. Sentándose en su banquillo, comenzó a tocar una melodía con todo el amor de su corazón, sin dejar de mirar la luna ni a la mujer a la que acababa de abandonar hacía menos de diez segundos y que, al contacto de la música con sus oídos, elevó la cabeza y se centró en la música que salía del instrumento, a cada golpe más bello, a cada tecla, más pasional.

Él, que sí podía llorar, dejó escapar algunas lágrimas que chocaron ipso facto contra las teclas que iba presionando para crear aquella música que llegaba tan bella a los oídos de su huésped, pero cuyo sonido le estaba prohibido a los suyos y sólo sabía lo que tocaba a través de la vibración de una tapa de madera situada debajo del piano y que le mostraba sólo la duración de las notas... pero él, ya se sabía todas y cada una de las teclas del piano porque las había logrado escuchar más de una vez cuando había adquirido su trompetilla acústica, por tanto, se imaginó todo lo que estaba tocando.

Minutos más tarde, tras haber acabado la melodía, sonó un reloj en la habitación contigua... acababan de dar las doce.

La mujer, anonadada por la bella música que acababa de escuchar, lanzó una pregunta a su protector.

-¡Señor Beethoven, es fantástico! ¿Por qué la ha tocado?

Él, secándose las lágrimas con la manga, articuló una serie de palabras con gran potencia vocal, casi gritando:

-Ya que no puedes ver la luna a través de tus ojos, he querido mostrártela a través de los oídos...

Ella asintió mientras su protector la cogía del brazo para guiarla hasta su cama.

Nunca supo si fue verdad o sólo una ilusión, pero ella, mientras duraba la canción, sintió que podía ver, dibujado en un cielo completamente negro, una especie de círculo blanco. Nunca supo si fue verdad o mentira, pero, por una vez, por una sola vez, le pareció haber podido ver la luna.

Homenaje a la música y a la fuerte influencia que adquiere en nuestra personalidad, sentimientos y modos de vida, siendo ésta un lugar en el que muchas personas se refugían contra el tedio y sufrimiento de varias situaciones en la vida.

"La vida sin música, sería un error."-Friedrich Nietzsche, filósofo alemán.

2 comentarios:

  1. Qué bonito, Richard!!!!!! El Claro de Luna de Beethoven es una maravilla, pero mi preferido es el de Debussy, lo conoces? yo he aprendido a tocarlo hace poco. :D

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  2. ¡Gracias por pasarte, Pablo! Pues la verdad es que sólo escuché el principio de Claro de Luna de Debussy, estuvo bastante bien, pero a mí me gusta más el de Beethoven.

    ¿Has aprendido a tocar el Claro de Luna de Debussy o de Beethoven? Da igual, seguro que lo tocas perfectamente, sin importar de quien sea.

    Gracias otra vez por pasarte, Pablo, tu comentario me ha hecho bastante ilusión. Un abrazo.

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