Ya no habrá más noches en vela esperando
a que aparezcas, ni esperando encontrarte. Las lágrimas que se llevaron las
calles de Qurtuba cada vez que nos separábamos se mezclarán ahora con las aguas
turbias del río deseando no volver a verte nunca más. Tal vez su cauce se lleve
tu recuerdo igual que tú te llevaste mi esperanza. Quizá me ayude a olvidarte,
a cicatrizar las heridas. Ahora me arrepiento de todas las noches
que pasamos juntos, de los besos que me diste, de las promesas que nos hicimos,
las palabras que nos intercambiamos, y los poemas que bordé en mis ropas
pensando en ti, pero ¡ay de tu suerte, desgraciado, que has cambiado las lunas
con una princesa de al-Ándalus por la suciedad de la habitación de una de mis
esclavas! Y he de admitirlo: me siento humillada por esto, ¿qué clase de poeta
es el que deja de cantarle al jazmín para centrarse en el barro que le rodea?
¿Qué clase de astrólogo deja de admirar el cielo para centrarse en el polvo de
la tierra?
¡Ay de mí, que tanto te amé! ¡Qué tonta
que fui pensando que junto a ti podría ser feliz! Eres como las bestias,
Zaydún, pues sólo ellas pueden relacionarse con lo más bajo y despreciar a lo
más alto sin sentir ni un leve cargo de conciencia. Es por ello por lo que me
recuerdas a los corceles de los establos: bellos y de nobleza aparente, pero
bestias al fin y al cabo, sin razonamiento, sin conocimiento, sin sentimientos…
¡Sin corazón! ¡Y a esto miento, porque hasta el más salvaje de los animales del
mundo siente amor al menos una vez en su vida! Y tú no sientes, Zaydún, tú no
sientes ni la arena que pisas, ni la pasión a la que te abandonabas cuando
apoyabas tu frente contra la mía y dejabas pasar las horas. También eso era
mentira como las cartas que me enviabas o los versos que me escribías. ¿Cuándo
se te ocurrieron? ¿Antes de acostarte, o después de yacer con mi sierva? ¿Antes
de acariciarla, o después de la consumación carnal? ¿A ella también le has
hecho promesas de amor eterno? ¿Y qué promesas se le hacen a una esclava? ¿Un
verso de un afamado poeta, o la libertad? Dedícale todo lo que quieras, Zaydún,
y tus palabras caerán en el vacío igual que cae un muerto del caballo cuando
una lanza enemiga atraviesa su costado. ¡Y yo esa lanza la siento, Zaydún! La
siento en mi pecho, porque aún te quiero; la siento en mi cabeza, porque tu
rostro aún me nubla el juicio; yo también la siento en mi costado, porque
cuando me acuerdo de ti, ¡Oh, Zaydún, aún se me corta la respiración! ¡La
siento por todo mi cuerpo, porque verdaderamente, me duele lo que me has hecho!
Sólo Allah sabe cuánto me duele todo
esto, sólo él sabe cuánto te quise, pero también es consciente de mi anhelo de
venganza. Ojalá sientas todo el daño de tus acciones de la misma manera que yo
la siento. Ojalá la misma saeta que ha atravesado mi pecho dejándome herida de
muerte, también alcance el tuyo y te deje de la misma manera que a mí. Porque
me duele el orgullo, porque quiero verte humillado como el vencido suplicando
clemencia, porque sólo Allah sabe cuánto te odio, pero, a pesar de todo, porque
esto va a dolerme más a mí que a ti, porque te amo, porque te quiero. Porque me
has hecho daño y Qurtuba, riéndose de mis lágrimas, me susurra tu nombre. Por
favor… Vete. No quiero que vuelvas. Llévate mis lágrimas contigo al
Guadalquivir; no las necesito. Por tu culpa, aquí en mis ojos aún tengo de
sobra.
Dedicado a Blanca Estévez
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