Elisa se encaminaba con el pelotón de
fusilamiento a la parte de atrás del cuartelillo de las afueras de Veritas
cuatro meses después de ser apresada y dos y medio desde que comenzase aquella
absurda guerra civil. En ningún momento se le había dicho por qué había sido
apresada, y en ningún momento el juicio fue justo. En una guerra civil ningún
juicio es justo. El día que la detuvieron cuatro hombres de negro entraron por
la fuerza a su casa y la sacaron con violencia de la misma. Nunca más volvió a verla.
Elisa era periodista. Se dedicaba a sacar la
verdad a veces jugándose la vida, y desde que la guerra había estallado jugarse
la vida era similar a ganarse el pan de cada día, pero también entendió que el
día que el conflicto comenzó la verdad dejó de tener sentido. Tal vez por eso
la habían arrestado.
Aquella era la segunda vez que recorría aquel
patio. La primera, el día que fue arrestada y la metieron en un calabozo. Nunca
supo si en aquel lugar tan extraño había más gente. Nunca vio a nadie más que
sus captores y a los guardias ataviados con su típica indumentaria militar,
aunque suponía que, siendo el lugar que era y estando en la época que estaban,
que hubiera más prisioneros allí sería lo más normal, y Elisa se preguntaba
quiénes serían.
Aquella mañana hacía frío. No sabía si era
porque estaban a mediados de diciembre o porque intuía su fatídico final o los
dos a la vez. La situación era muy extraña, Elisa estaba acostumbrada a
coquetear con la muerte a causa de su oficio, pero nunca la había visto así,
tan cara a cara, tan de cerca, tan íntimamente como aquel día, porque ese día
Elisa sabía que tenía una cita con la Parca donde tendría tiempo de intimar con
ella todo el tiempo que quisiera, tendría toda la eternidad para ello. Todo era
muy confuso en aquel amanecer.
Elisa pensaba que cuando se va a morir
fusilada, el día podría ser todo lo radiante que quisiera, que el sol con su
calor podría acariciar sus pálidas mejillas y brillar en lo más alto del cielo
que la única tonalidad que existía para la víctima era el gris. O eso creía
ella.
Una vez detrás del cuartel, Elisa vio una
pared con manchas rojas que parecían recientes. Entonces supo que su
existencia, su destino, acababa allí.
El pelotón de fusilamiento detuvo su marcha y
ordenó a Elisa que colocara su espalda contra la pared. Cuatro hombres cogieron
sus escopetas y la alzaron, apuntando al pecho de la joven mujer. El que
parecía ser el militar de mayor rango se acercó a Elisa con una venda blanca y
se la ofreció. Miraba al suelo avergonzado. Era un hombre joven y parecía no
disfrutar con aquella situación.
-No la necesito.-Dijo Elisa mirando al hombre
a los ojos. Eran marrones, como los suyos. El asintió y sólo alcanzó a
susurrarle una pregunta mientras se marchaba dándole la espalda.
-¿Sabes por qué estás aquí?
-No
-Bien, porque yo tampoco.
El hombre se giró y encontró confusión en los
ojos de Elisa, la misma confusión que había en los suyos. Él tampoco entendía
por qué tenía que matar a alguien indefenso e inocente, simplemente seguía
órdenes. Si no era él, sería otro, y entonces serían dos los asesinados ese
día, Elisa porque sí y él por desobedecer una orden de un superior, pero
aquello era una guerra, una guerra civil, una guerra que enfrentaba a familias
enteras, a amigos de toda la vida, a padres contra hijos, a hermanos contra
hermanos. Era horrible, pero era una guerra, lo extraño y lo horrible estaban a
la orden del día.
Elisa pensaba en las palabras del soldado. La
habían dejado pensativa, ¿a qué se refería exactamente? ¿A su destino final, o
a su destino como soldado? Tal vez las dos opciones eran válidas porque también
en la mirada limpia del hombre se vislumbraba un alma destrozada y llena de
inseguridad.
-¿Y tú? ¿Por qué estás?-Preguntó Elisa.
-No lo sé.
-Pues yo tampoco.-Respondió Elisa con una
media sonrisa. Estaban empatados, y sólo una cosa quedaba clara: ambos iban a
perder aquel día. Y fue entonces cuando Elisa se dio cuenta de por qué estaba
allí, de por qué estaban allí. El hombre alzó la mano por segunda vez y los
soldados cargaron las armas. Elisa elevó la voz. Quería que la escucharan:
-¿Sabes por qué estamos aquí?-Consiguió
atraer la atención del militar que la miraba con interés-Porque hay gente que
tiene que solucionar con la fuerza lo que no han sabido solucionar con
palabras. Estamos aquí por el capricho de unos pocos a los que no les hemos
puesto barreras, de unas pocas voces intolerantes que no han conseguido ponerse
de acuerdo porque para ellos era más importante el afán de revanchismo, la
satisfacción de ver conseguidos sus deseos y sus metas personales, de haber
favorecido sus intereses a costa de las ilusiones y las falsas promesas de
bienestar común que no han sido cumplidas. Estamos aquí, tú tras un fusil, y yo
delante de él porque nos han mentido.-Los soldados miraban a su líder de reojo
que estaba a punto de bajar la mano y pronunciar la orden final, pero dejó a
Elisa proseguir con su parlamento.-Nos han mentido, y nos hemos creído esa
mentira. Vivimos en una época en la que el acto de decir la verdad se convierte
en un acto revolucionario.-Elisa era consciente de que había parafraseado a
Orwell.-Y la revolución, la verdad, en época de conflicto, se paga con la
muerte porque la gente no quiere, la verdad, quiere la mentira, saber que viven
bien en la mentira, matando por la mentira porque es lo que les han enseñado,
en lo que creen. No hay palabras para una verdad, porque las palabras, la
verdad, hoy, han sucumbido.-Elisa suspiró y una lágrima salió por sus ojos
marrones conmoviendo a los hombres que tenía delante suya.-Lo que no han
conseguido con argumentos, quieren conseguirlo ahora por la fuerza.-El mundo
enmudeció. El tiempo parecía haberse parado en aquel instante para escuchar a
Elisa.
El militar miró hacia el suelo y bajó la
mano. No salió una sola palabra de su boca. Cuatro rugidos se escucharon detrás
del cuartel aquella mañana. Nuevas manchas de sangre habían salpicado la parte
de atrás del cuartelillo. La verdad había muerto. Y Elisa con ella.
Nuevas formas de achacar la verdad vivimos hoy, los fusiles sean cambiado por palabras, muchas veces vacías, aprovechando la ingeniudad de la gente para insertarlas como si de un chip se tratara, espacios vacíos que se rellenan con mentiras, ¿para qué?, ¿a caso sigue siendo más importante el deseo e interés de unos pocos para conseguir el sometimiento del resto y así satisfacer sus egocéntricos caprichos?, ¿a esto se le puede llamar humanidad?
ResponderEliminarPrecioso Richard, me ha encantado :')
Interesante, de verdad, y bien "carpinteado" que se diría en lenguaje teatral.
ResponderEliminarAnte la profusión de textos que hoy nos llegan por mil caminos, ya es un mérito que uno de ellos te atrape hasta el final, por muy presentido que se adivine.
Ánimo y te prometo que seguiré 'bicheando' por tu archivo a ratos y pedazos.
Con mi cordial afecto.