Cuando un fama
escribe en su diario empieza con un “Hoy, miércoles, día…” y luego escribe todo
lo que ha hecho con otros famas. También describe sobre su último viaje a París,
donde vio la Torre Eiffel y se quejó de la vida bohemia de la ciudad, aunque sea
un ávido doctor de Baudelaire.
La tinta con la que
escribe es azul. La cogen del mar y redactan siempre con pulcritud y elegancia;
no obstante, nunca anotan nada interesante aunque hayan sido partícipes de una
grandiosa anécdota, porque no quieren que ningún cronopio despistado lea su
diario.
Estos famas suelen
escribir en bares del centro todos los días de diez a once de la mañana
mientras beben, tranquilamente, una copa de vino tinto.
Por otra parte, un
cronopio no escribe, sino que garabatea cosas que sólo otros cronopios
entienden, y siempre comienzan sus manuscritos con un “cronopio, cronopio…”.
No hablan sobre
ningún viaje porque no han podido hacerlo, pero sí sobre todos esos que les
gustarían hacer, y lo harán de manera desorganizada; por ello, nunca se quejan
(ni se quejarán) de París.
Su tinta es verde,
más asequible que las azules porque sólo tienen que arrancar algunos hierbajos
esmeralda que crecen en cualquier jardín.
Sólo escriben los miércoles
en su casa de nueve a once de la noche tras bailar un tango, pero al día
siguiente, felices, quedarán con otros cronopios chillones y joviales, e irán
formando una algarabía a los bares del centro y contarán sus reflexiones
nocturnas, mientras los famas, enfadados, buscarán cualquier otro lugar en
Buenos Aires para beber y quejarse de París, lejos de la vitalidad y la alegría
que emanan los cronopios.
En homenaje a Julio Cortázar y a sus Historias de cronopios y famas.
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