Ocurrió que tus pequeñas manitas cogieron mi delgado dedo índice y
tu sonrisa traviesa ocultó cualquier miedo a la oscuridad.
Ocurrió que, mientras andábamos por el ancho pasillo, tropecé con
tu mirada limpia e inocente y entonces toda mi tristeza y mi rabia
fueron menguando.
Ocurrió que yo te pedí un beso, y tú me lo diste en la mejilla.
Ocurrió que tu risa inundó hasta el último rincón del salón y mi
pecho cuando te abracé porque te parecía divertido.
Ocurrió que aquel día entendí lo que era el amor sin condiciones
cuando comenzaste a partir una palomita que cogiste de un bolt
repleto de ellas y la compartiste entre todos los presentes.
Ocurrió que tus dedos minúsculos fragmentaban la golosina salada en
pequeños pedazos. Había muchas dentro del tarro, pero para ti era
más importante que nadie se quedase sin su porción, aunque tú te
quedases sin la tuya.
Ocurrió que mi alma lloró de felicidad cuando vio en ti dulzura,
bondad y cariño, sin más trabas ni límite que tu pequeño e
infantil cuerpo.
Ocurrió que en cada gesto, cada mirada que tenías... encontré la
redención a mi soledad en la figura de quien menos esperé.
Ocurrió que aquel día comprendí por qué sólo siendo un niño se
es digno de entrar al Reino de los Cielos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario