Me posiciono frente al espejo y frente a él doy comienzo a mi
rebelión.
-¿Contra qué? ¿Contra quién?- Me pregunto.
-Contra mí mismo.- Respondo.
Y, sin embargo, estoy ahí delante y no me reconozco. Mis ojos
desafían mi mirada; ya he visto esos iris castaños antes, aunque
no encuentro nada en ellos que me resulte familiar.
Mi entrecejo fruncido; mi boca entreabierta; mis puños apretados; el
resuello, las contracciones de mi diafragma... todo eso es igual que
ayer, pero no consigo establecer una relación de parentesco.
Nada ha cambiado, aunque todo parece distinto.
-¿Quién eres?-Me cuestiono.
-Soy yo.-Respondo.
-¿Y quién eres tú?-Me interrogo.
-No lo sé...-Añado.
Bajo la cabeza lentamente. Otra vez he sido derrotado por mí mismo.
Por mi propia sombra.
Soy y no soy a la vez. Aunque... ¿quién soy?
El diálogo, como siempre, vuelve a pararse en el mismo punto que en
ocasiones precedentes. La cólera sigue encendida en mi pecho; mis
preguntas siguen sin responderse y mi rebelión sin consumarse.
Le doy la espalda a mi interlocutor y él actúa de manera similar.
Con paso vacilante abandono mi habitación. Mi reflejo también se
aleja. Ninguno de los dos nos volvemos para mirarnos; el eco de mis
pisadas es el eco de sus pisadas. No importa que la
conversación se haya interrumpido de manera abrupta: cuando regrese
volveré a estar ahí, listo para un nuevo asalto con las
mismas reflexiones irresolubles:
-¿Quién soy?
-No lo sé.
-¿Qué haces?
-Rebelarme.
-¿Contra quién?
-Contra mí.
-¿Y quién eres tú?
-Absolutamente nadie...
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