Ahora
desearía
que
vinieras a abrazarme;
que
tus brazos me rodeen
y yo
me sienta invencible
dentro
de la oscuridad;
que
los miedos y mis monstruos
huyan
atemorizados
al
contacto de tus dedos,
finos,
dulces... en mi espalda;
desearía
soñar
que
soy un niño de nuevo;
que
ríe, y juega, y se cae,
y
llora, y se maravilla
con
cada descubrimiento;
que
aprende nuevas canciones
y se
divierte con juegos,
entre
notas y promesas,
que
salen de una boca:
la
tuya;
y
curan una mirada:
la
mía.
Y
entonces, entre colores,
entre
las luces y sombras
de una
realidad dormida,
el
bostezo del espíritu
anuncia
el fin del tormento.
El fin
de mi soledad.
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