sábado, 18 de diciembre de 2010

El Ruiseñor

Se encontraba el Sol en su crepúsculo y comenzó a rayar el fresco día en el verde campo que amaneció pintado con ciertos tonos rojizos de las flores que habían comenzado a abrirse y formaban dibujos abstractos en esa alfombra de hierba en plena quietud primaveral refrescada por unas incipientes gotas de rocío que colmaba el ambiente de cierta humedad agradable.

Lindaba este paraje con un camino de tierra algo pedregoso pero que aparecía y desaparecía de la vista conforme aparecían colinas verdes donde pájaros entonaban sus melodiosos cantos mientras iniciaban un vuelo sin rumbo hinundándolo todo con su ruido celestial a la vez que su oscuro plumaje contrastaba con el ambiente brillante de aquel idílico terreno de en sueño.

Caminaban por el sendero un grupo de hombres de actitud desafiante, fuerte complexión y perfectamente uniformados. Portaban a su espalda unos largos fusiles de culata marrón oscuro y un cañón negro que convinaban con el verde de sus camisas y con el negro de sus botas.

Caminaba delante de éstos, un hombre con un aspecto más fiero si cabe, con una mirada penetrante y una camisa también verde pero llena de condecoraciones en la parte derecha del pecho donde cabe destacar la presencia de una medalla con forma de ave; tal vez un águila imperial.

Y entre la maraña de autómatas sin nombres conducidos por el que parecía ser el líder de aquel pelotón, iba un hombre de camisa blanca y pecho descubierto, de treinta y pocos años y pelo negro intenso. Caminaba éste extraño personaje con la cabeza gacha por las inmediaciones del camino vigilado por los hombres de atrás cuando de repente todos se pararon y se metieron en medio de un campo donde la maleza les llegaba hasta los tobillos.

Caminaron durante varios minutos más, hasta que el sendero fue perdido de vista y quedaron solos los hombres y el campo. Empezó a mirar el hombre de camisa blanca, el campo con gran vehemencia, destacando todo cuanto podía por sus ojos; disfrutando del verde paisaje con un Sol crepuscular saliendo por el horizonte del panorama campestre mientras observaba maravillado como las flores recién florecidas hacían manchas y dibujos abstractos por toda la hierba y un pájaro aparecía de vez en cuando entonando una breve cancioncilla sin letra.

Resbaló una lágrima por el rostro de aquel hombre mientras daba la espalda al resto de su desagradable compañía quedándose sólo con la armoniosa naturaleza y entonando entre leves susurros, unos versos. Versos que comparaban aquel bello paisaje con la libertad hecha poesía mientras denotaba su rostro cierto aire nostálgico.

Escuchó a su espalda varios chasquidos y mientras seguía con el breve poema improvisado, cerró los ojos y llovieron de sus ojos muchas más lágrimas que antes. El tiempo se paró. La naturaleza se paró. Los pájaros ya no cantaban y miraban espectantes aquella situación. El Sol, había parado de ascender, y las flores habían dejado de mecerse con el viento que también había desaparecido.

Apuntaban los fusiles al hombre de blanco que les daba la espalda mientras un ruiseñor se posó en uno de los cañones ajeno al peligro que ésto traía como si de una rama se tratara.

El hombre de blanco cayó tras el clamor de los fusiles. Brotaban de su espalda unos pequeños riachuelos de agua opaca y roja que teñían la hierba como si fueran nuevas flores semejantes a las anteriores.

Acabó su poema tumbado en el suelo cerrando sus ojos cuando se fijó en la extraña presencia de un ruiseñor que se encontraba a escasos centímetros de su pálido rostro. El hombre sonrió para sí y el ruiseñor se elevó en un hermoso vuelo mientras retomaba la poesía finalizada por aquel hombre en forma de canto.

-Vuela, y llévale mis palabras al mundo.-Dijo el hombre... Tras cerrar los ojos.

Y en el horizonte cantando, se alejaba un hermoso pájaro. Tal vez un ruiseñor, que hacía salir de su pico la más hermosa poesía jamás pronunciada. Una poesía con ansia de libertad y un toque naturalista nostálgico, llevando unas ininteligibles palabras al resto del mundo que se estremecía ante el eterno canto del ave.

DEDICADO A: Ainhoa Alonso, a Manuel Díaz Vázquez y a Marta Pérez Villarán, por estar ahí cuando más falta me hacían y porque serán mis "ruiseñores" cuando yo me vaya. Dedicado también a tí, que estás leyendo ésto, y a todos los que de una forma u otra han sido un apoyo y supieron ser humildes y callados ya que sus acciones no han llegado hasta mis oídos y me han hecho un bien, les doy las gracias por ser mis "héroes del silencio", y por supuesto, a todo aquel que no para de soñar.

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