jueves, 2 de diciembre de 2010

En Mil Pedazos

Aquel alma en pena corría como azotada por un látigo invisible en el letargo de la oscura noche portuaria y cuanto más se aproximaba a su objetivo, mucho más corría hasta alcanzar la desconchada esquina de un viejo almacén en el que se paró y se tomó un respiro.



La luna resplandecía en lo alto de la negra y nocturna bóveda celeste haciéndose notar por encima del resto de los astros que la acompañaban por su eterno y místico fulgor haciendo que las demás estrellas quedasen en un segundo plano ante aquel espectáculo lumínico tan bello que quedaba relflejado en el agua del tranquilo y apaciguado mar sin que ni una sola nube alterara la parsimona presente en aquel armonioso lugar.



El chico, bajo una luz que estaba en aquella destartalada pared que hacía las veces de esquina, jugueteaba con un solitario colgante en el que había un nudo celta perenne del amor eterno y que tras contemplarlo ensimismado durante un breve lapso de tiempo, decidió darle un pequeño beso y tras éste gesto de amor particular, decidió cerrar la mano sobre él mientras se llevaba el puño con el colgante hacia su pecho y situarlo justo en el lado del corazón percibiendo así unos débiles latidos que golpeaban las paredes de su pecho y transmitía al colgante ese leve rastro de vida que aún quedaba en su pequeño e iluso corazón.



Al escuchar el ruido de unos zapatos de tacón, el chico observó oculto, qué clase de persona era la que se avecinaba por el oscuro paseo que cubría de un extremo a otro del puerto y regalaba a la vista un paisaje espléndido que solía tener como protagonista el infinito y tranquilo mar nocturno mientras la fresca brisa marina despejaba los pulmones y acariciaba los rostros de cuantos por allí pasaban. Era la persona que buscaba. Era ella, y estaba paseando sola en ese lúgubre, pero bello paseo junto al mar profundo. Lucía preciosa con ese vestido corto de verano y pintaba de forma más hermosa el ya de por sí idílico ambiente. parecía como si las estrellas girasen en torno a ella. Como si la luna hubiera perdido su protagonismo y su atracción para pasar ahora a ser una mera espectadora de los romances nocturnos del puerto.



Él, salió de su escondrijo aún con el colgante cerca de su pecho. Pero igual que él salía, alguien más se aproximó desde atrás corriendo y la chica se paró en seco y miró quién era el alma que había llamado su atención.



Ella sonrió, y un nuevo chico entró en escena. Comenzaron a hablar cálidamente y se abrazaron para más tarde, fundirse en un beso en el que hablaron todo lo que habían callado hasta entonces, riéndo una y otra vez. Besándose con suma vehemencia y placer tomando pues sus rostros una ligera mueca de felicidad y en sus miradas, un inconfundible destello de amor que incitaba a la más fiera de las lujurias y a la más sincera represión de la misma. Se respiraba cariño y amor en ese ambiente portuario.



Pero él... Él se quedó mirando perplejo y tanto los celos como la tristeza tomaron cuerpo, alma, corazón y mente que quedaron reflejados en una mirada que se perdía más allá del horizonte y en unas lágrimas que comenzaban a brotar de los oscuros ojos del chico.



Él, negó con la cabeza en repetidas ocasiones, pero ese momento quedó grabado en su retina para siempre, mientras notaba como todo a su alrededor se paraba y el tiempo se hacía su enemigo rememorando antiguos recuerdos con esa muchacha que no hacía mucho había estado reposando en sus brazos y degustando todos aquellos besos que antes habían caído por su garganta para llegar a su corazón en apenas milésimas de segundo.



Notó como el corazón se le paraba, y como su puño se abría lentamente mientras él bajaba la mano y la situaba cerca de su costado y se quedaba clavado en aquel lugar. El colgante cayó al suelo produciendo un tintineante brillo metálico mientras se partía en mil y un pedazos que nunca podrían volver a recomponer ese extraño símbolo a la par que el cielo estrellado con su luna llena comenzó a llenarse de fieras nubes de tormenta que correspondieron fielmente a la rotura del colgante con un fulgente relámpago que alumbró el cielo y se paseó de un extremo a otro del puerto de forma serpenteante mientras un poderoso trueno lo embargaba todo con su potente sonido anunciando una fuerte lluvia que no tardó en llegar.



El chico y ella sonrieron y comenzaron a correr buscando refugio.



Pero él...



Él... Se quedó allí. Quieto, sin que nadie se hubiera percatado de su presencia ni lo más mínimo mientras la lluvia caía y moría en su ropa y mojaba su pelo y su rostro mezclándose el agua de lluvia con las lágrimas del chico.



Se sentía como la fría luna: sola; sola allí en el cielo, sin nadie que la espere y la ame obstaculizada y tapada ahora por las nubes de tormenta.



Deseó con todas sus ganas estar muerto. Que su corazón dejara de latir para poder olvidar así el dolor y el sufrimiento. Pero al fin y al cabo ¿No estaba muerto ya?...

1 comentario:

  1. Hola feo! Pues aquí me tienes comentandote otra vez, la parte que más me gusta es:
    Deseó con todas sus ganas estar muerto. Que su corazón dejara de latir para poder olvidar así el dolor y el sufrimiento. Pero al fin y al cabo ¿No estaba muerto ya?..
    Me gusta el texto pero ya sabes que me gusta más el del amor eterno.

    Un beso =)

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