martes, 30 de abril de 2013

Tempus Fugit

No sé si lo que estoy viendo es un rojo crepúsculo o un lento amanecer escarlata. Sólo sé que esta es la sexta botella de alcohol que descorcho con el estruendo propio de un borracho y que parte del contenido cae en el suelo y que apenas me preocupo. Soy insensible a la algidez del cristal en mi boca, y al cálido sabor del alcohol pasando por mi garganta. Mi cuerpo está allí, pero mi mente anda perdida en alguna otra parte.

No recuerdo si lo que estoy viviendo es una rememoración confusa o una vaga realidad, o una especie de locura pasajera. El pasado parece mostrarse nítido hoy, ayer es caos, mañana... nada. Sólo sé que estoy explotando desgracias remotas que ya creía extintas para sentir que existo, aunque de una forma u otra sabía que nunca se acabarían de ir y en algún momento el dolor tendría que florecer de nuevo, de la misma forma que renacen los odios y rencores de antaño, porque las heridas del espíritu tienen la mala costumbre de ser antiguas y longevas, y de una memoria infinita, imposibles de olvidar, aunque el tiempo ayude a trasladarla de lugar en nuestro pecho. Hay cosas que pasan de la más absoluta de las nimiedades a la más importante de las razones de vivir, y lo que ayer fue una razón de vivir, mañana puede gozar de una indiferencia más pasmosa, y eso, al fin y al cabo, para todo ser humano consciente de las mutaciones que sufre el tiempo, es lacerante, pero no menos cierto es que acaba poniéndolo todo en su lugar, y al volver la vista atrás todo queda impregnado del matiz gris de la nostalgia que nos lleva a pensar que toda era pasada fue mejor. ¡Incluso los errores, los problemas parecen más pequeños que entonces! 

El tiempo pasa. Se agota. Y todo lo que se va, no vuelve. Reflexiono todo esto con un largo trago a la botella. Las oportunidades que dejaste pasar nunca volverán, pero su omisión siempre tendrá un peso sofocante sobre nuestra espalda, sobre nuestra conciencia, sobre nuestro corazón. La memoria siempre estará ahí para recordarte que has fallado, pero es de agradecer. Sin ella no me habría dado cuenta que es preferible la indigencia material a permanecer huérfano de corazón. Sin ella, no me habría dado cuenta de que estás siempre en mis pensamientos porque es inevitable. Ha pasado el tiempo, pero, imperecederamente, sigues habitando en lo más profundo de mi alma, y reniegas de irte. Eres la causa prima por la que estoy clavando mis pupilas en un disco dorado mientras, mentalmente, te dibujo entre las nubes con tu característica sonrisa. Así me doy cuenta de que hay cosas que nunca pasarán porque forman parte de nosotros, y que, por más que mueran, están condenadas a renacer eternamente, a existir en lo más hondo del recuerdo, como el hielo sobre una montaña cuando vuelve a soplar el frío invernal sobre sus picos rocosos, porque si algo odio de todo esto es que el momento se volvió estático cuando el instante se tornó gélido, como la botella que sujeto. Pero todo eso da igual. Al fin y al cabo, todo pasa, y, por desgracia, no serás una realidad, sino un recuerdo predilecto dentro de mis evocaciones mentales. 

El sol se apaga ya en la lontananza. El horizonte lo devora con lentitud. Los quejidos de los pájaros traen el rumor agonizante del astro gigantesco que pinta el cielo de rojo sangre. Las estrellas comienzan a salir a ver la solemne caída del día. Todo acaba. Todo pasa. Todo vuelve. La luz muere, pero mañana volverá a salir, aunque todo tenga su fin. De eso estoy seguro. El tiempo corre. Y bajo ningún concepto se detiene.

2 comentarios:

  1. Lo de la sexta botella no te lo crees ni tu.
    Borracho no se puede escribir esto ni de coña!.

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    1. No lo he escrito borracho. Y tampoco especifico de qué era la botella. Ni cuál era su tamaño.

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