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Un aullido salió de boca de un
lobo. Se oyó bastante lejano, pero Tristán ya se hacía la idea de que esa noche
moriría bajo las fauces de alguna de aquellas bestias salvajes. Miraba hacia
ambos lados desconcertado, buscando alguna pista que le llevase por el buen
camino, pero todo le parecía igual. Los ojos seguían centelleando en la
oscuridad, el miedo seguía tomando el corazón del niño, y el frío helaba su
garganta y sus pulmones ahogando los escasos gritos que daba.
Entonces comenzó a fallarle la
linterna. Un sudor frío recorrió la frente de Tristán que comenzó a golpear con
violencia la linterna.
-No, por favor, ahora no, ¡no me
falles, por favor!
Echó un nuevo vistazo al bosque.
La tenue luz lunar sólo dibujaba rostros maléficos y escenas terroríficas entre
las ramas del bosque. Apenas iluminaba el suelo a causa de la niebla que lo
envolvía absolutamente todo. Todo parecía ahora más oscuro que antes, y el
miedo aumentó en el pecho de Tristán que seguía golpeando la linterna, ahora
contra el suelo y de rodillas. Pareció volver a funcionar y, elevándose,
iluminó al grupo de árboles que tenía delante cuando vio una silueta que le
resultó familiar. Sintió cómo el aire le faltaba en los pulmones. Abrió y cerró
los ojos. Allí no había nada. Se tranquilizó. El miedo parecía haberle
traicionado.
-No existes... sólo estás en mi
imaginación. No existes, no existes... Sí... eso es... no existes.-Murmuraba.
-¿Estás seguro de ello, Tristán?
El chico se giró de inmediato y
cayó al suelo de espaldas. La linterna se desplomó varios metros más allá de
donde estaba y su rostro palideció. Ante sus ojos se alzaba la figura de un hombre
enorme, delgado, pálido, con un traje de chaqueta negra y sin rostro.
-¡No existes! ¡Déjame! ¡Vete!
-¿Seguro? ¿Si no existiese podría
hacer esto?-Una mano de aquel hombre agarró la linterna y la hizo
añicos.-Parece que todo es más real ahora, ¿no?
-No existes, no existes.-Tristán
se arrastraba por el suelo mirando al monstruo que tenía delante. Su voz era
ronca, e irradiaba maldad. Una risa maléfica salió de su garganta.
-Estoy aquí por eso, Tristán,
porque dices que no existo. Te has burlado de mí durante años, de las historias
que contaban. No les has dado credibilidad y has ridiculizado a los niños que
la vivieron, como tú, perdidos en un bosque. ¿Crees que no sé que te reías de
ellos cuando visitaban al psicólogo porque tenían pesadillas conmigo? Lo sé
todo, Tristán. Lo sé y lo he visto todo.
-No eres más que un producto de mi
imaginación...
-Sigue convenciéndote de que no
existo, así le darás emoción al juego. ¿Sabes a qué me gusta jugar, Tristán?-El
niño negó con la cabeza.-Al escondite. El que pierde muere, ¿qué te parece si
jugamos un poco? Esta noche es perfecta para jugar.-Una risa maléfica salió del
hombre.
El niño comenzó a correr por el
bosque como si fuera una gacela. Esquivaba los árboles con agilidad y se
desplazaba con una velocidad impropia. Aquello no podía estar sucediéndole.
No... Aquel ser no podía existir, aquel ser con el que habían intentado
asustarlo desde pequeño para que no se escondiera en los bosques, aquel ser del
que tanto se había reído no podía ser real.
-Así que quieres esconderte tú,
¿eh? Está bien... contaré hasta diez, Tristán, y después te buscaré, ¿de
acuerdo?-Una nueva risa inundó el bosque de miedo. Los roedores que se habían
mostrado curiosos ahora huían a sus madrigueras, y los búhos,
ante expectantes volaban sobre la cabeza de Tristán buscando algún
agujero en el que refugiarse.
-Uno.-Tristán continuó corriendo
sin parar. La respiración era cada vez más dificultosa a causa del aire helado
que se colaba por su nariz y hería los pulmones.
-Dos... Tres...-La figura de aquel
monstruo parecía estar en todos lados por los que corría y su risa embotaba sus
sentidos.
-Cuatro... Cinco...-Tristán
alcanzó a ver una casa a lo lejos. Parecía abandonada, pero se convenció de que allí estaría seguro.
-Seis... Siete...-Tristán abrió la
puerta y la cerró con gran estruendo. Allí estaría a salvo. Se colocó bajo una
ventana para poder ver lo que pasaba en el bosque.
-Ocho... Nueve... Diez... ¡Allá
voy Tristán!-Una risa diabólica salió de su garganta y se coló por todas las
ramas del bosque.
El infante temblaba de miedo, pero
algo dentro de sí le decía que allí dentro estaría seguro hasta que amaneciese.
Miró por la ventana y vio acercarse la figura del hombre, pero éste pareció no
percatarse de su presencia y continuó su marcha en dirección opuesta a la casa.
Pasados unos minutos, Tristán se atrevió a levantarse y a inspeccionar. El
monstruo no volvería, al menos, por el momento.
La vivienda estaba completamente a
oscuras. No había luces, ni velas, ni nada para iluminarla. Tristán suspiró y
continuó su exploración. Todas las habitaciones estaban vacías y el mobiliario
era escaso: una cama en una habitación, una armario en otra... decidió subir,
con cuidado, los peldaños de una escalera que daban a una planta superior. Allí
siguió su búsqueda y dio con un cuarto de baño sucio y mugriento, así como dos
habitaciones más similares a las de abajo. Suspiró y miró al techo cuando
encontró una nueva habitación. No se había percatado antes de su existencia
porque la puerta estaba casi cerrada y no había reparado en tal detalle. Con su
mano derecha empujó suavemente la puerta y ésta se abrió no sin un chirrido
molestó. Tristán dio dos pasos y su sangre se heló. Su corazón, nervioso, se
aceleró hasta el punto de asfixiarse por la velocidad a la que corría su linfa
por las arterias. Sus miembros paralizados, sus labios morados, su piel
pálida... sus ojos... presenciando aquel terrible espectáculo. Decenas de
cuerpos en putrefacción, huesos varios, miembros esparcidos por toda la
habitación convertían aquel lugar en un espectáculo infernal. Sintió cómo la
bilis le subía por el esófago y le hervía la laringe. Se giró para salir de ahí
inmediatamente.
-Parece que has encontrado a tus
nuevos amigos, Tristán.-El monstruo estaba delante suya. Tristán tropezó y cayó
justo encima de los cuerpos muertos que resultaron ser de niños.- ¿Qué te
parece si te unes a ellos? ¡Eso te enseñará a no volverte a reír de
Slenderman!
Unos tentáculos salieron de la
espalda del monstruo y penetraron por la boca del chico hasta llegar a la
garganta. Comenzó a ahogarlo mientras lo sostenía con sus dos huesudas manos y
sus frágiles brazos a un metro alzado del suelo.
-Ya no parece todo tan gracioso,
¿verdad, Tristán? ¿Qué te pasa? ¿Por qué no te ríes ahora? Te noto como
ahogado...-La risa tomó toda la habitación mientras los ojos de Tristán se iban
vidriando poco a poco. Movía sus pies buscando el suelo y trataba de liberarse
de aquel monstruo. Varias lágrimas salieron de sus ojos mientras sentía cómo
sus pulmones no recibían el oxígeno necesario para vivir, cómo su sangre
comenzaba a fluir lentamente y, como de su corazón descendía la velocidad de
sus latidos. Comenzó a cerrar los ojos cuando cayó al suelo y una bocanada de
aire penetró por sus pulmones que se ensancharon. Comenzó a toser y a respirar
con dificultad. Miró a su alrededor... no había cadáveres y Slenderman tampoco
estaba allí. Se levantó y salió al bosque corriendo. Atravesó los árboles con
la misma velocidad que antes mientras lloraba. Estaba vivo que no era poco. Su
corazón se llenó de esperanza cuando vio, a lo lejos, dos luces y escuchó a dos
personas gritando su nombre. Las voces le resultaron familiares.
-¡Mamá! ¡Papá! ¡Estoy
aquí!-Tristán aceleró su marcha hasta caer en brazos de su madre que tiró la
linterna al suelo y lo abrazó tiernamente.
-Creíamos que te habíamos perdido
para siempre. Prométeme que nunca más te escaparás así, ¿de acuerdo?-Tristán
asintió.
Su padre le cogió en brazos
mientras se dirigían hacia el coche que estaba fuera del bosque, unos cientos
de metros más hacia delante en línea recta. Tristán dedicó una última mirada a
la arboleda y lo vio allí una última vez. Postrado de pie al lado de un árbol.
Mirándolo sin ojos. Llamándolo sin boca. Respirando sin nariz. Riéndose sin
garganta... Slenderman...