domingo, 2 de diciembre de 2012

The Slenderman

Tristán corría por el bosque sin mayor luz que la de una linterna. Se había perdido por el bosque y era de noche. La luz artificial apenas alcanzaba para iluminar un par de metros más allá de su posición. Miles de ojos le observaban entre la oscuridad, entre la niebla. Se sentía verdaderamente perseguido a pesar de que las miradas que se clavaban en él no eran más que la de animales curiosos, pequeños roedores que se habían sentido atraídos ya fuese por la luz, o ya fuese por la rara presencia de un niño humano de no más de once años. Tiritaba de frío y de terror. La noche invernal se cernía sobre su cabeza y el abrigo rojo que llevaba no era suficiente para aplacar las bajas temperaturas que le calaban los huesos. De su boca salía un vaho que se confundía con la niebla. No veía más que árboles. Árboles y más árboles. Árboles y más árboles. Ahora pensaba en las palabras de su madre -no te alejes mucho, que puedes perderte y no te vamos a buscar.-Decía con una sonrisa. ¿Qué debían estar haciendo sus padres ahora? Se imaginaba a su madre llorando desconsolada en el coche mientras su padre la abrazaba y le mentía diciéndole que todo iba a salir bien. 

Un aullido salió de boca de un lobo. Se oyó bastante lejano, pero Tristán ya se hacía la idea de que esa noche moriría bajo las fauces de alguna de aquellas bestias salvajes. Miraba hacia ambos lados desconcertado, buscando alguna pista que le llevase por el buen camino, pero todo le parecía igual. Los ojos seguían centelleando en la oscuridad, el miedo seguía tomando el corazón del niño, y el frío helaba su garganta y sus pulmones ahogando los escasos gritos que daba.

Entonces comenzó a fallarle la linterna. Un sudor frío recorrió la frente de Tristán que comenzó a golpear con violencia la linterna.

-No, por favor, ahora no, ¡no me falles, por favor!

Echó un nuevo vistazo al bosque. La tenue luz lunar sólo dibujaba rostros maléficos y escenas terroríficas entre las ramas del bosque. Apenas iluminaba el suelo a causa de la niebla que lo envolvía absolutamente todo. Todo parecía ahora más oscuro que antes, y el miedo aumentó en el pecho de Tristán que seguía golpeando la linterna, ahora contra el suelo y de rodillas. Pareció volver a funcionar y, elevándose, iluminó al grupo de árboles que tenía delante cuando vio una silueta que le resultó familiar. Sintió cómo el aire le faltaba en los pulmones. Abrió y cerró los ojos. Allí no había nada. Se tranquilizó. El miedo parecía haberle traicionado. 

-No existes... sólo estás en mi imaginación. No existes, no existes... Sí... eso es... no existes.-Murmuraba.
-¿Estás seguro de ello, Tristán?

El chico se giró de inmediato y cayó al suelo de espaldas. La linterna se desplomó varios metros más allá de donde estaba y su rostro palideció. Ante sus ojos se alzaba la figura de un hombre enorme, delgado, pálido, con un traje de chaqueta negra y sin rostro.

-¡No existes! ¡Déjame! ¡Vete!
-¿Seguro? ¿Si no existiese podría hacer esto?-Una mano de aquel hombre agarró la linterna y la hizo añicos.-Parece que todo es más real ahora, ¿no?
-No existes, no existes.-Tristán se arrastraba por el suelo mirando al monstruo que tenía delante. Su voz era ronca, e irradiaba maldad. Una risa maléfica salió de su garganta.
-Estoy aquí por eso, Tristán, porque dices que no existo. Te has burlado de mí durante años, de las historias que contaban. No les has dado credibilidad y has ridiculizado a los niños que la vivieron, como tú, perdidos en un bosque. ¿Crees que no sé que te reías de ellos cuando visitaban al psicólogo porque tenían pesadillas conmigo? Lo sé todo, Tristán. Lo sé y lo he visto todo. 
-No eres más que un producto de mi imaginación...
-Sigue convenciéndote de que no existo, así le darás emoción al juego. ¿Sabes a qué me gusta jugar, Tristán?-El niño negó con la cabeza.-Al escondite. El que pierde muere, ¿qué te parece si jugamos un poco? Esta noche es perfecta para jugar.-Una risa maléfica salió del hombre.

El niño comenzó a correr por el bosque como si fuera una gacela. Esquivaba los árboles con agilidad y se desplazaba con una velocidad impropia. Aquello no podía estar sucediéndole. No... Aquel ser no podía existir, aquel ser con el que habían intentado asustarlo desde pequeño para que no se escondiera en los bosques, aquel ser del que tanto se había reído no podía ser real. 

-Así que quieres esconderte tú, ¿eh? Está bien... contaré hasta diez, Tristán, y después te buscaré, ¿de acuerdo?-Una nueva risa inundó el bosque de miedo. Los roedores que se habían mostrado curiosos ahora huían a sus madrigueras, y los búhos, ante expectantes volaban sobre la cabeza de Tristán buscando algún agujero en el que refugiarse.
-Uno.-Tristán continuó corriendo sin parar. La respiración era cada vez más dificultosa a causa del aire helado que se colaba por su nariz y hería los pulmones.
-Dos... Tres...-La figura de aquel monstruo parecía estar en todos lados por los que corría y su risa embotaba sus sentidos.
-Cuatro... Cinco...-Tristán alcanzó a ver una casa a lo lejos. Parecía abandonada, pero  se convenció de que allí estaría seguro.
-Seis... Siete...-Tristán abrió la puerta y la cerró con gran estruendo. Allí estaría a salvo. Se colocó bajo una ventana para poder ver lo que pasaba en el bosque.
-Ocho... Nueve... Diez... ¡Allá voy Tristán!-Una risa diabólica salió de su garganta y se coló por todas las ramas del bosque. 

El infante temblaba de miedo, pero algo dentro de sí le decía que allí dentro estaría seguro hasta que amaneciese. Miró por la ventana y vio acercarse la figura del hombre, pero éste pareció no percatarse de su presencia y continuó su marcha en dirección opuesta a la casa. Pasados unos minutos, Tristán se atrevió a levantarse y a inspeccionar. El monstruo no volvería, al menos, por el momento. 

La vivienda estaba completamente a oscuras. No había luces, ni velas, ni nada para iluminarla. Tristán suspiró y continuó su exploración. Todas las habitaciones estaban vacías y el mobiliario era escaso: una cama en una habitación, una armario en otra... decidió subir, con cuidado, los peldaños de una escalera que daban a una planta superior. Allí siguió su búsqueda y dio con un cuarto de baño sucio y mugriento, así como dos habitaciones más similares a las de abajo. Suspiró y miró al techo cuando encontró una nueva habitación. No se había percatado antes de su existencia porque la puerta estaba casi cerrada y no había reparado en tal detalle. Con su mano derecha empujó suavemente la puerta y ésta se abrió no sin un chirrido molestó. Tristán dio dos pasos y su sangre se heló. Su corazón, nervioso, se aceleró hasta el punto de asfixiarse por la velocidad a la que corría su linfa por las arterias. Sus miembros paralizados, sus labios morados, su piel pálida... sus ojos... presenciando aquel terrible espectáculo. Decenas de cuerpos en putrefacción, huesos varios, miembros esparcidos por toda la habitación convertían aquel lugar en un espectáculo infernal. Sintió cómo la bilis le subía por el esófago y le hervía la laringe. Se giró para salir de ahí inmediatamente.

-Parece que has encontrado a tus nuevos amigos, Tristán.-El monstruo estaba delante suya. Tristán tropezó y cayó justo encima de los cuerpos muertos que resultaron ser de niños.- ¿Qué te parece si te unes a ellos? ¡Eso te enseñará a no volverte a reír de Slenderman! 

Unos tentáculos salieron de la espalda del monstruo y penetraron por la boca del chico hasta llegar a la garganta. Comenzó a ahogarlo mientras lo sostenía con sus dos huesudas manos y sus frágiles brazos a un metro alzado del suelo.

-Ya no parece todo tan gracioso, ¿verdad, Tristán? ¿Qué te pasa? ¿Por qué no te ríes ahora? Te noto como ahogado...-La risa tomó toda la habitación mientras los ojos de Tristán se iban vidriando poco a poco. Movía sus pies buscando el suelo y trataba de liberarse de aquel monstruo. Varias lágrimas salieron de sus ojos mientras sentía cómo sus pulmones no recibían el oxígeno necesario para vivir, cómo su sangre comenzaba a fluir lentamente y, como de su corazón descendía la velocidad de sus latidos. Comenzó a cerrar los ojos cuando cayó al suelo y una bocanada de aire penetró por sus pulmones que se ensancharon. Comenzó a toser y a respirar con dificultad. Miró a su alrededor... no había cadáveres y Slenderman tampoco estaba allí. Se levantó y salió al bosque corriendo. Atravesó los árboles con la misma velocidad que antes mientras lloraba. Estaba vivo que no era poco. Su corazón se llenó de esperanza cuando vio, a lo lejos, dos luces y escuchó a dos personas gritando su nombre. Las voces le resultaron familiares.

-¡Mamá! ¡Papá! ¡Estoy aquí!-Tristán aceleró su marcha hasta caer en brazos de su madre que tiró la linterna al suelo y lo abrazó tiernamente.
-Creíamos que te habíamos perdido para siempre. Prométeme que nunca más te escaparás así, ¿de acuerdo?-Tristán asintió.

Su padre le cogió en brazos mientras se dirigían hacia el coche que estaba fuera del bosque, unos cientos de metros más hacia delante en línea recta. Tristán dedicó una última mirada a la arboleda y lo vio allí una última vez. Postrado de pie al lado de un árbol. Mirándolo sin ojos. Llamándolo sin boca. Respirando sin nariz. Riéndose sin garganta... Slenderman...



lunes, 19 de noviembre de 2012

Werther hoy

Werther tenía delante de sí la pantalla de un ordenador portátil con el Tuenti encendido en el oscuro salón de su casa. Estaba recostado en el sofá, ebrio, con varias botellas de alcohol tiradas a su alrededor, cada una con un nombre distinto… esperaba esa respuesta que nunca llega.

Tras suspirar, se llevó la mano a su pantalón y sacó un cigarro. Mientras lo encendía, besó el pitillo, y de él comenzaron a salir las primeras bocanadas de humo que llenaron sus pulmones. Lo miró fijamente antes de soltarlo en un cenicero colapsado de colillas para ponerse a escribir.

Estaba en el perfil de Charlotte, admirando su fotografía principal. Era tan bella… le hipnotizaban aquellos ojos verdes, aquellos cabellos dorados que cada mañana competían en brillo con el sol… pero ella no le hacía caso. No. Él siempre había sido demasiado poco para ella, o eso pensaba Werh, como le llamaba cariñosamente.

Llevó sus manos a teclado. Pinchó en un botón en el que ponía “mensaje privado” y comenzó a pasar sus ágiles dedos por las letras.

“Querida Charlotte… no puedo más… espero que entiendas lo que voy a hacer, pero yo ya no puedo con la desesperación. Tal vez sea porque estoy borracho, pero siento que el alma se me apaga, que nada tiene sentido sin ti, pero tú y Albert estáis demasiado unidos… sí… es mejor para todos, ¿entiendes? Pero bueno… no sé… no sé qué decirte. El alcohol me dificulta escribir. No sé ni lo que digo, pero quiero que sepas que, esté donde esté, te amaré siempre, Charlotte. Un beso de tu Werth…”

Al lado del teclado había una jeringuilla. Werther sonrió y, mientras se inyectaba el líquido mortal en sus venas, puso una canción en su ordenador. Sonaba Smells like teen spirits de Nirvana. Siempre había adorado a Kurt Cobain, y ahora quería acabar como él.

Un pitido salió del portátil interrumpiendo la canción durante unos segundos…

-¿Werth? ¿Qué haces? ¿Qué significa el privado? ¿Estás ahí? Tengo que hablar contigo… He dejado a Albert. Ya te contaré.

Nunca supo nadie de dónde sacó Werther la pistola que acabó con su vida… pero tampoco Charlotte recibiría jamás una respuesta de su Werth. Nunca. 

Publicado en el foro de Verbalina, 

miércoles, 17 de octubre de 2012

Carta de suicidio

Querida Marta...

Las ganas de vivir me abandonan. Mi vida no es más que un cúmulo de desventuras. Recuerdos trágicos de un tiempo pasado que, poco a poco, segundo a segundo, se va haciendo más latente. Más cercano. Parece que fue ayer mismo cuando me ridiculizaron por primera vez, cuando me fije en aquella chica tan perfecta, cuando mis compañeros de clase me animaron a acercarme a ella para acabar destrozando mis sueños. Hice el tonto esa vez. La imagen de ella rechazándome y de toda la clase riéndose de mí me pesan demasiado. Fui un fracasado y siempre lo seré. No hay forma de levantar cabeza: cuando parece que me he levantado, un nuevo pie me vuelve a pisar para hundirme más en el lodo del tiempo. Estoy sucio. Me siento sucio... y todo porque nunca he estado a la altura de ninguna circunstancia.

¿Qué? ¿Que cómo lo sé? Lo noto en cada mirada. Hay destellos de burla en la cara de mis amigos, muecas de asco en la cara de ella, sonrisas sádicas entre mis compañeros de clase, y miradas de decepción y fracaso en la de mis padres. Tal vez sea esta última la que más me duela. No estar a la altura de las circunstancias, saber que has fallado en todas las espectativas que tus padres tenían puestas en ti, en tantos años de esfuerzo, sacrificio, cariño y esperanzas... ¡Todo roto! ¡Demasiadas ilusiones rotas! ¿Y qué decir de ella? ¡Ella sigue sin mirarme! Fui sólo un interés. Solo una marioneta. Una marioneta suicida entre sus manos. Sí. Sólo eso... una mota de polvo en su vida. Un suspiro más, una mirada más... un hombre más. Quise entregarle mi corazón a una mujer a la que amaba por encima de todo. Quise conquistarla, dejarle ver que, aunque yo no era su prototipo, estaba dispuesto a darle todo el amor que quería. Todo el amor que otros hombres no le habían dado, gente que la consideraba mujer de una sola noche pero yo... yo sólo me llevé sus lágrimas. Sus quejas, sus lamentos quedaron, para siempre, cerrados con llave en mi corazón... oyendo hablar de tipos que la trataban como objetos o que pasaban de ella. Palabras que no eran más que puñales desgarrando la carne de mi pecho. Cada nombre que pasaba, cada anécdota que contaba... todo eran puñaladas. Cada lágrima vertida por ella no era más que una miserable gota de sangre predestinada a resbalar sobre mis sábanas para caer en el olvido. ¡Ah! ¡Sí! ¡Tanto amor! ¿Por qué debió de ser así? ¿Por qué debió acabar así? No lo entiendo... Te he escuchado, te he amado tanto, te deseo tanto... Pero yo era demasiado poco para ti. No era un chulo de gimnasio. No. Tú no buscabas un tipo normal que te quisiese. No. Tú tenías que fijarte en un hombre fuerte, tatuado y que no supiese hacer nada, que la única neurona que tuviese estuviese educada en el arte de levantar pesas y de insultar a la gente como yo. No. No es el tipo "intelectual" con el que te imaginas estar. Dudo que matarse en el gimnasio de tal forma, a base de esteroides y proteínas le den para leer, si quiera, un par de versos de Bécquer, y ya no digamos de Platón. Pregúntale quién es Nietzsche, ¿te sabría responder? No... Demasiados versos de Machado se han perdido entre mis páginas. Demasiados poemas de Lorca se han perdido entre mis recuerdos. De ellos sólo quedan cenizas, cenizas vivas que se niegan a morir y que, noche tras noche, vuelven a mi cabeza agonizantes.

Mi propio alma agoniza también. Ella... ¿por qué sigues viniendo a mí? ¡Todo sería mejor si no te hubiese conocido! ¡Todo! Pero ya no puedes salir de mi vida... No. Te suplico que te quedes un rato más, que me sigas hiriendo, que tu recuerdo me siga asesinando lentamente, como si de un muerto en la horca se tratase. Una horca bajo una silla que nunca acaba de volcar. Mirando al infinito, esperando a que en un reloj den las doce para pegarle una patada y quedar colgado del techo mientras me voy asfixiando. ¡Ah! Dulce tortura la de tus ojos. Quédate un poco más... es lo único que me queda de ti.

No debí haberme arriesgado declarándote mi amor. Eso es un hecho que acepté desde tu primer rechazo. Sabía que yo no estaba hecho para ti. Demasiado poco, la verdad, pero... lo tenías que saber. No podía dejar que te escaparas de mi vida sin saberlo y ahora... mira. No estás en mi vida, pero te niegas a salir de ella. Apenas intercambias un par de palabras conmigo en clase o en la calle. Yo, que tantas veces te he escuchado, que tantas veces te he consolado, que tanto, tanto, tanto te he querido, que has sido el objeto del mayor de mis deseos. Pero te niegas a irte de ella, ¿por qué? ¡No sales de mi cabeza! Te maldigo a cada segundo. Desearía que te borraras de mi memoria pero... sólo un segundo más... déjame recordarte un segundo más... y así es siempre. Día tras día, mes tras mes y mazazo tras mazazo. Deseo apartarte de mi vida, pero quiero seguir pensándote, sintiéndote un par de segundos más... Siempre.

Ahora ya no me queda nada. Nada... Todo lo perdí por ti. Todo se fue contigo. Eras demasiado para mí. Podría haber matado al engendro machista que tienes por novio y todo se habría solucionado. Un tiro en la cabeza a la salida del gimnasio y fin a todo. Se acabó. Habría ido a la cárcel, pero, ¿y qué? Un alma destruida sólo desea la soledad. Tal vez allí la habría encontrado y habría salido al tiempo, y habría ido de psicólogo en psicólogo y de rehabilitación en rehabilitación... pero matándole sólo conseguiría que me odiarás más.

Sé que sólo soy una carga para ti. Que no merezco ni que me mires... lo siento. Perdóname por haber entrado en tu vida, pero pronto saldré de ella.  Hace mucho tiempo que el telediario no saca una noticia de un crimen pasional...

Un abrazo, Marta. Te quiero.

Abel.


Basado en el videoclip de "Inseguridad" de Kako Malo, perteneciente a la mixtape de Baghira "Bloddy Halloween II".

jueves, 27 de septiembre de 2012

Ellos


  Escuchaba sus gemidos y sus gruñidos tras las puertas del cuarto de baño. Su indumentaria era la de una persona normal, pero sus rostros eran pálidos y deformes, sus labios morados, y sus pechos estaban carentes de toda vida. No había nada latiendo en ellos. Ni un simple pálpito de una humanidad pasada. Algo que les identificara. Algo que me identificara. No había nada. Sus caras eran iguales a los de mi padre, mi madre, mis amigos... pero ninguno parecía reconocerme, ni yo a ellos. Se habían convertido en monstruos carentes de toda noción y emoción, incapaces de distinguir entre el bien y el mal, guiados sólo por su instinto destructivo. No había cariño en sus miradas, ni amor, ni la dulzura que les había caracterizado. Tampoco odio, ni ira, ni rencor. Sus ojos eran, simplemente, cristales opacos incapaces de mostrar ningún sentimiento más allá de una muerte en vida. Eran verdaderos muertos vivientes.

La puerta estaba atrancada. Eso atrasaría su marcha sobre mí. Cogí el móvil y comencé a marcar números de mi agenda con la esperanza de que hubiera aún alguien como yo. Alguien con vida. Alguien que no estuviese controlado por algo invisible, capaz de arrancar la vida de las personas hasta convertirlas en seres monstruosos e indolentes sin corazón alguno. Sin cerebro, incapaces de razonar. ¿Qué había cambiado en ellos que los había vuelto tan despreciables? 

Apoyé mis manos sobre el lavabo intentando recobrar el aliento y poner en orden mis ideas, pero era imposible. El nerviosismo producido por el miedo impedían a mi corazón latir más despacio y a mis extremidades ser tan eficaces. Sólo pensaba en salir de allí. En sobrevivir al nuevo mundo que se avecinaba. Observé por la ventana. Varios de esos muertos corrían tras una mujer a la que dieron caza acorralándola en un rincón... ¡Es espantoso! La devoran como si fuera un trozo de carne sin más. Como si no fuera una persona... sus bocas, sus amenazantes bocas, lucen ahora llenas de sangre. La vida se apaga poco a poco en esa persona. Chillaba de terror y dolor, mientras ellos seguían devorándola poco a poco mientras su vida se apagaba muy lentamente. Me obligué a apartar la mirada de inmediato. No podía ver aquel espectáculo tan lamentable, y, a pesar de querer ayudarla, en lo más profundo de mi corazón, sabía que hacía lo más sensato. Si hubiera bajado, me habrían cogido, y ahora habría dos cadáveres más. Aún así, me sentía tremendamente mal. ¿Qué habría hecho otra persona en mi lugar? ¿Debía haberle prestado auxilio? ¿Era la razón la que había impedido llamar la atención de aquellos seres, o había sido un acto de cobardía? ¡Ah! ¡Demasiados juicios morales! ¡Demasiadas contradicciones internas ahora!-Has hecho lo correcto.-Me decía a mí mismo.-Ahora sólo queda pelear por tu vida.-Intentaba autoconvencerme de que había obrado bien a pesar de todos los dilemas morales que tenía encima.

Seguí marcando números una y otra vez. Nada. Ni una simple respuesta. Me giré y miré a la puerta. Ya estaban ahí. Escuchaba sus gemidos perfectamente. Sus gruñidos. Como si quisieran comunicarse pero no pudieran articular una simple palabra. Un golpe se escuchó tras la puerta. Otro más. Y otro. Y así sucesivamente, con mayor violencia y sin interrumpirse. Eran varios brazos los que golpeaban la madera que nos separaba. Cedería de un momento a otro. Corrí hacia la ventana para comprobar si podía escapar por allí... pero ellos aún estaban ahí, devorando a su agónica presa. Los gritos tras la puerta aumentaron, así como la magnitud de los golpes, mucho más fuertes ahora. Miré la bañera. No me lo pensé dos veces. Abrí la cortina y me tumbé dentro, esperando a que Dios fuera el juez que determinase mi destino próximo. Corrí la cortina justo en el momento en el que la puerta comenzó a ceder y los muertos entraron en el cuarto. Eran un grupo de tres. Los reconocía perfectamente. Comencé a rezar para que no se percatasen de mi presencia. Caminaban muy lentamente. Se paseaban con una tensa tranquilidad por todo el baño, observando cada objeto como si fuese la primera vez que lo veían. Apreté los dientes con fuerza mientras un sudor frío corría por mi frente. Apenas me atrevía a respirar por miedo a que me descubriesen. Incluso tenía miedo de que escuchasen los latidos de mi corazón, como si el órgano vital fuese un martillo que golpease una plancha de hierro. Estaba realmente atemorizado. No me atrevía a mover un músculo... ni siquiera me atreví a mirar. 

Un grito se escuchó fuera. Los seres del cuarto de baño comenzaron a correr tras escuchar el sonido gutural procedente de la calle. La habitación volvía a estar sola. Me elevé poco a poco y salí de la ducha muy lentamente, sin hacer ruido, como un ágil felino. No había nadie. Un silencio sepulcral invadió toda la casa. Nada. Estaba todo en plena quietud. No se escuchaba nada más que el viento pasando por las ventanas rotas y algún que otro grito aislado muy lejano de donde me encontraba. No había mayor movimiento que las cortinas mecidas por la fría brisa. Me parecieron fantasmas. La sangre se me heló sólo de pensarlo, pero conseguí tranquilizarme... eran sólo eso: pensamientos. También pensé que la humanidad nunca llegaría a un holocausto de esta magnitud. Ya no sabía qué pensar. Todo lo sobrenatural me parecía posible. Todos los diablos me parecían posibles. Todo lo que ayer no tenía sentido, se convertía ahora en miedos que atenazarían el corazón de cualquier ser humano. 

Volví al lavabo. Allí estaba mi móvil. No tenía a nadie más a quien llamar. Suspiré y decidí despejarme un poco antes de salir de allí para no volver. Abrí el grifo para refrescarme el rostro con agua y alejar, así, los recuerdos que atormentaban mi alma y relajarme. Cogí un poco del líquido transparente y me lo eché sobre la cara. Suspiré y elevé mi rostro. Me vi en el espejo. Era diferente al resto. Era de lo poco que quedaba con vida en la Tierra. Probablemente fuera el único. No sabía nada. Estaba cansado. Todos los seres que quería, todos los seres que amaba... eran ahora como ellos. Estaba solo. Solo y desesperanzado, como un náufrago en mitad del océano aferrándose a una tabla como última posibilidad. El agua seguía corriendo. Decidí volver a echármela en la cara e irme después. Suspiré. El agua fría me despejaba, pero me hacía ver que esto era una triste realidad y no una mera pesadilla adolescente. No... aquello no era como una película... era verdad. 

Elevé mi rostro y palidecí. Tras de mí había tres de ellos. Reconocí el rostro de la chica que no socorrí. Estaba clavado en el espejo. Mirándome. Al lado suya, dos hombres tenían las fauces llenas de sangre y mostraban los dientes como lobos hambrientos. El móvil comenzó a sonar. La mujer gritó y sentí un tirón tras mis piernas. El móvil cayó justo delante mía, apenas a un centímetro de mis manos... podía llegar... casi... casi... pero un nuevo tirón me apartó de la esperanza. Intenté zafarme de su tenaz abrazo, alejarme de sus gritos, pero sus brazos eran más fuertes que los míos. La oscuridad me envolvió. Sentí unos colmillos clavándose en mi cuello y no pude reprimir un agónico aullido de dolor. Lo último que escuché tras el móvil fueron varios gritos que se iban acercando... antes de morir y pasar a ser uno de Ellos.

Basado e inspirado en el videoclip de Rayden
"Caminantes" perteneciente a la mixtape de Baghira Bloddy Halloween II.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Nerón Claudio

El emperador Nerón se había parado a descansar a los pies de un árbol. El sofocante calor de aquel atardecer del mes de junio le habían dejado exhausto. Necesitaba recobrar un poco de aire antes de proseguir su huida. Los pocos esclavos que había logrado traer consigo también descansaban a varios metros alejados del emperador.

Un hombre se le acercó sigilosamente portando una bota de agua de cuero marrón. Su cabello castaño y sus facciones fuertes y adultas dejaban ver una edad madura en él, pero un brillo en sus ojos negros atestiguaban un vigor propio de un adolescente. Su rostro aparentaba tranquilidad y serenidad, nada que ver con el nerviosismo y la inquietud que atenazaba el cuerpo del joven Nerón Claudio.

Miró el emperador al hombre y cogió la bota que éste le ofrecía bebiendo un largo trago de agua fresca.

-Epafrodito... he estado pensando en qué pasará si me cogen.-Comentó el princeps* mirando hacia el suelo. De una de las mangas de su toga sacó un estilete y se quedó mirando largo tiempo.
-¿Estáis pensado en el suicidio?
-Estoy pensando en el suicidio. Me busca demasiada gente. No puedo estar tranquilo. Primero está ese Sulpicio Galba, gobernador de la Tarraconense* al que han nombrado princeps, después Vitelio en el Rin, a quien también han nombrado jefe del principado, y también está Salvio Otón, proclamado por la guardia pretoriana.-Nerón cerró los ojos y suspiró. Miró al cielo un breve período de tiempo.-Otón... Marco Salvio Otón... mi amigo, ¿quién lo diría, Epafrodito? Nunca pensé que Otón se sublevaría contra mí... ¡contra un amigo!
-Sólo los dioses pueden saber qué pasa por la mente de los hombres para cometer tal traición, princeps. Sólo los dioses.
-Temo, Epafrodito, que los dioses me han abandonado hace mucho tiempo. Les he dedicado espectáculos en el anfiteatro, les he hecho los mejores sacrificios, ¿y cómo me lo pagan? ¡Me dan la espalda! ¿Por qué, Epafrodito? ¿Por qué?
-No lo sé, princeps. No lo sé. Los dioses son caprichosos.

Epafrodito miró el estilete. Nerón sudaba. Había cierta duda en su mirada...

 No. Nerón no deseaba acabar con su vida. Nerón se negaba a abandonar el mundo de los vivos a pesar de apuntar con el estilete hacia su pecho. Su voluntad de suicidio estaba meditada, pero su deseo de vivir chocaba violentamente con aquella extraña idea. Era demasiada la intensidad con la que Nerón apreciaba la vida, pero eso no pasó desapercibido para su secretario, que prosiguió su conversación con el princeps.

-Debéis de suicidaros, princeps. Así vuestra dignidad y vuestro honor permanecerán intactos. ¡A saber qué pretenden haceros esos bárbaros que se hacen llamar romanos! ¡Porque son bárbaros, princeps! Pero no temáis... vuestro séquito, vuestros acompañantes, os seguirán hasta la muerte. Se suicidarán por su dominus* y con su dominus. No os dejarán solo en esta batalla, princeps. No os dejarán. Su destino se selló cuando decidieron partir con el princeps de Roma, y sufrirán su mismo final.
-Dices la verdad, Epafrodito. Dices la verdad. No hallo mentira alguna en tus palabras. Creo que debo hacerlo, y lo haré. Ven, ¡ayúdame a levantarme! ¡Un princeps de Roma debe morir en pié, por Júpiter!

Epafrodito tendió una mano a Nerón quien la usó como apoyo para levantarse. El princeps de Roma, mirando al cielo, dirigió una dramática oración a los dioses, a quien confiaba su alma. Colocó el estilete sobre su esternón y miró a su secretario.

-Consagré toda mi vida al arte y la cultura. Tú fuiste testigo del amor que profesé por el arte. Ahora me doy cuenta de que la vida es un teatro lleno de actores. La vida es nuestra obra cumbre, Epafrodito. ¡La vida es arte! ¡Como los versos de Virgilio en su Eneida! ¡Como las comedias de Plauto! ¡La vida es un arte, y haré que este final sea digno de una tragedia griega del mismísimo Esquilo!

Nerón empujaba el estilete contra su pecho, pero la carne no cedía ante sus pretensiones. Su cara mostraba esfuerzo, y su mirada, clavada en el cielo, dudas. Pasaban los segundos, y el estilete seguía en el mismo sitio hasta que las temblorosas manos de Nerón apartaron el arma de él y sus ojos se quedaron fijos en Epafrodito.

-No puedo, Epafrodito... no puedo.
-Debéis hacerlo, princeps. Debéis hacerlo.

Epafrodito agarró las manos de Nerón y las colocó de nuevo en su posición anterior: la punta del estilete volvía a reposar sobre el pecho del emperador, pero éste no ejercía fuerza sobre el arma. Sus brazos estaban relajados y sus ojos miraban al suelo. Su rostro estaba rojo del esfuerzo anterior, del debate interno, de esa elección entre vivir huyendo como un delincuente, o morir como un emperador de Roma.

Alguien profirió un grito a lo lejos. Eran soldados enemigos, probablemente mandados por el propio Otón. Nerón miró a sus agresores, aún lejos de él, después, volvió a clavar su mirada en su secretario.

-No puedo, Epafrodito, no puedo... triste es éste final para un artista de mi talla.
-Debéis hacerlo. ¡Aprisa! ¡Se acercan y os han visto, por Júpiter!
-¡No puedo! ¡Ayúdame a morir, Epafrodito! ¡Ayúdame a morir!
-¡Debéis hacerlo sólo, princeps!
-¡Por Júpiter que no puedo! ¡Por favor, Epafrodito! ¡No tengo el valor suficiente! ¡Ayúdame a morir, por los dioses!

Epafrodito observó a los soldados. Uno de aquellos asesinos se había adelantado y estaba ya a poca distancia. Quedaba poco tiempo de reacción. Miró a Nerón. Sus ojos estaban ahora llenos de súplica. Clamaban ambos la misericordia del moribundo exigiendo el fin de su lenta agonía. Sabía que su princeps agonizaba a cada paso que daba el soldado hacia ellos.

-Epafrodito...
-Princeps... no puedo, os lo juro por los dioses.
-Por favor... no me dejes morir como un miserable esclavo, ¡soy princeps de Roma! ¡Merezco una muerte digna de tal! ¡Soy sucesor de César Augusto y de Cayo Julio César! ¡Soy hijo de dioses! ¡No puedo morir en manos de unos traidores!
-¿Preferís que os mate un liberto?
-¡Sólo os suplico ayuda! ¡Mirad, por hay viene!

El soldado se acercaba peligrosamente y profería gritos contra el "imperator" de Roma, dominador del mundo. Nerón empujaba cada vez más el estilete contra su pecho, pero no acababa de culminar su final apoteósico. Miraba a Epafrodito suplicando su ayuda.

-Epafrodito... por favor.-Su secretario negó con la cabeza, pero colocó su mano derecha en estilete. Miró al emperador por última vez.
-Sea tu voluntad, princeps.

Epafrodito presionó intensamente sobre el estilete hasta que acabó por hundirse en el pecho de Nerón y partir su esternón. La sangre comenzó a brotar a borbotones por la herida que le había causado mientras ayudaba a Nerón a recostarse sobre la hierba.

-¡Qué gran artista pierde el mundo!-Gritó Nerón mientras agonizaba.

Apenas tocó el césar el suelo cuando la vida ya había abandonado su cuerpo. Epafrodito le observó. Cerró sus ojos con lentitud y se levantó. Observó al soldado. Estaba quieto ante la escena que acababa de presenciar. Epafrodito volvió a mirar al emperador antes de marcharse.

-El mejor sin duda, princeps. El mejor comediante y el mejor actor que he visto nunca.

Epafrodito no perdió ni un segundo más. Con la ligereza de la gacela comenzó a correr en dirección contraria al soldado que reanudaba su carrera.

A pesar de que en ese instante sólo pensaba en correr para salvar su vida, no pudo evitar que sus últimos pensamientos fueran para Nerón Claudio César Augusto Germánico, princeps de Roma, amante del arte, y asesino infame.


*Princeps: Desde la etapa de Augusto hasta Diocleciano, el título que ostentaba el emperador era el de "princeps" (primer ciudadano), lo que dio lugar a "principado", la nueva forma de gobierno implantada por Augusto tras acabar con el anterior gobierno republicano.
*Tarraconense: región de la España romana.
*Dominus: señor.

Lo que se narra aquí tiene base real, según lo atestiguan historiadores como Tácito. Nerón murió el 9 de junio del año 68, acabando con él la dinastía imperial Julia-Claudia. Nerón huyó de Roma y murió de la forma en la que se describe, pero, debido a la ausencia del marco espacial en el que murió el emperador, se le ha dado este marco para aumentar el dramatismo de la escena que se describe. No debe tomarse todo lo que se escribe aquí como una verdad histórica incuestionable puesto que esto es un escrito y está hecho para divertir, mezclando la ficción y la realidad.


domingo, 26 de agosto de 2012

El juego de la ruleta

Yuri y yo estábamos en la pequeña tienda de tela sobre dos sillas de madera. Detrás mía, al fondo, había un baúl donde reposaban nuestros enseres: dos puñales, dos escopetas y un solo revólver. El otro lo sujetaba Yuri. Lo miraba taciturno, casi somnoliento, encima de la mesa.

 Era de noche, pero seguían escuchándose tiros y gritos de forma esporádica dentro del campamento ruso. Yuri me miró y suspiró.

-Otra derrota más. Ya he perdido la cuenta de las veces que los alemanes nos han aplastado. Esto se nos está yendo de las manos.-Dijo rompiendo el silencio.
-Sí. Tienes razón. Nuestras tropas apenas pueden hacer algo contra los alemanes, y cada día que pasa es un día más que están desmoralizados. Un día más de sufrimiento, hambre y frío para ellos. Creo que hicimos mal en meternos en esta guerra.

Escuchamos una explosión bastante lejana. La paupérrima luz que procedía de una vela situada en uno de los picos de la mesa titiló durante unos efímeros segundos. Yuri y yo miramos por la apertura de la tienda. No parecían haber sido nuestros soldados. Tampoco parecía haber ocurrido cerca de nuestras trincheras, porque dentro del campamento no se le dio mucha importancia, aunque todos preguntaban qué había sido aquel estruendo.

Yuri y yo nos miramos. Coloqué los dos brazos sobre la mesa y fui yo quien suspiró esta vez. Yuri negaba con la cabeza en repetidas ocasiones. Le vi abrir el revolver y comenzar a sacar balas del tambor. Sacó cinco de seis.

-¿Qué haces?-Le pregunté.
-Voy a recuperar mi honra.-Me contestó.
-¿Haciendo qué?

Yuri me observó. Cerró el revolver y prosiguió su diálogo con una voz dolorida.

-Se lo he visto hacer a numerosos cargos del ejército durante las derrotas que hemos tenido. Cogen un revólver y dejan dentro una bala. Le dan un golpe al tambor para que ruede un poco y, cuando se para, deben apuntarse a la sien y disparar. Si no hay bala, no ocurre nada y la pistola pasa al otro hombre que debe realizar el mismo gesto hasta que uno de los dos dé con la bala y muera. Puedes hacer dos cosas durante tu propio turno: apuntar y disparar a tu acompañante, o dispararte tú. En el caso de que decidas dispararle, tienes que dispararte tú después en tu mismo turno. ¿Me has entendido?
-Sí, te he entendido.-Contesté temiéndome lo peor.
-Lo llaman el "juego de la ruleta".
-Curioso juego, ¿no crees? Acabando con la vida de las personas.
-Nosotros también matamos personas en la guerra. Últimamente tengo la certeza de que todo es un juego. Un juego del destino que se dedica a burlarse de nosotros, y yo estoy cansado de que el destino se burle de mí.
-En un juego la gente gana algo, Yuri, ¿cómo puedes llamar a eso juego? ¿Cómo puedes llamar juego a la guerra?
-En la guerra hay victorias y derrotas, ¿se te ha olvidado? Hay vencedores y vencidos, como en todo juego. Aquí también salimos ganando, Mijaíl, aquí también.-Le miré sin comprender a dónde quería llegar.-El que no libere la muerte, tendrá el premio de la vida. En tal caso, el que pierda, verá limpiada su honra, o, como mínimo, no será pisoteada más. El otro puede hacerse con los bienes del que muera, y viendo la escasez de armas será un lujo, por parte del que sobreviva, tener dos escopetas, dos puñales, dos pistolas y el doble munición. Mijaíl, ganamos los dos, tanto el que muere como el que vive, ¿no lo ves?

Negué con la cabeza. No quería escuchar sus palabras. Aquello no podía estar pasando. Yuri me miró esperando una respuesta de mis propios labios. Me observaba como un lobo a su presa malherida esperando rematarla hincando sus dientes en la débil carne del moribundo. Pero yo me negaba.

-No, Yuri, no jugaremos. Guarda eso y vamos a dormir, mañana será otro día.
-¿Qué mañana, Mijaíl? ¿Qué mañana?-gritó estallando en ira, golpeando la mesa con la mano que tenía libre. La luz volvió a temblar de nuevo ante los puñetazos de Yuri. Parecía que ella también le tenía miedo.-¡Para nosotros ya no hay mañana! ¡Mira a tu alrededor! ¡No hay nada! ¡Nada! ¿Me oyes? ¡Nada! ¡La guerra está perdida! ¡Un día moriremos, tal vez a las puertas de la mismísima Moscú con dos tiros en la cabeza, pero moriremos! ¡Seremos pasto de los gusanos! ¡No tenemos mañana! ¡La guerra nos consumirá! ¡El campo de batalla será nuestra maldita tumba! ¿Quieres morir así? ¿Eh? ¿Como un perro tirado en el barro? ¿Como los animales? ¿Quieres eso, o morir como un hombre?-Su voz sonaba ahora más apagada, pero un frío sudor, y un temblor, recorrían la mano en la que sostenía el arma. Me miraba de forma inquisitorial. Me tendió la pistola esperando a que la cogiese.-Acabemos con esto, Mijaíl.-dijo con más tranquilidad.-Acabemos con esto, y el que gane, que prosiga su vida.

Suspiré. Tenía razón. Para nosotros no existía un mañana, y si lo había, no estaba carente de vergüenza, como si llevásemos la palabra "derrota" escrita con sangre en nuestra frente. Cogí el arma con ambas manos y la miré. No quería morir, pero tampoco quería la vida que llevaba. No quería que me señalasen como a un cobarde inútil y humillado. No quería que me recordasen por haber conducido a la derrota y la muerte a un pelotón de hombres inocentes. Tal vez por eso decidí jugar.

Temblando, puse el cañón sobre mi sien. Volví a mirar a Yuri. Puede que esa fuera la última vez que le viese. Cerré los ojos. Apreté el gatillo sigilosamente retrasando, todo lo que podía, el momento final. Se escuchó un chasquido. Nada. Suspiré aliviado y tendí el revólver a mi contrincante. Éste realizó los mismos gestos que yo. A pesar de todo, adiviné en su fría mirada azul que él tampoco deseaba abandonar este mundo. Apretó el gatillo. Nada. Seguía con vida...

Cerré los ojos. El sudor empapaba mi frente. Ambos habíamos superado el primer asalto, pero cuanto más pasaba el tiempo, más me pesaba el arma, y más se reducían nuestras posibilidades de vivir. Apunté con el cañón a mi sien de nuevo. Deseé con todo mi corazón que no estuviera la bala alojada en la recámara para el nuevo disparo. Apreté el gatillo. Nada. Respiré con alivio y le pasé la pistola a Yuri. La aceptó y no se mostró tan vacilante esta vez. Incluso me miraba con una sonrisa. Apretó el gatillo y... nada. Me tocaba a mí de nuevo...

Los nervios invadieron cada centímetro de mi cuerpo. El tiempo que pasó hasta que me volví a colocar el cañón de la pistola sobre mi cabeza me resultó eterno. Tras ello, me mostré bloqueado. No sabía que hacer. El miedo atenazaba mis músculos y provocaba convulsiones en todo mi ser. Miré a Yuri. Parecía impacientarse. El tiempo se había ralentizado para mí. Miré la tienda, otra vez. La propia lentitud con la que mi mente procesaba la imagen de los objetos me causaba mareos y vértigo. La tienda me pareció enorme en aquel momento. Observé a Yuri de nuevo. Parecía estar gritándome algo que no entendía. Golpeaba la mesa insistentemente con ambas manos mientras me miraba con odio. No escuchaba lo que decía. No existía el sonido para mí en aquel instante.

-¡Haz lo que tengas que hacer! ¡Hazlo ya, maldita sea! ¡Vamos! ¡Hazlo! ¡Te estoy diciendo que lo hagas! ¡Hazlo!

Mi muñeca se giró y el cañón se encontraba ahora apuntando a la cabeza de Yuri. Este contuvo la respiración. Le miré aún mareado. Mi dedo índice se deslizaba por el gatillo, echándolo cada vez más hacia atrás, cada vez más, cada vez más...

Se escuchó un chasquido. El humo salía del cañón del revólver. Yuri estaba tendido boca arriba. La bala le había perforado el lóbulo frontal. Su silla estaba tirada en el suelo. Yo estaba de pié. No recordaba en ningún momento haber hecho tal acción, pero ésa era la postura que tenía ahora. La luz se apagó. Caí rendido sobre la silla respirando con suma dificultad. Estaba vivo, como quería, pero me faltaba el aire. Miré el revólver. Yo podría haber sido el cadáver, pero la suerte, el destino, caprichoso, había querido que Yuri ocupase mi lugar. Arrojé el revólver al suelo y coloqué la cabeza sobre los brazos encima de la mesa ocultando mi rostro.

En Yuri no había un ápice de odio ni de ira. No. No había expresión en su rostro. La sangre emborrizaba su cara, pero sus ojos, aún abiertos, no irradiaban sentimiento alguno. Supuse que eso era así porque era lo que él deseaba desde un primer momento. Morir. Morir para evitar caer en la humillación. Para evitar que lo señalasen con el dedo y escupieran sobre su persona palabras como vergüenza o derrota. Y yo seguía vivo. Allí. Observando a Yuri. A un Yuri sin vida. Una vida que yo le había arrebatado con su propio revólver.

Suspiré. Yuri tenía razón. Aquello era un juego con vencedores y vencidos, y el destino, el cruel destino, se reía de nosotros una y otra vez. La vida era un juego de muerte, y Yuri había perdido la partida.

viernes, 10 de agosto de 2012

Una última llamada

Intentaba verla tras la ventana de su cuarto en aquella mañana gris de otoño. El frío atenazaba mis músculos y calaba mis huesos traspasando mi chaqueta marrón de cuero raída por el tiempo. A mis pies, descansaba Colmillo Blanco, un husky siberiano que había encontrado hace tiempo en la calle metido en una cajita de cartón. Recuerdo que le puse así porque estaba leyéndome "Colmillo Blanco", una novela del célebre escritor Jack London cuyo protagonista era un lobo que se llamaba igual que el título del libro. Si hubiera sido hembra, le habría puesto Kiche, como la madre de Colmillo. Estaba jugueteando con una mochila despintada, de mis tiempos en el instituto. 

Pasaron las horas hasta que vi una figura femenina andar delante de la ventana que vigilaba. Era ella. La persona a la que esperaba ver. Suspiré, me armé de valor y me dirigí hacia una cabina telefónica que había justo delante de la puerta de su casa. Desde allí también se veía su ventana. Eché algunas monedas y comencé a presionar los números de su móvil. Me los sabía de memoria de la cantidad de noches que había pasado mirando aquellas cifras sin aparente coherencia entre ellas, pero de un gran significado para mí. El teléfono comenzó a emitir pitidos. Estaba comunicando. Observé por la ventana y la vi cogiendo su móvil, un Nokia blanco. Miró con cara rara el número. Suspiré y me mordí el labio inferior deseando que no pasara de él, que lo cogiera... pero en vez de eso, bajó el móvil y miró al techo. Miré hacia el suelo exhalando todo el aire que había en mis pulmones mientras dirigía el teléfono hacia la cavidad de la que lo había extraído. Estaba abatido. Cerré los ojos intentando pensar que no estaba allí y que eso no había ocurrido. Casi había colgado cuando escuché una voz femenina al otro lado del teléfono. Elevé rápidamente la mirada y mis ojos se dirigieron hacia la ventana donde estaba ella. Había cogido el móvil. Estaba sentada encima de su cama, como solía colocarse cuando la llamaban. 

-¿Sí? ¿Quién es?

No podía responder. Me había quedado sin habla. Todo lo que le tenía que decir se había evaporado en el aire. Colmillo Blanco me dedicó una mirada tranquilizadora desde el suelo, pero de poco me sirvió. Mis labios no se separaban más que para tomar aire por la boca y no eran capaces de articular palabra.

-¿Hola? ¿Hay alguien ahí? 

Tenía tantas cosas que decirle que no sabía por donde empezar. Se me trababa la lengua, las ideas se negaba a ordenarse, los pensamientos se escapaban... no era capaz de decir nada.

-¿Hola? ¿Hola? ¿Sí?

Seguí mirando por su ventana. Se despegó el móvil de su oreja y miró la pantalla extrañada. Colgó. Un pitido nuevo salió del auricular del teléfono. Ella depositó con cuidado su móvil sobre la cama. Se dirigió hacia el armario y cogió ropa. Acto seguido, salió de su habitación para cambiarse. 

Suspiré. Agarré mi mochila y le hice un gesto a Colmillo Blanco. Éste se levantó con agilidad y caminó tras de mí casi sin despegarse. El olía mi decepción y mi nostalgia, mi amargura y mi soledad, mi tristeza y mi angustia... pero se negaba a irse de mi lado. Siempre había sido un perro muy bueno y fiel, y se lo agradecía. Suya era la mejor compañía en tiempos como éste. Era un alma pacífica y tranquila. Cada vez que me había echo falta alguien para que me escuchase, él estaba ahí, y sus lametones, a menudo, eran mejores que cualquier consejo, consuelo o abrazo de muchas personas con las que me había cruzado. Me quería más que a mucha gente a las que consideraba amigas Yo también le quería. Lo cierto es que teníamos una conexión especial.

Caminamos hacia un banco que había al otro lado de la calle, dentro de una especie de parquecito con muchos árboles, repleto de columpios para los niños pequeños que jugaban alegres desde muy temprano mientras sus padres, con caras largas y de somnolencia, los vigilaban de los peligros que pudieran acecharles. 

La gente me miraba mal. La verdad, es que no era para menos. Tenía una ropa similar a la de un vagabundo, y a ello había que sumarle un pelo sin peinar y semilargo, y una barba de diez días sin afeitar y desigual. No me importaba, la verdad, a pesar de vivir en un mundo lleno de apariencias. Ella salió de su piso con una sudadera negra con capucha y el pelo recogido en una coleta. Dobló la esquina de su calle y no la volví a ver.

No sé cuánto tiempo pasé allí, mirando su piso, admirando su ventana, sólo sé que, cuando elevé la mirada, el sol estaba ocultándose y con una intensa tonalidad naranja y Colmillo Blanco jugueteaba, tumbado en el suelo, con una hoja marrón que había caído recientemente de un árbol... y ella estaba entrando en su casa. La observé por última vez en la ventana. Suspiré. Miré a Colmillo, quien también me dedicó una mirada, y no pude por menos que sonreír. Acaricié su cabeza mientras él movía las orejas como gesto de aprobación y placer. 

Me levanté y cogí la mochila para colgármela del hombro derecho. Colmillo Blanco se quedó observando mis movimientos desde el suelo con gesto vigilante. 

-Ven, Colmillo. Nos vamos. Tenemos que hacer un viaje muy largo. 

Colmillo se levantó de un salto y caminó a mi izquierda. 

Nos dirigíamos hacia el horizonte, donde el sol había comenzado a ocultarse ya de nuestra vista. Cuando estábamos ya alejados decidí volverme para mirar su ventana por última vez. La luz estaba encendida. No conseguía verla, pero sabía que estaba allí. 

Ya no tenía nada que hacer en aquel lugar. Mi tiempo allí se había acabado. Continué andando. No sabía adónde iba. La verdad es que tampoco me importaba. Sólo sabía que teníamos que hacer un viaje largo. Muy largo. Sin fin. Siempre dirigiéndome hacia el horizonte, por donde el sol nace y el sol muere. Y Colmillo Blanco lo sabía, pero ahí continuaba. Al lado mía. 


viernes, 29 de junio de 2012

Mary



ADVERTENCIA: EL CONTENIDO DE ESTA ENTRADA PUEDE RESULTAR VIOLENTO PARA CIERTAS PERSONAS DEBIDO A SU COMPONENTE SANGRIENTO.


-Vaya... veo que ya te has despertado.


Una voz grave entró por los oídos de Mary que intentaba abrir los ojos ante un foco que dañaba su borrosa visión del lugar. Estaba tendida. A duras penas podía moverse. La habían atado con correas a una camilla de hospital. No veía más allá de la luz cegadora de los focos, aunque discernía una silueta masculina que se movía con agilidad, pero presentaba una leve cojera. Parecía ser una persona mayor.


-¿Qué es esto? ¿Dónde estoy? ¿Quién es usted?

-Doctor Diamond, señorita Black. Está usted en una sala de quirófano. Voy a intervenirla.

-¿Intervenirme? Creo que se confunde... yo no estoy mal, yo no tengo ninguna enfermedad. Yo estoy esperando para una operación de aumento de pecho.

-Exactamente por eso vamos a intervenirla. Necesita una operación con mucha urgencia.

-¿Qué está diciendo? ¡Le he dicho que no me encuentro mal! ¡Suélteme!-Gritó mientras intentaba zafarse de las correas que la mantenían prisionera.

-Grite todo lo que quiera. Nadie la escuchará. Ahórrese fuerzas para lo que viene. No forcejee, está usted débil, debe ser por la morfina...


Diamond agarraba en su mano derecha una especie de rotulador. Dibujó una línea recta desde el cuello hasta el vientre de Mary. Su torso estaba desnudo, y comenzaba a notar el frío del lugar. Seguidamente, el anciano dibujó dos rayas perpendiculares desde sus clavículas hasta el esternón, donde se juntaba con la línea vertical. La señorita Black se estremeció ante el contacto de la punta del rotulador y no pudo evitar sentir un escalofrío que le recorrió toda su espina dorsal. Un sudor frío resbala sobre su frente.


-Sois una mujer hermosa, decidme, ¿por qué queréis un aumento de pecho?-Preguntó el médico mientras soltaba el rotulador y cogía un bisturí.

-¿No lo ve? No estoy contenta con mi cuerpo.-Mary cerró los ojos en gesto de vergüenza.

-¿No estáis contenta con vuestro cuerpo, señorita Black? Es una verdadera obra de arte. Permitídme la descortesía, pero Dios os dotó muy bien, señorita Black. No necesitáis de ninguna operación. Ya sois lo bastante hermosa.

-¡No, no! ¡Mientes! Yo no soy hermosa. ¿Es que no habéis visto a esas modelos? ¡Ellas sí que lo son!

-Ya, claro... esos engendros cargados de botox no merecen la mirada de nadie, señorita Black. La belleza de la que yo os hablo no es exterior, de la que, ¿por qué no decirlo? No andáis escasa. No. La belleza a la que yo me refiero es interior. Es la esencia en sí del ser humano, ¡no su apariencia, señorita Black! ¿Lo entendéis? El interior, pero, oh... demasiado materialismo en este mundo para mirar más allá de un físico bonito y de un pecho precioso, ¿verdad, señorita Black? Usted no está descontenta consigo misma... lo que quiere es ser un calco de un modelo implantado por la sociedad. Usted está descontenta consigo mismo porque no sigue el patrón establecido por la sociedad. No es esa rubia de ojos azules, alta, delgada, de pechos exuberantes... No... usted es una persona de mediana estatura, pero sus ojos verdes... su pelo negro... son perfectos. Su interior es perfecto, señorita Black. Es usted increíblemente hermosa. Tantos años dedicado a algo tan hermoso con la enseñanza, siendo caritativa con la gente... ¿Por qué este cambio, señorita Black? ¿Por qué cambiar ahora? ¿Por qué cambiar una vida envidiable por la opinión de unos pocos?

-Por favor... suélteme... deje que me vaya.

-¿Iros? ¿Adónde pretendéis iros? No... vuestras andanzas acaban aquí, señorita Black. Para usted no hay mayor futuro que este quirófano.


Diamond cogió un bisturí y se aproximó lentamente hacia la garganta de Mary que comenzó a gritar y a lanzar improperios contra el médico.


-¡Usted está loco! ¡Loco! ¿Me oye? ¡Loco!

-¿Loco señorita Black? ¿Loco por querer construir una sociedad mejor?-El médico se apartó la mascarilla que le cubría la nariz y la boca... no poesía fosas nasales ni labios. Era una imagen realmente horripilante.-¿Sabe lo que es no poder mirar a una persona a la cara? ¿Sabe usted, señorita Black, lo que es ir con una máscara allá por donde vaya porque la gente lo ve como un monstruo? ¿Alguna vez un niño ha huido de usted, señorita Black, por su físico? De mí sí. Me ve como un monstruo, pero ninguno se ha parado a conocerme. No tengo amigos porque mi rostro causa terror. Os lo veo en vuestros ojos. Sí... soy un ser repulsivo... pero me acepto tal y como soy. Soy un monstruo, señorita Black. La sociedad me hace parecer ser un monstruo, ser un monstruo. Y voy a comportarme como tal. Todo porque era diferente. ¿Ve el impacto psicológico de mirar las apariencias? Yo era un joven con inquietudes, con vida... hasta aquel maldito accidente. La gente comenzó a juzgarme por lo que veía en vez de por lo que era. La gente empezó a verme con miedo, y mi comportamiento cambió. Degeneró. Me di cuenta de que yo estaba llamado a cambiar el mundo, ¿me entiende? Yo estaba llamado para hacer cosas grandes. Para enseñarles a las personas a ver con el corazón y no con los ojos...


Diamond rasgó la piel de Mary, quien no pudo reprimir un aullido de dolor insoportable. Sintió cómo el bisturí arrancaba su piel siguiendo las líneas abriéndola en canal. Se sentía desfallecer mientras suplicaba a su agresor que parase aquella locura, mas, el anciano no la escuchaba. Disfrutaba con lo que hacía. Disfrutaba con las palabras de clemencia de la señorita Black.


Varios minutos más tarde, dejó de sentir el bisturí sobre la piel, pero el dolor seguía sin irse. Entonces, tuvo la valentía de abrir los ojos. El anciano estaba delante de ella, agachado, cogiendo un espejo desde el suelo.


-Obsérvese, señorita Black. Mírese en el espejo.


Diamond le dio la vuelta al espejo y Mary se vio reflejada en él. Estaba abierta en canal, veía todos sus órganos. Escuchar su corazón palpitar, ver sus pulmones hinchándose y desinchándose de aire le causó repulsión y nauseas. Aquel espectáculo era insufrible. No debería de haber mirado. No.


-¿De qué se siente asqueada, señorita Black? ¿Acaso no son sus órganos? ¡Obsérvelos! ¡Mire cómo funcionan en perfecta armonía! Increíble, ¿verdad? El ser humano es la máquina más perfecta que existe sobre la Tierra. Sólo debe ver su funcionamiento... ¿Por qué no mira, señorita Black? ¿Es que tiene asco? ¿Es que acaso lo que usted tiene dentro de su cuerpo no es lo que tengo yo y lo que tiene cualquiera? Me repugna su actitud, señorita Black.

-¡Suélteme, maldita sea! ¡Suélteme! ¡Déjeme marchar!

-¿Dejarla marchar, señorita Black? Su vida acaba aquí.


Diamond aproximó el bisturí hacia el corazón. Los nerviosos latidos de Mary, y la fuerza que el anciano ejercía sobre el órgano bastaron para terminar con la vida de de la señorita Black.


domingo, 20 de mayo de 2012

Sólo es un sueño

No había ninguna luz en la habitación salvo la que había en su medio y tenía forma circular. El resto estaba oscuro. No había allí nadie más que yo. No se percibía ningún movimiento ajenos a los míos. Ningún sonido más allá de mis pasos por aquellos aposentos. Ninguna respuesta más allá del eco de mis pisadas. Decidí caminar hacia la luz. Notaba algo frío chocando por mi costado izquierdo. Lo palpé. Parecía una especie de cuchillo. ¿Para qué sería? Si aquello era un juego no tenía ninguna gracia.

Avanzaba con miedo hacia el círculo. Cada vez más cerca. Cada vez más temeroso. Ya me encontraba dentro, pero la situación no había cambiado. No sabía que hacer. Miré a ambos lados repetidamente sin encontrar nada más que oscuridad. En mi cabeza empezaban a encontrarse multitud de preguntas sin responder. Preguntas sobre qué hacía allí, solo, sin nada más que un cuchillo, y sin mayor compañía que la soledad. Todo era muy raro. La cabeza comenzó a darme vueltas y más vueltas buscando un por qué a aquella angustiosa situación... pero no encontraba nada más que hipótesis fundamentadas en un miedo irracional hacia aquella habitación. Necesitaba evadirme de aquello, olvidar que estaba allí y pensar con mayor claridad.

Bajé mi mirada hacia el suelo y me hice un pequeño masaje en las sienes. ¡Todo era tan raro! Me concentré en mantener la vista sobre mis zapatos, pero el dolor de cabeza comenzaba a ser insoportable, por lo que decidí cerrar los ojos momentáneamente para reflexionar. Así estaba más tranquilo. Podía pensar mejor, pero el miedo seguía acechando mi corazón y anulando cualquier juicio racional en mi cerebro. ¿Sería todo eso un sueño? ¿Tal vez una broma? Nada tenía sentido.

Suspiré. Elevé mi cabeza y, tras abrir de nuevo mis ojos, fijé mi vista en el frente. Algo perturbó mi ya escasa tranquilidad. Alguien estaba en el borde de aquel círculo. Sus zapatos... sus piernas... su cuerpo... estaban en la frontera que separaba la luz de la oscuridad... pero su rostro era imposible de ver porque formaban parte de la penumbra silenciosa de aquel lugar. 

Miré extrañado. Aquella persona no parecía tener expresión ninguna. No realizaba ningún gesto. No parecía respirar. Estaba absolutamente quieto. 

-¿Quién eres? ¿Qué es esto? ¿Qué hago aquí?-Le pregunté. No obtuve respuesta alguna. Eso me inquietaba aún más.
-Vamos... dime... ¿quién eres? ¿Dónde estoy?-Aquella figura seguía sin contestar. Comencé a mirar extrañado y nervioso a la persona que había enfrente de mí.
-¿Qué haces? ¿Eres tonto? ¡Te estoy preguntando! ¿Quieres decirme ya quién eres?-Nada. Ninguna respuesta. Ni siquiera un gesto que esclareciera algo aquella situación estresante

Negué con la cabeza mientras comenzaba a dar vueltas de un lado hacia otro sin alejarme mucho del círculo. Mis brazos estaban cruzados e intentaba buscarle una explicación al comportamiento de aquel hombre. No se me ocurría nada.

-¿No vas a ayudarme? ¡Quién eres! ¿Qué haces aquí? ¿Qué hago aquí? ¿Dónde estoy? ¿Qué es todo esto?

La figura seguía sin hablar. Me traicionaron los nervios y, ante aquel acto de desmesurada ignorancia cogí el cuchillo con mi mano derecha y lo blandí cara al hombre, apuntando a su pecho, justo donde debía estar su corazón. 

-Estoy armado, ¿sabes? Sí... Estoy armado. ¿Qué vas a hacer ahora? Ahora vas a responder a mis preguntas, ¿verdad? Sí... Eso es... Ahora vas a responder a mis preguntas.-Pero seguía sin haber palabras. Seguían sin haber gestos, y mi paciencia se estaba agotando.
-¡Maldita sea! ¿Qué tengo que hacer para que hables, imbécil? ¡Te estoy diciendo que respondas a mis preguntas! ¡Habla ya si no quieres que te mate aquí mismo!.-Avancé y lo cogí de la camisa. La punta del cuchillo miraba hacia su garganta, pero seguía sin haber un ápice de expresión en su cuerpo. Parecía que estuviera muerto. Yo sudaba y empezaba a perder los estribos. Ya no controlaba la situación y comencé a temblar.
-¡Te estoy hablando! ¡Respóndeme! ¡Maldita sea, respóndeme! ¿Qué es todo esto? ¡Vamos!

No pude más. No recibía contestación ninguna. Lo miré durante unos segundos. Su rostro seguía sin ser visto, pero me daba igual. No me importó ver sus ojos cuando hundí el puñal en su cuello. Aún así, seguía sin hablar. No gritaba. No parecía dolerle. No parecía sentir nada. La sangre resbalaba por la hoja, caía sobre la empuñadura... embadurnaba mis manos. Saqué rápidamente el puñal de su garganta y retrocedí un paso asustado. Al quitar el arma de su esófago, salió sangre de su herida despedida manchando mi rostro. ¿Qué era aquello? Segundos más tarde aquel cuerpo se desplomó hacia atrás. Respiraba agitadamente mientras pensaba en todo lo que acababa de suceder. En todo lo que acababa de pasar. Escuché un chasquido a mis espaldas. Las luces se encendieron completamente. Miré al suelo para ver el rostro de mi víctima. No debería haberlo hecho. Me estremecí en lo más hondo y negué varias veces lo que acababa de ver. Aquella persona que yacía en el suelo era yo. Mis mismos ojos, mis mismas vestimentas completamente negras... y con un corte profundo en el cuello. No. ¡Aquello no podía estar pasando! ¡Era imposible!

Elevé la vista hacia el frente. ¿Qué era aquello? La sala estaba repleta de espejos. Comencé a mirar en todas las direcciones. Me veía a mí mismo. Mi rostro tenía salpicaduras de sangre. Mis manos estaban llenas de aquel líquido rojo, y la mano derecha sujetaba un cuchillo completamente rojo. 

Empecé a correr con horror hacia los espejos buscando la salida, pero no conseguía nada más que chocarme. Quería salir de ahí como fuera, pero me encontraba con mi propia oposición al otro lado del espejo. Allá donde mirase me veía. Todos corríamos. Todos nos perseguíamos. Todos chocábamos a la misma par contra nosotros para precipitarnos al suelo y buscar una salida. Me agobio era enorme. Mi corazón latía con muchísima violencia, como si fuera a salírseme del pecho. Fue entonces cuando escuché una risa infantil. Parecía de niña. ¿Provenía de los rincones? ¿De la sala? No... provenía de mi cabeza. 

Intenté serenarme y avancé hacia el centro de la sala. La risa aumentó su volumen y mi miedo se acrecentó ante lo inexplicable de la situación. ¿Qué era todo aquello? ¿Qué significaba? Un nuevo ruido se sumó a aquella risa que empezó a parecerme diabólica. Era una voz masculina que me hacía preguntas. Se le sumó una femenina. Otra más. Y otra más. Y otra más. Así, sucesivamente, hasta que no logré saber cuántas voces había.

-¿Te sientes perseguido? ¿Sí? Perseguido... ¿Te sientes perseguido? ¡Ja, ja, ja! Perseguido... ¿Te sientes? Sí... Perseguido. ¿Te sientes perseguido? ¿Qué has hecho? Asesino... Perseguido... ¡Ja, ja, ja! Asesino... Asesino... ¡Asesino! ¡Ah! Perseguido... Sí... ¿Te sientes...?

Solté el cuchillo y me llevé las manos a la cabeza. Grité con toda mi alma con la esperanza de que alguien pudiera escucharme y me prestase ayuda. No recibí mayor contestación que la de mi cabeza.

-¡Yo no soy un asesino! ¡Vete! ¡Fuera de mi cabeza! ¡Iros!-Hice gestos con mis brazos y manos intentando disuadir aquellas voces de mi cabeza, pero ante mi máxima no encontraron más que risas jocosas y gritos mayores. La palabra asesino martilleaba mi cerebro como si fuese un yunque. Sus frases condenatorias y jocosas rebotaban en mis tímpanos sin llegar a salir al exterior. 

Me levanté y corrí de nuevo hacia los espejos. Conseguí chocarme otra vez y caí derrumbado. Comencé a llorar cuando me di cuenta de que una mano me levantaba por uno de mis brazos. Elevé la vista para ver quién era mi ayudante y mi rostro se llenó de horror. El brazo salía del espejo y, una vez a su altura, éste me empujó. Miles de figuras salían ahora del espejo. Yo retrocedía despacio, de espaldas al centro de la sala, mirándolos. Aquel al que me acercaba demasiado me propinaba un empujón violento mientras me arrastraban hacia el centro de la sala. Una vez allí, se estuvieron quietos. Algo les había detenido. Me giré temblando. Estaba en el mismo lugar donde me había matado, pero allí sólo quedaban restos de sangre. Elevé mi vista y me observé agarrando el cuchillo, pero no era yo... era mi víctima quien lo empuñaba ahora. Negué con la cabeza de nuevo... ¡No podía ser verdad! ¡No podía estar ocurriendo eso! ¡Era imposible! Mi víctima avanzó hacia mí y, tras agarrarme de la camisa hundió su cuchillo en mi garganta, de la misma forma que yo había hecho con él. Observé su boca llena de su sangre. Su herida aún manaba sangre. Sus manos empezaban a embadurnarse con la mía. Sentí un sabor metálico en mi boca. Mis miembros estaban ahora rígidos y fríos. No podía hablar. Al sacar el puñal de mi esófago, algo de sangre salió disparada hacia su rostro. Apenas duré unos segundos en pié cuando empecé a desplomarme hacia el suelo con la mirada clavada en mi asesino. En mi víctima. En mí mismo. Las voces habían cesado ya. 

Me levanté sobresaltado. Empecé a mirar de un lado para otro con la respiración entre cortada buscando una luz. Estaba ahogado. La luz iluminó una habitación y me quedé reflejado en un espejo. Respiré aliviado. No tenía ningún corte. La figura del espejo imitaba mis mismos gestos. Todo había sido un sueño... Sí... Todo había sido un sueño... Sólo eso... Un sueño...

lunes, 23 de abril de 2012

El lobo de Orleans

Dos ojos brillantes miraban todos y cada uno de los rincones de la penumbrosa catedral, aunque a aquel gigantesco animal parecía no importarle demasiado la falta de luz. Sólo la claridad de la luna, penetrando por las diversas ventanas del lugar sacro hacían que aquel sitio no se quedase a oscuras en su totalidad, dándole aspecto de una iglesia tétrica y fría.

Allí dentro se podía respirar el miedo. Se podían escuchar pasos y voces hacia ninguna parte, buscándole. Se dejaban ver algunas antorchas pasando de un lado para otro. Veloces. Agarradas por hombres esbeltos que portaban consigo la indumentaria militar típica de los gallardos caballeros medievales. 

-¿Está por ahí?-Gritó uno.
-No, por aquí no está. ¡Busquemos por la sacristía y el altar! ¡Vamos!-Gritó otro. 

Pasos que lo perseguían. Pasos que no darían con él nunca. En un rincón de la catedral, el lobo se relamía y mostraba su sonrisa maléfica. Se movía con el sigilo de los espíritus, y su presencia no dejaba pista alguna para perseguirlo. Parecía que estuviera cazando, esperando una presa que asesinar con sus colmillos afilados. Un miembro que desgarrar. Sangre que sentir cayendo por su garganta, inundando su paladar. Pero no. El lobo no buscaba hoy saciar su sed de sangre. Sus objetivos eran distintos. 

Se encaminó por una escalera larga. Los soldados aún proferían gritos, órdenes de búsqueda, carreras de un lado a otro, peinando cada nave de la catedral sin encontrar al animal. 

Sigiloso, subió las escaleras que daban al alminar, allí donde se encontraban las campanas. No escuchó pasos a su espalda. Nadie le seguía. Nadie sabía que estaba allí. 

Soplaba el viento con fuerza en la torre de la catedral. Llovía con violencia y sus gotas se estrellaban en las campanas. Todo un pueblo cuchicheaba a los pies del santo lugar, en una plaza mayor tomada por los soldados que corrían de un lado para otro comunicándose cosas, controlando a la bulliciosa población.

-Mi señor, esta noche es rara. ¡Mirad como luce la luna y la lluvia tan fuerte que cae! ¡Es obra del demonio, sin duda alguna!-gritaba un joven clérigo-¡Y la culpa de todo la tiene ese lobo, símbolo del mal, que se ha adentrado en mi catedral! ¡El final de los tiempos se acerca! ¡Lo dicen las Sagradas Escrituras! ¡La bestia será liberada! ¡Mirad los presagios!
-Jean, no hay que ponerse así por unos años de malas cosechas.-Intentó tranquilizarlo el noble.-Seguro que hay una explicación razonable para todo lo que está pasando. 
-¿Una explicación razonable, mi señor? ¿Qué veis de razonable que un monstruo marino se haya dejado ver en las costas de las Galias? ¿Y qué me decís de las crónicas de Glaber en la Borgoña? ¡Un dragón surcó los cielos, mi señor! ¡Un dragón voló sobre la Borgoña! ¿Y qué me decís de las calamidades que pasamos? ¡Hambrunas, epidemias, miseria! El mal ha tomado el corazón de los hombres. Los ejércitos del Anticristo están aquí. ¡Mirad cómo destrozan nuestras aldeas esos magiares! ¿Y esas poblaciones a las que llaman húngaros? ¿Qué me decís? ¡Son paganos! ¡Veneran al diablo y celebran cultos contra nuestro Señor Jesucristo! ¡Por favor, mi señor! ¿No lo veis? ¡La población está aterrorizada!
-Calmaos, noble Jean, soy consciente de los apuros en los que estamos metidos. Dios proveerá, estoy seguro. Buscaremos una solución y...
-¡Santa María! ¡Señor! ¡Mirad, arriba, en el campanario!-Una mueca de terror se apoderó del clérigo mientras señalaba hacia la torre de la catedral. 

El lobo miraba espectante aquel episodio de terror. El panorama le resultaba excitante. Un grito le llamó la atención. Una figura en la plaza señalaba hacia el lugar en el que se encontraba. Un relámpago tras de si iluminó su figura, extendiendo su sombra por toda la plaza. Profirió un aullido de victoria que retumbó en toda Orleans. La población enmudeció mientras miraba con horror al lobo pasearse con parsimonia sobre la torre. Caminaba lentamente, saboreando el momento, para, segundos más tarde, agarrar con sus dientes una cuerda y tirar de ella. Las campanas de la catedral sonaron con el estruendo de los truenos. 

El pueblo de Orleans comenzó a gritar aterrorizado. Corría de un lado para otro buscando algún lugar en el que esconderse de la vista del Maligno. Algunos se arrodillaban y lanzaban oraciones al cielo. Gritos de misericordia respondidos por la lluvia. Los ladrones saqueaban los comercios ahora que no había nadie para atenderlos. El caos había tomado la ciudad. Los soldados se lanzaron contra la población intentando controlarla, mientras el noble comenzó a correr hacia la entrada de la catedral.

Subía como una gacela los escalones de la torre. Corría, como si el mismo diablo le azotara con su látigo. Llevaba la espada en la mano, preparado para lo que pudiera ocurrir. Llegó a la parte de arriba. No había nada. Sólo se veía a la población correr y a los soldados conteniéndolos. Suspiró. ¿Habría bajado ya el lobo? No lo sabía. Se apoyó en su espada unos segundos, a espera de recuperar el aliento antes de volver a bajar cuando escuchó tras de sí un gruñido. Se giró inmediatamente. Dos ojos amarillentos le miraban desde el lado opuesto al que se encontraba. La oscuridad camuflaba su pelaje negro. El noble se puso en guardia inmediatamente a espera de que el animal atacase. Se alejó lentamente del borde de la torre mientras se dirigía a las escaleras, donde estaría más resguardado de cualquier golpe que le hiciera caer al vacío. El lobo mostró sus dientes. Gruñía. Rugía mientras avanzaba hacia el señor de Orleans. Se paró en seco durante unos segundos, mientras estudiaba cuidadosamente a su rival. El noble pareció relajarse. Bajó la espada. El lobo no estaba por la labor de atacar. Seguramente estaría cansado. En esos pensamientos andaba enfrascado cuando sintió un fuerte dolor en el hombro izquierdo y el impulso de un golpe le hizo precipitarse hacia atrás, rodando por las escaleras hasta dar con un rellano. El lobo se había lanzado contra él y le había propinado un fuerte mordisco. Consiguió ponerse en pie mientras se presionaba fuerte en el hombro para aliviar el dolor. Miraba por la escalera. El lobo descendía con sigilo y lentitud. Volvió a mirarlo unos escalones más hacia arriba. Sus dientes, su boca... estaban llenas de sangre. De su sangre. No espero. Con rabia descargó su espada contra el animal, que logró esquivarlo y abalanzarse, de nuevo, sobre él. Cayeron los dos rodando varios peldaños más hasta dar con el siguiente rellano. La espada, en cambio, quedó tendida en el rellano anterior al golpe. El noble no lo dudó. Agarró su daga y, sin tan siquiera pensarlo, se la clavó al animal en el pecho. Estaba muerto. Se quedó observando durante varios segundos al hermoso ejemplar que había asesinado. Era un lobo fuerte, de un pelaje negro brillante. 

El señor de Orleans se sintió mareado. Necesitaba aire. Se ahogaba allí dentro. Con paso firme, sujetándose el hombro herido, logró subir las escaleras una vez más. El panorama que se observaba en Orleans era más tranquilo ahora. La gente parecía calmada, pero no había dejado de llover. Se apoyó en una de las paredes del campanario y se dedicó a ver la ciudad, respirando fuerte, tranquilizándose. 

Unos pasos metálicos se escuchaban por la escalera que daba al campanario. El noble se giró de inmediato para ver el rostro de quien perturbaba su descanso. Una luz se dejó ver en las paredes de la torre, y, tras ella, surgió un soldado, portador de una antorcha. Su rostro, pálido, reflejaba consternación. Era la viva imagen del miedo. 

-Mi señor... señor de Orleans... traigo malas nuevas.
-Habla soldado, os escucho. 
-El Cristo crucificado del monasterio mi señor...-el soldado bajó la cabeza y trago saliva. Se veía incapaz de seguir.
-¿Sí? ¿Qué ocurre hijo? ¡Habla, vamos!

El soldado elevó la vista y clavo sus ojos en los del señor de Orleans.

-Mi señor... el Cristo del monasterio... está llorando sangre.

Dedicado al Día del Libro. Basado en las crónicas del monje Raúl Glaber. Todo lo que se cuenta aquí es, en su mayoría ficticio. Las crónicas de Raúl Glaber recogen que en Orleans se divisó a un lobo tocando las campanas en la catedral, símbolo del mal. También queda recogido el relato del dragón sobre Borgoña y el monstruo marino, que resultó ser una ballena enorme. Lo del Cristo llorando, también queda recogido, aunque, para darle mayor dramatismo, se decidió que el Cristo llorara sangre. Las epidemias, las hambrunas, y el ataque de sarracenos, magiares (vikingos) y húngares también es cierto y forman parte del contexto histórico de las segundas invasiones en Europa. El resto de la historia, es pura invención.

Dedicado a mis lectores. Gracias. Feliz Día del Libro. Disfrutadlo. 

jueves, 12 de abril de 2012

Rima XI

Eres tú del día la portentosa
Estrella roja y brillante,
Y de la noche la pálida luna
Que sola tiembla al contemplarte.

Eres tú del sediento el agua fresca
Que al beber calma su sed,
Y eres del enamorado el fuego
Que te ansia con todo su ser.

Tú eres en la tormenta el fuerte trueno
Que el silencio rompe,
Y eres el fugaz rayo que en la noche
Penumbrosa al beso responde.

Eres tú del mar las frágiles olas
Que a morir van a las costas,
Y eres del gran océano la vida
Que en profundo silencio brota.

Eres tú del oscuro universo
Esa luz tenue y serena,
Y de la celestial corte de Dios
Canto que del Arcángel suena.

Eres tú de los árboles el fruto
Que anuncia la primavera,
Y eres el manantial de las montañas
Que alegre cae, y feliz resuena.

Eres tú de la Tierra el verde prado
Que en mayo la vida llena,
Y eres la vida alevosa y alegre
Que las flores de mayo llevan.

Eres tú de la bóveda celeste
Lo que divino supone,
Y eres tú del inmenso orbe humano
Lo infinito, el horizonte.

Tú lo eres todo, y en mi alma
Eres del amor el dolor forjado,
El dulce suspiro agónico
En la mirada del enamorado.

Dedicado a Loli Soriano Aguirre y a María Rodríguez López. 

sábado, 10 de marzo de 2012

Obsesión

Obsesión es estar detrás de esa mujer que te tranquiliza aún cuando mueres por dentro. Cuando sólo mirarla a los ojos te late el corazón fuerte y parece que estás atrapado en un sueño del que no quieres despertar.

Obsesión es morir cada vez que ella te recorre el pecho con sus manos suaves de ángel. Cuando se despierta dentro de ti un infierno interno que no podría ser apagado ni siquiera con las lágrimas de Dios.

Obsesión es que ella te bese en el cuello y tu averno sea un paraíso de fuego, donde el ave fénix renace una y otra vez de las cenizas del destino sacando a relucir sentimientos contrapuestos y encontrados. Sentimientos que no recordabas. Sentimientos que añoras. Sentimientos que inundan tu pecho y hacen latir tu corazón con violencia.

Obsesión es sentir arder tu alma de deseo. Sentir que cada segundo que pasa con ella es largo como una edad en la tierra, pero tan corto como una milésima de segundo.

Obsesión es estar tan cerca de ella que respirar sus suspiros, y te envenenas, poco a poco, el espíritu y el cuerpo con sus palabras y su tierna respiración.

Obsesión es entrar en un estado de somnolencia mientras la ves y no puedes dejar de mirarla. Es ver cómo la realidad supera cualquier ficción, pero parecerte que vives un sueño profundo sin verdad alguna, donde lo onírico y lo real se entremezclan formando un momento único y arduo que queda grabado a fuego en tu corazón y deja una huella imborrable.

La obsesión es amor, y amor eres tú...

Dedicado a Estrella Cardoso Paz. 

martes, 28 de febrero de 2012

Andalucía: historia del nacionalismo andaluz.

EL INICIO DE LAS IDEAS NACIONALISTAS ANDALUZAS: LOS MOVIMIENTOS CANTONALES Y LA SOCIEDAD DE ANTROPOLOGÍA DE SEVILLA.

Las primeras ideas del nacionalismo andaluz surgen ligadas a los movimientos cantonales que se dieron en la I República de España en el año 1873, muy ligadas al federalismo que caracterizó a la República en sus primeros meses de gobierno.

El movimiento cantonal está englobado dentro del federalismo. Se podría definir como un movimiento federal tan extremista que busca la máxima autonomía de una ciudad, llegando incluso a rayar la independencia. Las ciudades podrían federarse libremente si quisieran. Cabe resaltar que, a raíz del movimiento cantonalista, los movimientos obreros, en especial, el anarquismo, comenzarían a ganar apoyos en España. Encontraremos la mayor expresión en el cantón de Cartagena dentro del Estado español, siendo los de Sevilla, Tarifa, Cádiz y Málaga los cantones más importantes dentro de Andalucía.

En 1871 (aún bajo la monarquía de Amadeo I de Saboya en España) se funda la Sociedad de Antropología de Sevilla que dedicará gran parte de sus investigaciones a encontrar las señas de identidad que caracterizan al pueblo andaluz, destacando dos nombres por encima de todos: Antonio Machado Núñez y Antonio Machado Álvarez, abuelo y padre respectivamente de los poetas sevillanos Antonio y Manuel Machado.

Eran los primeros pasos para formar las ideas del nacionalismo andaluz que se desarrollaría en las tres primeras décadas del siglo XX en la persona del malagueño Blas Infante, el "Padre de la Patria Andaluza".

EL INICIO DEL NACIONALISMO ANDALUZ: BLAS INFANTE.

La necesidad de una existencia política y regional en Andalucía hicieron hincapié en "El Liberal" que en 1912 publicó un artículo donde promovía la constitución de una Asamblea Andaluza que encontró su máxima actividad dentro del Ateneo de Sevilla. Ya al año siguiente, en los Juegos Florales, el tema principal tratado fue el del regionalismo andaluz. Mientras, en Ronda, se celebraba un congreso donde Blas Infante realizó su primera intervención para, en 1915 publicar "El ideal andaluz", que lo catapultaría a ser el ideólogo por excelencia del movimiento nacionalista andaluz y líder del mismo hasta su muerte en 1936 a manos del ejército franquista en los primeros meses de la Guerra Civil.

A pesar de que la ideología nacionalista andaluza ya estaba formada, no sería hasta la Asamblea de Córdoba en 1919 cuando se fijara la realidad nacional de Andalucía: se pedía una República federal como forma de gobierno que diera el máximo de autonomía a las comunidades que conformaban el Estado español, y aparece la figura de Andalucía como "realidad nacional" y "Patria", lo que llevará a Blas Infante a ser la figura clave del nacionalismo andaluz y a proclamarlo como "Padre de la Patria Andaluza", "título" que ostenta hasta la actualidad.

EL NACIONALISMO ANDALUZ: BASES CULTURALES.

El nacionalismo andaluz asentó sus bases en la cultura islámica, la cual, tuvo muchísima importancia en la zona regional de Andalucía, destacando monumentos como la Giralda de Sevilla, la mezquita-catedral de Córdoba  y la Alhambra de Granada que se convirtieron en símbolos de identidad nacional para Andalucía.

Hasta tal punto llegaría la influencia islámica en el nacionalismo andaluz que la propia bandera andaluza adquirió colores propios de la cultura islámica: el verde y el blando.
El verde es el color de la dinastía Omeya, a la que pertenecería Abd al-Rahman I, el último Omeya vivo tras la destitución de estos por la dinastía de los abasíes con Abu-l-Abbas en el 750, proclamándose "príncipe de los creyentes" en la mezquita de Kufa y trasladando la capital del califato a Bagdad.
Abd al-Rahman I conseguiría huir a al-Ándalus, emirato dependiente del califato abasí de Bagdad, el cual, consiguió independizar en el 756 conformando el "emirato independiente de Córdoba". Se iniciaría así una etapa de esplendor en la Península Ibérica bajo el gobierno de los Omeyas que, pronto conseguirían el Califato (929 con Abd al-Rahman III) y que perduraría hasta el 1031, cuando, tras una serie de crisis, el Califato de Córdoba se desmiembra y da lugar a lo que conocemos como "Reinos de Taifa" donde hay que destacar, en esta ocasión, la taifa de Sevilla que encontró en al-Mutamid, su rey poeta, el principal período de esplendor.

Tras este período de decadencia e independencia, llegarían a España los almorávides, procedentes del Sahara que se adueñaron de los reinos de taifas y volvieron a reunificar los reinos en el Califato de Córdoba. Su pendón era blanco y decían ser "monjes-soldados".

En los últimos compases de la dominación islámica de la Península, encontraremos que gran parte de los reinos de taifas y provincias del Reino Nazarí de Granada (último reino musulmán de la Península) tienen el pendón de sus banderas verde y blanco, y sólo el Reino de Granada lo tiene rojo (color de los almohades que vendrían inmediatamente después de los almorávides) por lo que se barajó la posibilidad de que el color de la bandera andaluza fuera el rojo y el blanco, aunque, finalmente, se optó por estos colores ya que, según parece, tras la victoria de Alarcos en 1195, los almohades colocaron sobre la Giralda de Sevilla dos banderas: una blanca en señal de victoria, y otra verde, símbolo del Islam.

Para acabar, el escudo de Andalucía, que muestra un Hércules custodiado por dos leones y dos columnas, no es más que el uso de la mitología grecorromana. Según la mitología, Tarifa y el Norte de África estarían antes unidas formando una gran montaña, y Hércules, con su fuerza, consiguió separar ambas y formó el estrecho de Gibraltar, antes denominada como "las columnas de Hércules", conviertiéndose también el Hércules en el escudo de Cádiz. Como curiosidad, hay que destacar que es el único escudo dentro del Estado español que no emplea armas, sino ideas y muebles.

domingo, 5 de febrero de 2012

Lucano

Caía la noche en Roma. La luna y algunas antorchas iluminaban una habitación vacía de todo objeto posible. Sólo la luz gozaba de la compañía de un hombre ataviado con una toga blanca que sujetaba, entre sus manos, una especie de hoja escrita.

Caminando de un lado a otro de la sala, totalmente tranquilo, repasando una y otra vez el texto con sus iris marrones brillantes, vidriados por el llanto, por el amargor de una noche que nunca acababa. Sigilosamente, se acercó a un balcón que daba lugar hacia una calle. A lo lejos veía el foro romano. Blanco. Resplandeciente. Hermoso como sus ojos nunca lo habían visto. Firme y gallardo resaltando sobre toda Roma con su color blanco, completamente característico del mármol que recubría el edificio casi en su totalidad. La luna se reflejaba en aquel edificio blanco y dorado y caía directamente en el rostro moreno de su observador, colocado todavía sobre el balcón.

Se giró de inmediato al oír un ruido. Se aproximaba hacia él, un esclavo pálido, portando, entre sus manos, un pequeño cofre de madera de roble perfectamente tallado y con la representación de un dios. Tal vez Hades. Tal vez Marte. Tal vez Júpiter. La paupérrima luz no dejaba ver con claridad qué clase de dios era el que adornaba el cofre. 

Avanzó algunos pasos hasta el esclavo, el cual, una vez puesto a la altura de su amo, realizó una reverencia y abrió el cofre, entregando un objeto brillante a su señor, que, con un leve gesto de mano, le ordenó retirarse a sus humildes aposentos. 

Una vez solo, suspiró y leyó, por última vez, el extraño papel que tenía entre sus manos de forma lenta. Disfrutando cada frase que leía. Cada palabra que observaba. Cada letra que pronunciaba en un leve susurro. Después de tal gesto, volvió a andar hacia el balcón con paso vacilante y lento, como si cada segundo le pesase como si fuera un milenio. Como si cada pie fuera un bloque de mármol del foro.

Miró por última vez la luna. La miraba por última vez solitaria. Sin compañía de astro alguno. Reflejada en el dorado del foro. Como él en la habitación. 

Agachó la cabeza poco a poco y se dirigió al centro de la sala. No denotaba su cara expresión alguna. Agarró el objeto que reposaba entre sus manos y lo miró con odio. Cerró los ojos. Paseó el objeto por el largo de su antebrazo mordiéndose el labio y lanzando algún que otro grito ahogado conforme escuchaba rasgarse su carne y las primeras gotas de sangre comenzaban a deslizarse sobre su brazo dejando surcos rojizos que acababan por caer al suelo. La daga que sujetaba cayó también a causa del horrendo dolor provocado y, mientras respiraba nervioso elevó el papel de nuevo y comenzó a recitar en alto.

Su voz era dura y fuerte. Tan profunda que parecía salir de un tambor de guerra, aunque el vigor de su voz quedaba contrastada con su juventud que se escapaba poco a poco de sus venas. Le temblaba el brazo y algunas lágrimas rodaron por sus mejillas en el acto de reprimir un grito. 

Salían de sus labios versos. Versos sobre un soldado que tenía su mismo destino. 

Corría la sangre cada vez con menos velocidad, dejando un charco cada vez más amplio en el suelo, y la voz se iba apagando conforme la vida abandonaba su cuerpo. Estaba pálido. Su cara había adquirido el color blanquecino de la muerte. Su respiración se volvía dificultosa. Su corazón, se paraba. Las fuerzas le iban abandonando poco a poco mientras su vista comenzaba a verlo todo cada vez más borroso. Cada vez se volvía todo más oscuro y sombrío y las tinieblas iban tomando cara rincón de la sala. 

Cayó al suelo junto a la daga a la que observó mientras susurraba los últimos versos del poema. Notaba sus extremidades se iban helando. Como todo se volvió negro a su alrededor. No. No podía morir todavía. Quedaban versos que recitar. Su cuerpo, cada vez estaba más débil y cerraba los ojos poco a poco. El poema se acababa, su vida también. 

Apenas pudo susurrar los últimos versos. Pero sus pulmones, su corazón, se fueron junto con los del soldado del poema -¿y no era Lucano acaso ese soldado?-. Ese fue su último pensamiento. Su último latido se llevó también su última pregunta, y en la habitación, no quedó más que su cuerpo inerte reposando en una fría sala, con un inmenso charco de sangre en el suelo, una hoja con un poema en una de sus manos, y la luna iluminando su cara con la última expresión de la muerte.