Estimado lector:
En primer lugar, me
veo en la obligación de darle las gracias por leer esto porque podría estar
haciendo cualquier otra cosa distinta, y quizá incluso más divertida. Pero está
ahora mismo aquí, en este blog, leyendo esta entrada y por ello le doy las
gracias, sin embargo; mi agradecimiento no va ligado solo y exclusivamente al
mero hecho de leer; también guarda una enorme relación con el tiempo que ha
invertido aquí.
Conforme usted
avanza sobre estas líneas, sabe un poco más sobre mí, pero también me ha
regalado un pequeño pedazo de su tiempo, me ha dedicado un pequeño retal de su
muerte a medida que ha ido leyendo. Así que estamos más o menos igual que
antes: yo he escrito esto, no sólo para divertirle, sino para hacerle
reflexionar, y espero que a usted le esté gustando; pero no es menos cierto que
el tiempo que yo he invertido aquí, en el teclado de mi Acer anotando cada coma, retrocediendo, copiando, pegando o
reescribiendo, es proporcional al tiempo que usted va a pasar leyendo esto: de
una forma u otra, ambos nos estamos muriendo con el mismo texto, pero de formas
diferentes y con el estilo personal de cada uno.
Es probable que esta
especie de monólogo epistolar fuese más agradable o divertido mientras tomamos
un café o una cerveza, lo que se le antoje. Y no se preocupe que a ésta invito
yo. Así que siéntese y relájese o haga lo que el cuerpo le pida; el dinero que
puedo invertir en estas cosas (y muchas otras) acabará por volver algún día. O
no. Quién sabe. Pero existe una buena posibilidad de que sí. Aunque también
existe la posibilidad de que sea usted quien me invite, y el que, en otra
ocasión, me hable a corazón abierto como ahora trato de hacerlo yo.
¿Le han regalado
algo alguna vez? Seguro que sí. A todos, o casi todos nos han regalado algo
alguna vez. Y cuanto más caro y bueno, mejor. Sin embargo, no hemos pensado en
el tiempo y la dedicación de quien lo ha comprado para agradarnos: la persona
que más nos conoce, habrá necesitado menos tiempo; la que menos, habrá necesitado
más, no obstante: todo se reduce a lo mismo: el tiempo invertido en el regalo,
la persona que le comprende mejor, habrá tardado menos tiempo en adquirirlo,
pero se ha llevado más tiempo para conocerle; en el caso contrario, quien menos
le haya tratado, habrá tardado más en obtenerlo por entenderle menos.
Por esta regla de
tres, lo que se regala, no es el objeto material; es el tiempo de esa
persona, un pedacito de su vida y de su muerte que nos lo ha dedicado sólo a
nosotros. Y a diferencia del dinero, el tiempo que se va, nunca vuelve.
Por ello, no piense
que este ratito pierde valor, ¡todo lo contrario! Me agrada saber que está
compartiendo su tiempo conmigo. Digo compartiendo porque quisiera que estas
líneas hayan tenido algún efecto sobre usted y no lo considere una pérdida de
tiempo. La cerveza o el café que me he podido tomar con usted también han sido
agradables, sin duda alguna. Deberíamos quedar más veces si la experiencia le
ha gustado. A mí personalmente sí.
Espero que le hayan
servido de algo estas letras. Ya sabe. Agradezca cada segundo que las personas
pasan junto a usted, porque ese tiempo es de ambos, y solo de ambos, de nadie
más. Un pedazo de muerte que se va, arrancada del pecho y los relojes de este
mundo sin que seamos conscientes de ellos. Una raya en el agua o un trozo de
aire que alguien ha querido compartir con usted, una inversión en felicidad y
gozo sólo equiparable a la buena compañía, a su buena compañía. Y la de nadie
más.
Ahora, si me lo
permite, debo irme. No se preocupe por el precio de lo que hayamos tomado. Ya
le dije que invitaba yo. Podrá devolvérmelo en un futuro.
Gracias por su
tiempo.
Una
persona normal y corriente