jueves, 31 de diciembre de 2015

Gracias por su tiempo

Estimado lector:

En primer lugar, me veo en la obligación de darle las gracias por leer esto porque podría estar haciendo cualquier otra cosa distinta, y quizá incluso más divertida. Pero está ahora mismo aquí, en este blog, leyendo esta entrada y por ello le doy las gracias, sin embargo; mi agradecimiento no va ligado solo y exclusivamente al mero hecho de leer; también guarda una enorme relación con el tiempo que ha invertido aquí.
Conforme usted avanza sobre estas líneas, sabe un poco más sobre mí, pero también me ha regalado un pequeño pedazo de su tiempo, me ha dedicado un pequeño retal de su muerte a medida que ha ido leyendo. Así que estamos más o menos igual que antes: yo he escrito esto, no sólo para divertirle, sino para hacerle reflexionar, y espero que a usted le esté gustando; pero no es menos cierto que el tiempo que yo he invertido aquí, en el teclado de mi Acer anotando cada coma, retrocediendo, copiando, pegando o reescribiendo, es proporcional al tiempo que usted va a pasar leyendo esto: de una forma u otra, ambos nos estamos muriendo con el mismo texto, pero de formas diferentes y con el estilo personal de cada uno.
Es probable que esta especie de monólogo epistolar fuese más agradable o divertido mientras tomamos un café o una cerveza, lo que se le antoje. Y no se preocupe que a ésta invito yo. Así que siéntese y relájese o haga lo que el cuerpo le pida; el dinero que puedo invertir en estas cosas (y muchas otras) acabará por volver algún día. O no. Quién sabe. Pero existe una buena posibilidad de que sí. Aunque también existe la posibilidad de que sea usted quien me invite, y el que, en otra ocasión, me hable a corazón abierto como ahora trato de hacerlo yo.
¿Le han regalado algo alguna vez? Seguro que sí. A todos, o casi todos nos han regalado algo alguna vez. Y cuanto más caro y bueno, mejor. Sin embargo, no hemos pensado en el tiempo y la dedicación de quien lo ha comprado para agradarnos: la persona que más nos conoce, habrá necesitado menos tiempo; la que menos, habrá necesitado más, no obstante: todo se reduce a lo mismo: el tiempo invertido en el regalo, la persona que le comprende mejor, habrá tardado menos tiempo en adquirirlo, pero se ha llevado más tiempo para conocerle; en el caso contrario, quien menos le haya tratado, habrá tardado más en obtenerlo por entenderle menos.
Por esta regla de tres, lo que se regala, no es el objeto material; es el tiempo de esa persona, un pedacito de su vida y de su muerte que nos lo ha dedicado sólo a nosotros. Y a diferencia del dinero, el tiempo que se va, nunca vuelve.
Por ello, no piense que este ratito pierde valor, ¡todo lo contrario! Me agrada saber que está compartiendo su tiempo conmigo. Digo compartiendo porque quisiera que estas líneas hayan tenido algún efecto sobre usted y no lo considere una pérdida de tiempo. La cerveza o el café que me he podido tomar con usted también han sido agradables, sin duda alguna. Deberíamos quedar más veces si la experiencia le ha gustado. A mí personalmente sí.
Espero que le hayan servido de algo estas letras. Ya sabe. Agradezca cada segundo que las personas pasan junto a usted, porque ese tiempo es de ambos, y solo de ambos, de nadie más. Un pedazo de muerte que se va, arrancada del pecho y los relojes de este mundo sin que seamos conscientes de ellos. Una raya en el agua o un trozo de aire que alguien ha querido compartir con usted, una inversión en felicidad y gozo sólo equiparable a la buena compañía, a su buena compañía. Y la de nadie más.
Ahora, si me lo permite, debo irme. No se preocupe por el precio de lo que hayamos tomado. Ya le dije que invitaba yo. Podrá devolvérmelo en un futuro.

Gracias por su tiempo.


Una persona normal y corriente

sábado, 28 de noviembre de 2015

Cuarto Menguante

Hay una lágrima blanca en el luto del cielo
Ahogada en un velatorio de luz.
Al verte tengo ahora la certeza de que
Eres como el amor perdido,
El presente olvidado: pues, aún Creciente,
Para mí, ya nunca serás Nueva,
Y aunque llegases Llena
No eclipsarías la soledad,
De la que ni tú, ni yo, somos ajenos
En el dolor de mi Cuarto Menguante.



Dibujo realizado por A. Rasgado

martes, 13 de octubre de 2015

Brindis

Hay quien alza el vaso lleno de champagne,
Por esas ocasiones que da la vida.
También los hay que lo hacen con un cubata
En la derecha, un cigarro en la izquierda,
En un bar, al aire libre; ron, ginebra,
Whisky, cerveza o Coca-Cola Light;
A veces con un chupito de tequila:
Arriba, abajo, al centro y adentro.
Aunque otras hay que hacerlo con simple agua
Por culpa de una puta úlcera estomacal.

Pero yo brindo con sangre de mis venas,
Vertiendo la depresión en una copa
Por las veces que el mundo me queda grande.


Fotografía tomada por Ana Rasgado

miércoles, 30 de septiembre de 2015

Allons enfants de la Patrie!

Declaro la guerra civil entre mi corazón y mi mente en este momento. Que salgan los tanques, corra mi sangre, muera la muerte en mi vida; fusilen al sentido común.
¡Hondeen el romanticismo! Suspendan las antiguas revueltas, ¡proclamad nuevas revoluciones! Condenad el llanto, exaltados de la sonrisa: ¡no habrá amnistía para la razón y el sentimiento en la refriega!
Dad golpes de Estado en vuestro pecho, derrocad el gobierno de la congoja, ¡que el amor tome las calles ahora que la utopía es nuestra aliada! ¡Apátridas de la felicidad, uníos a las filas de la esperanza! I want you to Love Army!, reza un cartel de propaganda con el tío Sam señalándote; al fondo de la calle devastada, unos milicianos han gritado un ¡No pasarán! Contra el miedo y la tristeza. Hoy los tambores de guerra traen música de alegría; hoy, todas las voces de todas partes son amigas.
Pero sobre todo, que a este partisano de la Resistencia, no dejen de besarle tus labios. Y que tus labios no dejen de traerle la luz de las mañanas cuando, presa del desamparo, cae herido en combate.

jueves, 27 de agosto de 2015

Diario de cronopio. Diario de fama

 Cuando un fama escribe en su diario empieza con un “Hoy, miércoles, día…” y luego escribe todo lo que ha hecho con otros famas. También describe sobre su último viaje a París, donde vio la Torre Eiffel y se quejó de la vida bohemia de la ciudad, aunque sea un ávido doctor de Baudelaire.
La tinta con la que escribe es azul. La cogen del mar y redactan siempre con pulcritud y elegancia; no obstante, nunca anotan nada interesante aunque hayan sido partícipes de una grandiosa anécdota, porque no quieren que ningún cronopio despistado lea su diario.
Estos famas suelen escribir en bares del centro todos los días de diez a once de la mañana mientras beben, tranquilamente, una copa de vino tinto.
Por otra parte, un cronopio no escribe, sino que garabatea cosas que sólo otros cronopios entienden, y siempre comienzan sus manuscritos con un “cronopio, cronopio…”.
No hablan sobre ningún viaje porque no han podido hacerlo, pero sí sobre todos esos que les gustarían hacer, y lo harán de manera desorganizada; por ello, nunca se quejan (ni se quejarán) de París.
Su tinta es verde, más asequible que las azules porque sólo tienen que arrancar algunos hierbajos esmeralda que crecen en cualquier jardín.
Sólo escriben los miércoles en su casa de nueve a once de la noche tras bailar un tango, pero al día siguiente, felices, quedarán con otros cronopios chillones y joviales, e irán formando una algarabía a los bares del centro y contarán sus reflexiones nocturnas, mientras los famas, enfadados, buscarán cualquier otro lugar en Buenos Aires para beber y quejarse de París, lejos de la vitalidad y la alegría que emanan los cronopios.

En homenaje a Julio Cortázar y a sus Historias de cronopios y famas. 

viernes, 17 de julio de 2015

Atardecer

Fotografía tomada por Ana Rasgado
Ven. Hoy te traigo un atardecer, pero necesito que guardes silencio. Acércate. Siéntate sobre las nubes, si quieres. No hagas ruido, podrías asustar al naranja y alterar su monótona peregrinación hacia el horizonte. No te muevas, no hables, no parpadees, no respires… sólo mira cómo llegan las sombras. Las siluetas de la vida ya se confunden. Las imágenes nítidas empiezan a volverse turbias, y los pájaros vuelan a sus nidos como si un halcón los persiguiera. Y mientras tanto nosotros, en la más absoluta de las inopias, continuamos haciendo dibujos y círculos sobre la tierra, sentados en cualquier rincón del mundo.

 Las hormigas contemplan nuestras figuras como si fuéramos verdaderos dioses, y tratan de descubrir qué significado tienen los trazos abstractos que escriben nuestros dedos. Cautivados también nosotros durante el crepúsculo, clavamos las pupilas en los jirones de algodón dulce que navegan sobre nuestras cabezas. Ahora somos nosotros los que tratamos de desentrañar los jeroglíficos que nos plantean; las hormigas que pretenden interpretar el mensaje divino, escrito con haces de luz que se cuelan por las ventanas del cielo, aunque, poco a poco, mientras se esconde, es él quien nos define a nosotros, quien nos describe y acaricia. 

jueves, 18 de junio de 2015

Cien años

Cien años de espera van,
Con la misma triste banda sonora,
Con el mismo rostro taciturno
Y los mismos pájaros negros
Sobre el tejado de un sauce llorón.
Cien años de lágrimas,
Cien años de rostro nostálgico y agachado,
Con la misma mirada vidriada,
El mismo tapiz de tierra mojada ante ti
Con la misma dignidad de siempre.
Cien años de silencio, pero
Cien años de bullicio,
Cien años de gritos
Que no han dejado de ser ahogados,
Pero no han dejado de ser cien años de dolor.
Cien años de psicólogos de sombras,
Cien años de visitas, y, por lo tanto,
Cien años de balbuceos incomprensibles,
Cien años de estancia y quebranto,
Cien años de susurros indefinidos.

 















Cien años de soledad,
Pero también cien años de flores,
Y a tus cien años de espera,
Vendrán otros cien de requiebros
Con doscientos años de amores. 

martes, 19 de mayo de 2015

Carpe Diem, que tempus fugit*

Cuando me imagino el tiempo, veo un reloj de pared redondo con dos manecillas negras, una más larga para el minutero, y otra más pequeña para la hora, algo afiladas, con un mecanismo impecable e imparable, funcionando a la perfección con su monótono tic-tac. Y siempre son las once y veinte.





Avanza lentamente, sin prisas. El reloj lo controla todo, pero su avance es continuo, ininterrumpido y, lo peor de todo: es imperceptible.
A la una y media el reloj comienza a sangrar por las manecillas que van dejando un reguero rojo conforme continúa su paciente marcha, y sólo se escucha un silencio roto. En el círculo blanco, numerado por sus bordes, empiezan a aparecer varias gotas de sangre y se forman pequeños riachuelos de color carmesí que corren en vertical desde las agujas hacia abajo. Una hora más tarde, los afluentes son tan numerosos que nadie podría contarlos, y tanto el minutero como la hora, siguen con sus desfiles.
A las dos y media aparece una cabeza en el reloj. Ha entrado por una rendija y llora. Está justo entre las dos y las tres. La hora le acaricia los pelos de la nuca y su frío le eriza el vello.
Poco a poco la manecilla pequeña se va a acercando hacia la cabeza, y entonces la aguja parece más una guillotina negra que la parte visible del mecanismo del reloj.
El minutero avanza y el tic-tac se hace más agudo, fundiéndose con el agitado latir del corazón de la víctima que piensa, ¿aproveché bien el tiempo? Ahora todo parece demasiado breve para pensarlo, aunque tiene quince minutos antes de que den las tres y quede decapitado.
Cuando me imagino las tres, en punto, o las tres y cuarto, no hay cabeza ninguna. No se asusten. El reloj sigue su curso. No hay líneas rojas: son ya un recuerdo y todo es completamente blanco. El tic-tac sigue siendo tan monótono como siempre y las horas vuelven a ser igual de largas.

No obstante, a las seis volverá este espectáculo macabro porque hay una nueva ejecución del tiempo con una víctima que volverá a preguntarse lo mismo que la anterior y todos los que la precedieron: ¿aproveché bien el tiempo? 

Frase de Paula Díaz Roldán

lunes, 27 de abril de 2015

Un punto amarillo

Veo un espejismo en el horizonte, y deseo aferrarme a él.
Hay un punto amarillo allí en medio al que tengo que llegar como sea, aunque es bastante extraño: si avanzo dos pasos, él también retrocede dos pasos; si lo miro durante mucho tiempo me quedaré ciego, pero si no lo observo estaré desorientado y no sabré llegar al lugar que me marca. En definitiva, es inalcanzable.
Sin embargo... si me invade el desánimo y me siento, abatido, sobre la arena, él sigue ahí también, y a menudo pienso que también se sienta al borde de su cama de agua para hacerme compañía; si decido andar intentando buscar una solución, él también camina y da tantos pasos como yo: ni uno más y ni uno menos, los mismos. Por así decirlo, me acompaña en la travesía; va junto a mí, pero no conmigo: me persigue y lo persigo, y a veces creo que nos buscamos, pero no deseamos encontrarnos porque de hacerlo, quién sabe si hallaríamos la verdad del uno en el otro.
Veo un espejismo en el horizonte, y deseo aferrarme a él.
Es un punto amarillo allí en medio, que poco a poco, mientras cae el sol y reflotan mis miedos, se despide y desaparece. Tendremos que reencontrarnos mañana porque ahora hay demasiados puntos amarillos: todos huyen cuando me acerco, y todos traen esperanza.


viernes, 20 de marzo de 2015

Una página

Cada persona del mundo debería escribir una página:
Luego juntaríamos todos los pedazos y…
¡Tendríamos el libro más grande de la Historia!
Y no puede haber excusas:
Nada de “mi vida no es interesante”, nada.
Nada de “yo no tengo nada que contar”, nada.
Nada de “no sé expresarme”, nada.
Nada de “yo no sirvo para esto”, nada.
Nada de edades, ni sexos, ni religiones. ¡Nada!
Todos tenemos algo que contar;
Todos somos únicos e irrepetibles,
¿Por qué negar lo que nos hace especiales?
Pero pongámoslo por escrito:
Da lo mismo si es un párrafo,
Una fotografía,
Los restos de un pintalabios,
Un dibujo
O el simple garabato de un recién nacido.
¡Todo vale!
Ahora lleguemos más lejos:
Cortemos todo en pequeños pedazos de cielo,
Hagamos nubes con los espacios en blanco,
No dejemos márgenes ni nada por el estilo,
Y pintemos o escribamos
Dentro de las letras
Que son demasiado grandes,
¡Todo es horror vacui!
Imaginemos que es la portada de una catedral barroca
Y bajo ningún concepto, podemos dejar nada
Al vacío, en blanco,
Pero dentro de la catedral
No hay dios,
O si lo hay,
Pero no conocemos su nombre,
Ni el quiere decírnoslo…
Esa portada sería de todos,
Y todos estaríamos representados
En esa portada,
En las naves de la catedral.
En esa catedral de árboles por columnas,
De cascadas por vidrieras
Y ríos con peces rojos nadando entre ellos;
De una techumbre celeste que
Cambia de color con el tiempo:
Naranja, escarlata,
Negro, azul marino…
Con esferas relampagueantes de fondo,
Velas colgando del techo,
Velas plateadas de destello dorado
Y una montaña como altar.
Allí cabe todo el mundo,
Y por eso allí
Dejaremos nuestro libro…
Pero vayamos más lejos;
Ahora cojamos las páginas
Y recortémoslas
En pedazos diminutos:
Cada página será cortada
Con unas tijeras
Por todas las personas:
Los niños desgarrarán el papel,
Los ancianos no entenderán,
Y algunos lo harán con desgana,
Sin embargo, lo harán.
Y una vez hecho eso,
Pegaremos los pedacitos
En ese libro al azar:
Así, cada página representará
A una persona,
Y cada persona tendrá pedazos
De otras páginas
Y por lo tanto,
De otras personas,
Y así todos tendremos
Parte de todas las personas
Y seremos
Parte de todas las personas:
Esa algarabía
De nombres,
De palabras,
De imágenes,
De garabatos,
Y de todo,
Será nuestro Libro Sagrado,
Y lo pondremos
En la catedral
Y en la catedral cabremos todos
Sus muros y su techo son infinitos,
Y cada uno de nosotros
Será ese dios mudo
Del que nadie conoce su nombre,
Pero no hará falta conocerlo:
Todos seremos libres
Aunque
Nada tendrá sentido,
Pero
Ahora mira a tu alrededor
Y dime…
¿Alguna vez lo tuvo?




domingo, 1 de febrero de 2015

Suspiros y alientos

Perderé el aliento buscando suspiros;
Perderé suspiros buscando alientos viejos;
Perderé alientos viejos lanzando suspiros nuevos;
Los suspiros nuevos serán alientos viejos
Y no podré guardarlos en una fotografía
Porque para entonces, ya habré dejado de buscarlos,
O los tendré bajo llave en alguna habitación.
Y mientras veo el fútbol,  los suspiros nuevos se van yendo
Y cuando quiero capturarlos aspirando
Ya son alientos viejos.
Yo no quiero alientos viejos:
No puedo guardarlos en una fotografía;
Tampoco quiero suspiros nuevos:
No puedo tenerlos bajo llave, pero…
¿Qué sería del aire sin el suspiro?
¿Y del suspiro sin el aire?
¿Vería igual un aliento sin el blanco y negro de una fotografía?
¿Habría fotografías en blanco y negro sin su aliento correspondiente?
Si no puedo guardar mis suspiros bajo llave...
Igual es porque soy una caja de suspiros abierta
Y la llave se ha perdido,
Y no tiene candado tampoco:
No se puede cerrar, ¿ves?
Y creo que encontraré el candado,
Y podré echar la llave cuando ya no me queden suspiros
En mi caja de hacer suspiros.
Igual, se han ido contigo,
Aunque no estoy seguro…
El último aliento nos lo dirá,
Al fin y al cabo, es el último suspiro
Pero el último suspiro será tuyo:
Antes de echar el candado
Y cerrarlo con llave
Huirá de la caja de hacer suspiros,
Porque, como todos los demás suspiros,
Se fueron y no deben volver
Quizá es porque te pertenecen…
Porque sin necesidad de fotografías que inmortalicen nada

Tú, me has arrebatado el aliento. 

sábado, 17 de enero de 2015

Hoy es siempre todavía

Hoy es siempre todavía, decía Machado, porque el hoy es reminiscencia del ayer, porque mañana es tarde para todo, porque el pasado nunca vuelve; porque el futuro nunca llega: sólo existe el ahora, porque sólo es posible vivir ahora: el resto es vivido y por vivir, certeza e incertidumbre: un mar nebuloso cuyas brumas sólo se extienden hacia el horizonte que hay frente a nosotros, mientras a nuestro paso, dejamos una estela de aguas y cielo transparentes, y así, al mirar hacia atrás, empezamos a ver el camino recorrido más claro, allí donde antes la densidad de la niebla impedía cualquier visión, donde el agua y el cielo eran grises y se confundían entre los vapores marinos de bestias invisibles que nos aterraban; sin embargo, ¿dónde están ahora esos fantasmas? Siguen a nuestro lado, y también al frente, pero no acompañando nuestro barco, sino persiguiendo a las sombras de las que forman parte, orientando y enmudeciendo nuestros miedos hacia delante, alentados por la ceguera de la neblina y la sordera de la valentía, ahora encadenada mientras sus ojos, siguen mirando al frente.
Y es mirando al frente cuando un haz de luz comienza a disipar la niebla, y ante el náufrago aparece la Isla y siente miedo porque sabe que es su destino, y entonces mira hacia atrás… ya todo luce claro: no hay brumas alrededor, y la estela del barco se acorta, y el puerto del que salió con tanta congoja resulta estar demasiado cerca, y entonces echa en falta esa fatiga del principio, y el misterio que se alzaba ante sus ojos en forma de velo gris; pero ya es tarde: los hierros que le ataban al barco se han roto y siente, en su pecho, la parálisis de la libertad, y cae la valentía en la cubierta, y se tapa los ojos porque lo que hay ante ellos, le causa temor: no sabe si es sombra, claridad o un híbrido; no sabe si es real o es un espejismo: mas baja atemorizado del barco hacia la arena porque sabe que ya es parte de esa misma ilusión, aunque siente la tentación de mirar hacia atrás una vez más. Una última vez. Y busca la niebla entre las aguas azules, y las bestias invisibles que le acompañaban; busca el misterio que le envolvía y que le siguió durante todo su camino… y llora porque no los encuentra.
Ya no hay preguntas, tampoco hay respuestas, ni pensamientos, ni dudas: sólo se alza la verdad; pero la verdad no tiene el encanto de un barco perdido, y mirando el bote piensa: “¡fue todo tan rápido!” y siente la necesidad de volver a surcar el mar y emprender la búsqueda de un nuevo destino: sueña con volver a tener, ante sí, un velo gris, y desea volver a ver los vapores de las bestias invisibles; pero ante todo, anhela subir al barco y navegar a la deriva, pero ya es tarde: la libertad, ha roto sus ataduras; la verdad ha quemado la gris neblina. Presente, pasado y futuro han confluido en un mismo lugar. El viaje ha terminado. Hoy, es siempre todavía.