Tener
esa horrible sensación de que quieres y no puedes, de que nada vale
nada. Notar como todos aquellos pensamientos negativos, los que
yacían enterrados en el subconsciente arañando la plena
consciencia, han conseguido abrir una grieta profunda en el corazón
y comienzan a devorarlo, a aflorar en la superficie. Como la angustia
que se queda atascada en nuestro esófago, cuando alquila
temporalmente una casa en mitad de la garganta. Pero parece eterna.
Ese
querer llorar y no poder. Ese querer gritar y no saber cómo; chillar
y pensar, ¿quién acudirá a mi llamada? Sentirte derrotado o
derrotada, querer bajar los brazos y hacerlo poco a poco. Suspirar
porque todo es inútil.
Desear
estar agazapado en un rincón o bajo unas sábanas. Que nadie ni nada
me mire. Cerrar los ojos y descansar, pero no poder. Dejar que las
ideas y los recuerdos pasen a un ritmo vertiginoso. Y mientras el
tiempo, atrapado en una clepsidra de viento, corre ensordecedoramente
veloz, agotando los minutos y las horas, cayendo en la boca de la
hidra para no volver jamás.
Cerrar
los ojos. Masajear las sienes. Olvidar por unos segundos todo lo que
estás haciendo. Experimentar el puño de Mohamed Alí en nuestro
estómago de púgil novato de gimnasio. Caer rendido ante los pies
del campeón de un solo y miserable golpe. Hoy todo parece inútil.
Todo...