miércoles, 7 de diciembre de 2016

Cuando todo parece inútil

Tener esa horrible sensación de que quieres y no puedes, de que nada vale nada. Notar como todos aquellos pensamientos negativos, los que yacían enterrados en el subconsciente arañando la plena consciencia, han conseguido abrir una grieta profunda en el corazón y comienzan a devorarlo, a aflorar en la superficie. Como la angustia que se queda atascada en nuestro esófago, cuando alquila temporalmente una casa en mitad de la garganta. Pero parece eterna.
Ese querer llorar y no poder. Ese querer gritar y no saber cómo; chillar y pensar, ¿quién acudirá a mi llamada? Sentirte derrotado o derrotada, querer bajar los brazos y hacerlo poco a poco. Suspirar porque todo es inútil.
Desear estar agazapado en un rincón o bajo unas sábanas. Que nadie ni nada me mire. Cerrar los ojos y descansar, pero no poder. Dejar que las ideas y los recuerdos pasen a un ritmo vertiginoso. Y mientras el tiempo, atrapado en una clepsidra de viento, corre ensordecedoramente veloz, agotando los minutos y las horas, cayendo en la boca de la hidra para no volver jamás.
Cerrar los ojos. Masajear las sienes. Olvidar por unos segundos todo lo que estás haciendo. Experimentar el puño de Mohamed Alí en nuestro estómago de púgil novato de gimnasio. Caer rendido ante los pies del campeón de un solo y miserable golpe. Hoy todo parece inútil. Todo...


lunes, 31 de octubre de 2016

La Pasión

¿Quieres tenerme preso? No importa:
Ven, y bésame; luego suéltame en un páramo y dame total libertad.
Dame de beber de ti, del pozo de la sed eterna: que no halle ningún gozo fuera de tus tentaciones.
Niégame tres veces en un desierto de hielo.
No me mires, y coloca sobre mi frente una corona de indiferencia;
Luego, lávate las manos.
La ausencia de tus labios restalla en mi espalda como si fuera un látigo.
¡Qué cruz!
Después de dejarme hecho un Cristo, deja que te entregue mis amaneceres: así conseguirás que me posean los demonios.
Mañana colócame una mano en el pecho; resucita al muerto.
Acércate. Sonríe.  Vuelve a besarme, y susúrrame al oído:

-¿Qué haces ahí dormido, hereje? ¡Levántate y ama! 

miércoles, 31 de agosto de 2016

En el cieno del absurdo

-¡Felicidades!-Exclama mientras sujeta una cerveza con su raquítica mano derecha. Se dispone a darle un trago.
-¿Felicidades?-Pregunto- ¿Qué se supone que tengo que celebrar?
-Que es tu cumpleaños, ¿no?-Alega con una dulce sonrisa.
-¿Mi cumpleaños?-Digo- ¿Tengo que celebrar que me queda un año menos de vida?
La curva que hacen sus labios se borra. Su mirada refleja incomprensión y sus ojos ya no brillan de pureza. El momento es confuso.
-Deberías tener un poco más de aprecio a la vida; eres demasiado pesimista.
-¿Más aprecio?
-Sí.
-¿Por qué?
-Porque la vida es bella, es bonita.-Argumenta.
Cojo mi vaso, bebo y lo miro fijamente: ahora está más vacío que antes. Irremediable.
-¿Pesimista?-Exclamo. El bar en el que estamos ahora se transforma en un auditorio de sombras que observan y escuchan.- ¿Qué quieres que sea? Todo queda reducido a dos interpretaciones: que estoy más cerca de la muerte o que me he resignado a vivir en el cieno del absurdo.
Pone los ojos en blanco. El público está deseoso de escuchar el contraargumento que destroce mi sentencia o el suspiro que avale mi victoria. Me observa y sonríe cálidamente
-Sí, es verdad lo que dices; pero no es menos cierto que el sinsentido que vivimos puede ser absurdamente maravilloso. Y eso es innegable.
Los espectadores asienten. Me has vuelto a vencer. Pero no porque tu premisa sea cierta; cualquier persona que sufre podría rebatir tu conclusión. Sí. Me has vuelto a vencer. Pero no por tu buen razonamiento, sino porque me has sonreído y me has hecho feliz. Absurdamente feliz. Y en ese aspecto debo darte la razón.

viernes, 29 de julio de 2016

¿Por quién doblan las campanas?

Cuando oigas las campanas de una iglesia tocando muerte recuerda que es un mensaje del óbito hacia ti y el resto de los mortales: el final se acerca y es inevitable e imparable…


Ahora dime, ¿has sido feliz? ¿A quién has hecho feliz? ¿Ha merecido la pena el precio que has pagado parar lograrlo? ¿Cuánto de lo que tienes va a acompañarte a la tumba?


¿Podremos decir que hemos vivido cuando las campanas doblen por nosotros? 

jueves, 30 de junio de 2016

Como la primera vez que sonreíste

El reloj ha girado miles de veces completas,
Y las manecillas siguen sin parar,
Y aunque más viejas y más cansadas…
Siguen siendo las mismas
Que marcaban la hora ayer,
Pero no saben si las marcarán mañana.

La Tierra ha completado una vuelta entera al Sol:
Ha nacido y muerto gente,
Los sueños han emigrado de persona en persona
Mientras alguien se tomaba una cerveza a las dos de la tarde
En cualquier bar de la Alameda
Pensando en ti.

Hace infinitos segundos
Que una cigüeña ha vuelto a alzar el vuelo
Buscando palos entre los rastrojos y los claveles
Que han caído y florecido otra vez,
En el mismo sitio, a la misma hora,
Pero un brillo nuevo los hace distintos.

Hoy una mujer ha abierto la puerta de casa
Y ha tirado el móvil, las llaves y veinte euros al sofá,
Se ha lavado la cara y se ha mirado al espejo:
Siempre repite el mismo ritual,
Sin embargo; hoy ríe, coge su cartera y piensa
Que aunque todos los días sean similares, éste tiene algo de diferente.

El mar sigue erosionando el acantilado,
La roca sigue soportando las embestidas,
Y la playa sigue esperando a las gaviotas:
Todo sigue siendo exactamente igual que ayer…
Y no obstante, sigue todo tan nuevo

Como la primera vez que sonreíste.

martes, 31 de mayo de 2016

Muerte y nacimiento

Imagen de Internet de Beksinski, artista polaco
“Parece como si la muerte estuviera meciendo a un recién nacido…”.*

Yo soy la mano que te mece para que duermas.
También soy el sueño que acompaña a los que duermen,
El miedo o el deseo de los que van a dormir;
Tu más fiel compañera y el vaivén de tu cuna.

Yo soy el único camino y el indeseado;
Guié tus primeros pasos; te he acompañado
Desde que tus ojos se abrieron por vez primera,
Y estaré cuando los cierres por última vez.

Yo soy el tiempo que se va para no volver:
El tiempo perdido, el tiempo ganado, la vida
Que corre, el tránsito… pero tiempo, al fin y al cabo:
Tiempo huido en el afluente donde yo soy mar.

Yo soy el final de una partida de ajedrez,
Y aun así, estoy presente en toda tu partida,
Apartado, sin necesidad de intervenir:
Sin ser peón, rey, o jugador, yo decido.

Yo soy tu obstáculo y tu éxito; cada momento,
Cada segundo, cada idea, cada romance,
Cada acción e impulso definitivo te acerca
Un poco más hacia mí sin llegarte a dar cuenta.

Yo soy aquello de lo que tanto habéis hablado,
Eso mismo que tanto os repugna, de lo que
Huís sin saber que, de mí, no se puede huir:
Por más lejos que estéis, mía es siempre la ventaja.

Yo soy el último muro, tu fiel compañera,
Siempre presente: sin irme, sin abandonarte,
Más fuerte que cualquier fe, mi Muerte, porque a mí
No hay signo en el mundo que pueda vencerme.



Jaque Mate. 

*Título, subtítulo e imagen escogidos por David Casanova Rodríguez

sábado, 30 de abril de 2016

Queda lejos

Mensaje de WhatsApp. Antes de abrirlo le doy un sorbo al tinto y me quedo mirando la pantalla rota del móvil; es una noticia. Me encojo de hombros y pulso sobre el enlace de la misma; salta un anuncio publicitario de Flooxer o algo así, y tras conseguir acceder al contenido encuentro un titular que dice: “Muere el último pediatra de Alepo en un bombardeo a su hospital: ‘Él siempre estaba allí. Se preocupaba por las personas’”.
El cuerpo de la noticia es demasiado breve como para rendir homenaje a uno de los héroes de verdad que quedaban en el mundo; igual de breve que la información proporcionada acerca de las 27 personas que murieron con él durante el ataque; igual de breve que la indignación de Europa tras ver la fotografía de Aylan antes de que nos echáramos en los brazos de partidos extremistas y xenófobos, antes de que aceptáramos el iracundo discurso del odio, del patrioterismo –que no patriotismo-, de esos que ayer estaban en silencio y ahora salen de su cueva y sus fauces vomitan palabras de cólera y psicosis. Pero no dejan de ser datos: los muertos son datos; los afines a este discurso ahora aumentan su porcentaje y son números; sin embargo, ¿cómo se mide el miedo de los que sufren? Sólo serán un eco perdido en los confines del mundo, porque aquello nos queda lejos…
¿Pero no es la historia de Rashid la misma que la de Zlata hace 20 años? ¿No es la misma que la de María hace 80? ¿Esa historia no podría ser la de cualquiera? Pero eso también queda lejos y la memoria está dormida.
También es breve mi indignación; cierro el móvil, bebo y suspiro; vuelvo la cabeza hacia donde están mis amigos y continúo la conversación como si nada hubiera ocurrido. Total. Yo no puedo hacer nada y mañana juega el Betis contra el Barça y nos va a caer la del pulpo. Y sin embargo, ¿cuántas lágrimas no bañarán los escombros hasta que vuelva la Esperanza? ¿También yo moriré en un bombardeo o por el contrario, habré de cruzar una frontera para encontrarme con Ella? Pero todo eso no me preocupa porque queda lejos. Muy lejos aún.

La Sexta, “Muere el último pediatra de Alepo en un bombardeo a su hospital: ‘Él siempre estaba allí. Se preocupaba por las personas’”, publicado el 29 de mayo de 2016: 

 

jueves, 31 de marzo de 2016

¿Qué haremos?

Un empresario habla sobre igualdad laboral durante una entrevista de trabajo. Alaba la equidad entre hombres y mujeres dentro de su empresa. Critica el comportamiento machista y censura el heteropatriarcado, a la mujer como objeto; ante él, una fémina castaña de ojos verdes. Posee una figura perfecta. Mientras soporta el monólogo progresista de su interlocutor lee un contrato donde firma cobrar un 20% menos que sus compañeros varones por el mismo trabajo. El hombre sonríe: “dígame, ¿está usted libre mañana por la noche?”, pregunta. “No. Lo siento, estoy casada y tengo dos hijos”. Contesta la mujer de forma educada. Devolviendo el gesto. “Puta de mierda…” piensa el empresario mientras la luna creciente que se formaron en sus labios se transforma en una menguante hasta formar un horizonte de frustración imperceptible en su rostro.
“¡Tendamos puentes!” dijo una voz que se llevó murmullos de aprobación. “¡Construyamos un muro!” exclamó alguien. Y su grito quedó ahogado bajo el éxtasis de un mar de conformidad; miles de gargantas que sintieron el pavor del lenguaje del miedo.
En otros mares menos abstractos también se ahogan gritos, pero son gritos diferentes: aullidos de miseria y llanto, pobreza, desgracia y dolor… lamentos de muerte enmudecidos por el azul de un Mare Nostrum que se ha ido convirtiendo, poco a poco, en una fosa común mecida por las olas.
Je suis Charlie… Pray for ParisDías en los que la seguridad, la inocencia y la risa murieron: el mundo ya no era tan invulnerable; los problemas lejanos estaban más cerca y la intranquilidad latió con fuerza en el pecho de los indiferentes; lo que parecía tan extraño se había vuelto real; la desconfianza brotaba por las esquinas y el miedo humedecía los ojos del que ayer permanecía ajeno: todo es distinto cuando el horror llama a la puerta, cuando se personifica y se nota su frío abrazo.
En la otra parte del planeta, ese frío abrazo es la cotidianidad del que resiste estoicamente, con heroicidad. Alguien para quien el sonido y las consecuencias de una Kalashnikov no son excepcionales; para quien la supervivencia es un día a día; para quien, en muchas ocasiones, cruzar esa fosa común significa tener alguna oportunidad para ver las estrellas otra noche más, lejos de la humareda de las bombas y el polvo de los escombros: el silencio y unos segundos en el telediario, narrando su anónima tragedia y la de otros muchos con menos suerte, son su homenaje; sin embargo, para los medios no serán más que datos: números de cadáveres, desaparecidos o exiliados. Nada que hacer cuando el dolor es un factor común para aquella parte del mundo que sufre.
¡Kenia! ¿Dónde están tus estudiantes? ¿Qué ha sido de las niñas que raptó el Boko Haram? ¿Alguien recuerda los atentados en Ankara o Beirut? ¿Existe el recuerdo de aquella familia palestina que fue quemada viva en su casa? No hay noticias de los desaparecidos de Iguala; el Ébola sólo fue un problema cuando cruzó las fronteras de la miseria y al otro lado se conoció el dolor de lo miserable; ¿es que se ha dictado que el clasismo mediático exista también entre los que perecen?
Un chico de quince años viste una camiseta que ha cosido su homólogo asiático en alguna fábrica perdida percibiendo un salario de penuria; una chica llama a su novio desde un móvil hecho con coltán congoleño, extraído por un joven en una de esas minas donde los vapores tóxicos acechan su cada vez más corta esperanza de vida.
Un grado más es una esperanza menos. Sube el mar, bajan los salarios, aumenta el paro, crece la pobreza… pero no hay inconvenientes en acabar con la naturaleza mientras la bolsa de Wall Street no se desplome y el tablero de ajedrez siga teniendo piezas sacrificables para su rey. Nada importa mientras sigamos teniendo petróleo, aunque ello le cueste la cabeza a alguien.
No obstante: cuando la contaminación y la sequía hayan acabado con el agua; cuando no queden árboles y el aire se vuelva irrespirable; cuando no haya animales ni plantas que comer y nos demos cuenta de que el dinero ni se come, ni se bebe, ni se respira… ¿Qué haremos?



lunes, 29 de febrero de 2016

Los hombres de papel

Los hombres de papel nacen en una fábrica sin misión específica alguna. Solo escribirse; sin embargo, algunos no llegan a garabatear una sola letra. Por suerte, son los menos y muchos tienen una vida longeva, y muchas cosas que contar.
A pesar de que son de papel, tienen conciencia y sentimientos, aunque algunos empiecen a escribirse por los pies. Adoran la nostalgia y sonríen cuando leen las anécdotas que han escrito en su rodilla derecha, en uno de los muslos, o en parte del cuello cuando ya van rellenándose.
Aunque sonríen, he de decir que no tienen boca. Ni nariz, ni orejas… son rostros planos preparados para apuntar cosas. En verdad, todo en ellos es plano para favorecer el arte de la escritura; si bien, los hay más gruesos, más delgados, más altos o más bajos… pero todos son, en esencia, planos.
Ningún hombre de papel tiene género. Los llamo hombres porque yo lo soy, así que realmente cada uno puede llamarlos como quiera; su interior no está definido más que por lo que viven; en su fuero interno, han despreciado las reglas que los determinaban según la forma.
El color que utilizan es indiferente, aunque reflejan su personalidad: rojo para los pasionales y los más iracundos; verde para los esperanzados; azul para los serios y tranquilos; negro para los pesimistas y elegantes… aunque, por otro lado, no están atados a ninguno de manera específica: usan unos más que otros, pero pueden emplearlos de manera aleatoria, dependiendo del día. Pero hay algo que tienen en común: cuando quieren eliminar algo con tippex o borrador, saben que, aunque todo parezca corregido, tienen una marca imborrable pero imperceptible que los acompañará siempre. Y muy pocos serán conscientes de esa marca si no les hablan de ella. Así intentan suprimir el daño que algo les causa… pero les acompañará toda la vida.
No existen clases sociales entre los hombres de papel. Unos son grandes magnates con ambiciones más grandes que sus fortunas; otros, gente que no tiene absolutamente nada. Por ende, unos pueden vivir mejor que otros, pero ninguno se ve ni se siente superior porque la misión de todos sigue siendo la misma: escribirse. Y ellos ni poseen, ni comen, ni beben, ni respiran… solo se escriben porque es para lo que han nacido. Pero no hay que confundirse: ellos no están vacíos: están llenos de pensamientos y vida, de recuerdos... son, muy sensibles a los daños ajenos, muy espirituales, muy profundos y reflexivos… y ese es su combustible.
Pero también a los hombres de papel les llega su hora. Y esa hora llega cuando ya están completamente escritos. Aún pueden aguantar el máximo tiempo posible en un rincón, apurando los pocos huecos que le quedan antes de desaparecer.
El final para todos es el mismo, independientemente de la forma y el contenido que tengan. A unos los rompen y los descuartizan en pequeños pedacitos antes de tirarlos a la basura o de reciclarlos para hacer confeti casero. Es posible que este último final sea el que les resulte más cómodo porque mueren rodeados de rostros conocidos. Gente con las que han compartido papel y tinta. 
Con otros hacen avioncitos y los hacen volar un pequeño trayecto, pero muy ilusionante; van a estrellarse, y a pesar de que ése puede ser su último viaje… les da igual. Mejor así: muchos no son conscientes ni de que se van porque continúan escribiendo. A otros, simplemente los arrugan y hacen con ellos una bola; los individuos más serios los arrojan, inconscientemente, a la papelera; los más joviales los usan como pelota y se divierten encestándolos en repetidas ocasiones. Tienen muchas maneras de acabar, muy diferentes; no obstante, el final para todos es el mismo: un negro cubo de basura donde pueden llegar a coincidir con otros hombres de papel que ya estaban allí antes.
Una vez llegado el fin, la gran mayoría los recuerda durante un tiempo, pero antes o después, todos acabamos cayendo en el olvido. Sin embargo, ¿hasta qué punto lo que “hemos escrito” nos ha hecho inmortales? ¿Hasta qué punto, hombres y mujeres de papel, lo que hemos compartido nos ha hecho felices?


Dibujo realizado por J. Encina

domingo, 31 de enero de 2016

Las olas del mar

El vaivén de las olas choca contra las rocas, arranca la gravilla y se lleva la arena con su espuma al fondo del mar. De la misma forma, el tiempo se lleva nuestros problemas; de la misma manera, tenues reminiscencia de lo que fuimos van y retornan; chocan y devoran pequeños pedazos de nuestra biografía que devuelven y depositan en las cavidades arcillosas antes de retirarse. Así discurre todo.
Los charcos de las hendiduras acabarán por ser absorbidos; los que no, se evaporarán, se irán con el aire y nunca más volveremos a verlos.
Conforme se anda por la orilla se va dejando un rastro. Si caminamos juntos es un solo el camino que se forma al borde del mar. Si me detengo y observo las pisadas la violencia del agua las va borrando poco a poco: al principio eran nítidas; luego tristes huellas, y pasados unos segundos, ya no son nada. Es como si nunca hubieran existido y la espuma se las hubiera tragado.
Al otro lado, lo que la vista ofrece no es más esperanzador: bajo los nubarrones grises, nuestras sendas se han bifurcado: mientras tú avanzas, yo continuo quieto. Las iracundas olas ya empiezan a borrar tus pisadas y a mojar mis pies descalzos. A enfriar el alma desnuda. Puedo continuar tras tus pasos, pero ya no serán nuestros pasos. El agua seguirá deshaciendo tras de ti el mismo vestigio que yo iré dejando y la brisa irá consumiendo; es la curiosa forma que tiene la eternidad de decir que todo se ha acabado. Es la hermosa forma que tiene la infinitud del mar, la inmensa e incomprensible infinitud del mar, de decir que a pesar de todo, el mundo continúa y nuestro camino debe seguir aunque sea por separado. Y de ello, el mar es el único testigo.

 
Fotografía tomada por J. Encina