miércoles, 3 de diciembre de 2014

Cenando Preposiciones

A la felicidad
Ante las paredes, bajo los niños
Cabe constante con plantas contra España
De las maletas, desde el cine, en la repercusión
Entre la humedad hacia la vigilancia hasta el cuatro
Para la tarifa por la reivindicación según la luz sin las personas,
So casi sobre la fuerza, tras aislada durante los banquillos mediante el conocimiento,
Excepto importante, salvo los Kebabs incluso nuevas: más gas, menos preocupación.



10 SENCILLOS PASOS PARA HACER "ESTE" ¿POEMA? DADAÍSTA
1-Abúrrase mucho en casa.
2-Cuando no sepa qué hacer, dé vueltas por el salón y piense en nada.
3-Una vez haya pensado en nada, tendrá ganas de hacer el poema.
4-Apunte las preposiciones en una hoja. Pueden ser todas o un número al azar (el 0 cuenta y es un buen número).
5-Coja un periódico y unas tijeras y corte unas palabras de aquí y allá. No pasa nada si le llaman la atención.
6-Cene. Hacer nada da mucha hambre. Mientras tanto puede contarles a sus colegas qué es un poema dadaísta. Haga una foto para la posteridad (la imagen de esta entrada es un ejemplo claro, aunque en blanco y negro) Puede subirse a Instagram.
7-Siga cortando palabras
8-Meta las palabras en una bolsa y agítelas un número indeterminado de veces. No la agite si quiera. También puede agitarla hasta tener codo de tenista.
9-Saque las palabras y vaya apuntándolas en una libreta.
10-¡Enhorabuena! Ya tiene usted un poema dadaísta. Puede seguir aburriéndose o hacer otro. Usted pone sus reglas y su límite





viernes, 7 de noviembre de 2014

Un enano en el mechero

Estábamos tomando una cerveza en el Salvador cuando cogí el mechero de mi acompañante y me puse a jugar con él encendiéndolo y apagándolo.
-¿Sabes por qué la llama de este mechero es naranja?-Me preguntó.
-¡Claro que lo sé!-dije-hay un enano de las cavernas trabajando dentro.
Mi respuesta pareció escandalizarle y empezó a hablar de química, y de que si era cosa de la temperatura y el combustible. El caso es que yo sabía que dentro del mechero había un enano que lo hacía funcionar, aunque se dejaba ver bastante poco y había que estar muy atento. Y yo lo vi un día. Se había quedado dormido al fondo de la piscina de gas líquido y por eso la piedra sólo echaba chispas; porque el enano estaba descansando de las duras y largas jornadas de curro que tenía trabajando para un fumador habitual. Sólo había que moverlo un poco para que se despertara y se pusiera de nuevo al tajo.
Yo cogí un papel mientras apurábamos las cervezas y decidí darle trabajo al enano. Salió de su escondite y me miró de mala manera, como diciendo “¿otra vez tú? ¡Déjame descansar!” pero a mí me daba lo mismo y apreté la piedra para que friccionase, que para él era lo mismo que la sirena de una fábrica que llama a trabajar. Y tras unos segundos llamándole, el fuego salió y prendió la servilleta.
Ahí ya me olvidé de enanos de las cavernas y de mechero y me puse a contemplar la llamita que se había formado en el papel. Se merecía que lo dejase descansar, que era miércoles y normalmente le daban mucho trabajo, sobre todo los sábados por la noche.
Mientras la servilleta ardía y el enano se echaba una siesta a eso de las doce del mediodía, me quedé pensando en lo incomprendida que puede llegar a ser una llama… ¡y en lo sola que debe sentirse! Cuando ella sólo quiere abrazar y dar calor, a cambio recibe la destrucción de cuanto toca y la alarma de los que la ven. Me parece que no llora porque si lo hiciera se apagaría, aunque con tanta temperatura es complicado que tenga lágrimas porque ya se habrían evaporado.
Y entretanto pensaba esto cuando un poco de ceniza cayó sobre el chaquetón negro de mi amigo y al frotarse, dejó unas pequeñas manchas grisáceas sobre la superficie de la manga. Sonrió tras sus gafas de sol y me dijo:
-Tío, ¿sabes que eres un puto pirómano?-Le miré aún con el papel ardiendo en la mano derecha. Con la otra, bebía un pequeño sorbo de aquel líquido amarillento
-¡Claro que lo sé!-Le dije-de vez en cuando me da por crear un estropicio y le prendo fuego al corazón.
El enano, por su parte, tuvo que ponerse a trabajar de nuevo porque mi amigo sacó un cigarro y se puso a fumar. Pero creo que él también lo vio, porque se metió el mechero en el bolsillo para que pudiera dormir a gusto y empezó a preguntarme cuántas veces al día le prendía fuego al corazón; sin embargo, le dije que no sabía el número exacto porque para ese tipo de piromanía no se necesita ni de enanos ni de mecheros. 


viernes, 12 de septiembre de 2014

Beksinski

No, no recuerdo nada de su rostro.
Era una persona bastante extraña,
Siempre con la esperanza cabizbaja,
Paseando entre el crepúsculo y los pájaros,
Siguiendo un largo camino de nubes.

Su espalda encorvada miraba al suelo,
Pero, ¿qué suelo? Debajo de sus pies
Sólo se levantan puentes de brisas
Elevados sobre copas de árboles
Que soportan su amarga pesadumbre.

Te grito y llamo, pero no respondes,
Avanzas, autómata, sin girarte.
Mis palabras estiran de tu tela
Como un niño asustado, y como el aire,
Acariciando tus manos, y pasa…

¡Pasa como si nunca hubiera pasado!
Pintura de Beksinski

domingo, 10 de agosto de 2014

Como un libro por escribir

Adoraba el silencio que creaban sus labios al hablar de lo cansado de su día, pero yo no me cansaba de ver el sonido de sus palabras vibrando en su garganta porque así los colores parecía que cantaban. Y de hecho cantaban. O al menos yo los veía más vivos cuando se tumbaba en el sofá a leer una poesía. La miraba y la echaba de menos, ¡estaba tan lejos allí sentada, al alcance de la mano! Pero su mente siempre estaba distante, hablando de sus cosas, cercana al mundo pero lejos de la ventana por la que entraban los rayos del sol que tostaban la piel desnuda de su ropa.
No era capaz de apreciar la belleza de un mar verde donde nadaban los ciervos porque prefería observar la tierra donde andan los delfines y los peces, siempre en fila india para confundirse y mezclarse entre ellos. Pero aquello también era hermoso, pero no más que ella.
Ella tenía una gracia especial que sólo se encuentra en las piedras y los jarrones de porcelana, llenas de un dinamismo monótono y de un caos ordenado meticulosamente, como si alguien hubiera cincelado con un férreo y fuerte martillo de cristal de bohemia un débil bloque de diamante.
Pero ciertamente me daba mucha pena la velocidad con la que, para ella, pasaba la vida, pues sufría la misma endeble mutabilidad que una estatua romana o una anciana montaña, y yo quería para ella la eternidad de una gota de rocío, o la larga duración que tiene escribir una frase sobre la arena del mar, lejos del agua: a diez centímetros de la orilla y con un mar turbulento. Y eso lo quería así porque sabía de la inmortalidad de la vida cuando acecha la muerte: la infinitud para dormir es demasiado corta comparado con el parpadeo de sus pestañas.
Pero el caso es que yo la quería. Así. Mutable e interminable. Como una brisa marina deslizándose por el fondo de una montaña, como si por la cara del océano nunca se hubiera deslizado una roca. Como si los colores nunca hubiesen cantado cuando ella leía una inquieta poesía en un libro aún por escribir.



martes, 1 de julio de 2014

Será

Será que he decidido que no te quiero,
Que la vida parte al destierro,
Y que me he prohibido mirar hacia atrás.

Será que te he olvidado pero es mentira,
Que el aire canta por Sabina,
Y que ahora soy una estatua de sal.

Será que dueles aunque no seas nadie,
Que soy un perro ‘tirao’ en la calle,
Y que la brisa, no sabe a dónde va.

Será que me frustra perderte del todo,
Que hay un principio de todos modos,
Y que todo inicio sale de un final.

Será que soy un tonto que no te entiende,
Que somos viento de poniente,
Y que ardemos incluso al borde del mar.

Será que esto no es lo último que te escribo,
Que podría escribirte un libro,
Y que tu huella, no se puede borrar.

Será que las promesas no son promesas,
Que, aún así, las palabras pesan,
Y que por eso… no te quiero olvidar.








lunes, 12 de mayo de 2014

Labrador

¿Dónde vas con tu azadón
Y con la frente cansada?
¿Dónde, con boca reseca,
Con las manos agrietadas?

-Voy a las montañas a
Buscar la lluvia en la sierra,
A traer agua a mí campo y
Dar de beber a la tierra.

Sembraré de verde el campo
Con sangre de mis arterias,
Y escribiré entre los surcos
Memorias de mi miseria

Que yo soy un labrador
Y estoy atado a los llanos:
Y no creo en más promesas
Que en el fruto de mis manos.

-¡Ay, labrador que aún muerto
Quede el cuerpo sobre el barro,
Sin cruz, mueres siendo un dios
Viviendo como un esclavo! 

domingo, 27 de abril de 2014

Al horizonte

Harto de llanto, harto de lágrimas. Su boca sólo conocía el monótono sabor salubre de sus ojos. Parecía más un muerto que una persona. Quería dejarlo todo. La vida le pesaba tanto en el corazón como en los hombros. Le angustiaba el paso del tiempo, los finales... pero, sobre todo, los principios y las mitades. Deseaba volver al pasado. Le pesaba tanto daño y sufrimiento, propio y ajeno. Quería cambiar su vida, pero ya era demasiado tarde.

Los errores habían sido muchos. Demasiados, tal vez. Su frente siempre estaba inclinada, como una bestia bajo el yugo. Era todo tristeza, como una isla entre dos océanos. Como un árbol en una llanura desértica. Era todo desolación, una parte más de la intrascendente brevedad de la vida.

A cada paso, notaba el estigma del fracaso. También la amargura de la mínima esperanza. Era presa del ruido que trae el silencio. Era un hijo de Caín, a la par que la descendencia inerte de Abel.

Estaba sentado, mirando el horizonte en un atardecer veraniego. El sol comenzaba a ahogarse en el mar, y él en sus pensamientos. Y así, suspirando, solo, sin destinatario, elevó al cielo la frase maldita. Lo siento.

Sólo lo oyó el indócil viento de poniente. ¿A quién se lo llevaría?

viernes, 11 de abril de 2014

EN BLANCO Y NEGRO

El libro ya está disponible en MEGA. Es de descarga gratuita. Son 12 relatos y 12 fotografías, como se aviso, pero también hay una pequeña sorpresa oculta.

Ponemos a vuestra disposición, además, un correo que también podréis encontrar en las últimas páginas del libro para que nos hagáis llegar vuestras opiniones o cualquier otra cosa que queráis saber sobre el proyecto.

¡Muchas gracias a todos! ¡Un abrazo!

También podéis descargar el libro pinchando en la imagen.

LINK DE DESCARGA: bit.ly/enbyn93
CORREO: enblancoynegro93@gmail.com


Portada de "En Blanco y Negro" 

martes, 25 de marzo de 2014

EN BLANCO Y NEGRO: A veces

El relato que vais a leer a continuación es un extracto de un proyecto literario y fotográfico que saldrá en breve y que llevará el nombre de “En blanco y negro”. Como tal, el proyecto constará de 12 relatos y 12 fotografías, todas ellas realizadas por la fotógrafa Susa Montesinos, coautora del proyecto. Tendrá una amplia variedad temática, y será de descarga directa y gratuita. Espero que os guste y os animéis a descargarlo y leerlo. ¡Gracias por vuestro tiempo!


Fotografía perteneciente al relato
 "A veces" del proyecto "En blanco y negro"
hecha por Susa Montesinos.
A veces no me doy cuenta de que tengo tu voz al alcance de mi mano. No me doy cuenta de que puedo tocar tus suspiros con la yema de mis dedos, respirar el mismo aliento que respiras.

A veces no me doy cuenta de la relatividad del tiempo hasta que te miro. No me doy cuenta de que puedo olvidar que desde que nací estoy muriendo, que puedo obviar toda fecha en esos momentos donde el mundo sigue, pero el tiempo se para.

A veces no me doy cuenta de que puedo beberme tu cuerpo. No me doy cuenta de que he tenido el privilegio de recorrer cada centímetro de tu torso desnudo posando levemente los labios a la altura de tu cintura, iniciando una ascensión lenta hasta llegar a ese abismo sin fondo que es tu boca.

A veces no me doy cuenta de que soy ciego. No me doy cuenta de que una vez observada tu sonrisa, en el mundo, no hay nada más que ver y que, por ende, los ojos que te vieran ya no tienen la necesidad de seguir cumpliendo su cometido y por ello duermen.

A veces no me doy cuenta del miedo a las alturas. No me doy cuenta del vértigo que me provoca el abismo infinito de tu mirada, el paseo mortal que forma el acantilado insalvable de tus caderas.

A veces no me doy cuenta de que soy sordo. No me doy cuenta de que escuchando el torrente limpio de tu voz susurrándome al oído no hay ningún sonido más alrededor, enmudece incluso la música por miedo a hacer el ridículo ante un río de aguas cristalinas.

A veces no me doy cuenta de que eres intangible. No me doy cuenta de que eres un sueño, y que los sueños, sueños son, un fantasma lleno de hermosura y esperanza; y sin embargo no me sorprendo de ello: algo tan bello solo podía existir en el Reino de Morfeo, por ello la muerte no es problema: viviría soñándote eternamente. ¡Y aún así, la eternidad de la inexistencia me parece demasiado corta!

martes, 11 de marzo de 2014

La nada

Ha llegado la hora de enmudecer.
La nada debe volver a la nada.
El muerto ya duerme sobre su caja,
Entendió que la vida es sólo un tránsito.

La vida es un tránsito, nada más,
El final es la única certeza.
Sólo el recuerdo nos mantiene vivos,
Así pues, ¿cuánto tiempo hemos vivido?
El ansiado fin no llega al morir;
Ya al nacer besamos la apoteosis,
Todo cuanto hay en medio es un ensayo
Pues, existir sólo es una enfermedad
Que se cura con el paso del tiempo.
Cualquiera de aquellos que no respiran
Tienen más vida que muchos que laten,
E hicieron suyo el Reino del Olvido.
Hay muertos que miran, andan y lloran,
Hay vivos que duermen y ya no sienten,
¿Cuál de los dos opuestos alcanzó
La vida? ¿Cuál llegó a la inexistencia?
¿Quiénes de los dos, verdaderamente,
Hizo méritos para los recuerdos?
¿Cuál de ellos falló? ¿Quién se desvivió?
¿Quién murió en esa derrota dual?

Es hora de hacer cruces en la frente,
Mirar al cielo, renegar de Dios,
Ha llegado la hora de enmudecer.
La nada debe volver a la nada.

viernes, 28 de febrero de 2014

Sobre la piel de tu espalda

Voy a escribir un poema
Sobre la piel de tu espalda,
Solo por acariciarla,
Por volver la noche eterna.

Sobre la piel de tu espalda
Voy a escribir unos versos,
No se llevarán tus besos,
Sólo pasión descarnada.

Sobre la piel de tu espalda
Voy a escribir mi epitafio;
Dirá la hermosa lápida

Que morí sobre tus labios,
Y que hicimos mi sudario
Sobre la piel de tu espalda.

jueves, 30 de enero de 2014

Elisa

Elisa se encaminaba con el pelotón de fusilamiento a la parte de atrás del cuartelillo de las afueras de Veritas cuatro meses después de ser apresada y dos y medio desde que comenzase aquella absurda guerra civil. En ningún momento se le había dicho por qué había sido apresada, y en ningún momento el juicio fue justo. En una guerra civil ningún juicio es justo. El día que la detuvieron cuatro hombres de negro entraron por la fuerza a su casa y la sacaron con violencia de la misma. Nunca más volvió a verla.

Elisa era periodista. Se dedicaba a sacar la verdad a veces jugándose la vida, y desde que la guerra había estallado jugarse la vida era similar a ganarse el pan de cada día, pero también entendió que el día que el conflicto comenzó la verdad dejó de tener sentido. Tal vez por eso la habían arrestado.

Aquella era la segunda vez que recorría aquel patio. La primera, el día que fue arrestada y la metieron en un calabozo. Nunca supo si en aquel lugar tan extraño había más gente. Nunca vio a nadie más que sus captores y a los guardias ataviados con su típica indumentaria militar, aunque suponía que, siendo el lugar que era y estando en la época que estaban, que hubiera más prisioneros allí sería lo más normal, y Elisa se preguntaba quiénes serían.

Aquella mañana hacía frío. No sabía si era porque estaban a mediados de diciembre o porque intuía su fatídico final o los dos a la vez. La situación era muy extraña, Elisa estaba acostumbrada a coquetear con la muerte a causa de su oficio, pero nunca la había visto así, tan cara a cara, tan de cerca, tan íntimamente como aquel día, porque ese día Elisa sabía que tenía una cita con la Parca donde tendría tiempo de intimar con ella todo el tiempo que quisiera, tendría toda la eternidad para ello. Todo era muy confuso en aquel amanecer.

Elisa pensaba que cuando se va a morir fusilada, el día podría ser todo lo radiante que quisiera, que el sol con su calor podría acariciar sus pálidas mejillas y brillar en lo más alto del cielo que la única tonalidad que existía para la víctima era el gris. O eso creía ella.

Una vez detrás del cuartel, Elisa vio una pared con manchas rojas que parecían recientes. Entonces supo que su existencia, su destino, acababa allí.

El pelotón de fusilamiento detuvo su marcha y ordenó a Elisa que colocara su espalda contra la pared. Cuatro hombres cogieron sus escopetas y la alzaron, apuntando al pecho de la joven mujer. El que parecía ser el militar de mayor rango se acercó a Elisa con una venda blanca y se la ofreció. Miraba al suelo avergonzado. Era un hombre joven y parecía no disfrutar con aquella situación.

-No la necesito.-Dijo Elisa mirando al hombre a los ojos. Eran marrones, como los suyos. El asintió y sólo alcanzó a susurrarle una pregunta mientras se marchaba dándole la espalda.
-¿Sabes por qué estás aquí?
-No
-Bien, porque yo tampoco.
El hombre se giró y encontró confusión en los ojos de Elisa, la misma confusión que había en los suyos. Él tampoco entendía por qué tenía que matar a alguien indefenso e inocente, simplemente seguía órdenes. Si no era él, sería otro, y entonces serían dos los asesinados ese día, Elisa porque sí y él por desobedecer una orden de un superior, pero aquello era una guerra, una guerra civil, una guerra que enfrentaba a familias enteras, a amigos de toda la vida, a padres contra hijos, a hermanos contra hermanos. Era horrible, pero era una guerra, lo extraño y lo horrible estaban a la orden del día.

Elisa pensaba en las palabras del soldado. La habían dejado pensativa, ¿a qué se refería exactamente? ¿A su destino final, o a su destino como soldado? Tal vez las dos opciones eran válidas porque también en la mirada limpia del hombre se vislumbraba un alma destrozada y llena de inseguridad.

-¿Y tú? ¿Por qué estás?-Preguntó Elisa.
-No lo sé.
-Pues yo tampoco.-Respondió Elisa con una media sonrisa. Estaban empatados, y sólo una cosa quedaba clara: ambos iban a perder aquel día. Y fue entonces cuando Elisa se dio cuenta de por qué estaba allí, de por qué estaban allí. El hombre alzó la mano por segunda vez y los soldados cargaron las armas. Elisa elevó la voz. Quería que la escucharan:

-¿Sabes por qué estamos aquí?-Consiguió atraer la atención del militar que la miraba con interés-Porque hay gente que tiene que solucionar con la fuerza lo que no han sabido solucionar con palabras. Estamos aquí por el capricho de unos pocos a los que no les hemos puesto barreras, de unas pocas voces intolerantes que no han conseguido ponerse de acuerdo porque para ellos era más importante el afán de revanchismo, la satisfacción de ver conseguidos sus deseos y sus metas personales, de haber favorecido sus intereses a costa de las ilusiones y las falsas promesas de bienestar común que no han sido cumplidas. Estamos aquí, tú tras un fusil, y yo delante de él porque nos han mentido.-Los soldados miraban a su líder de reojo que estaba a punto de bajar la mano y pronunciar la orden final, pero dejó a Elisa proseguir con su parlamento.-Nos han mentido, y nos hemos creído esa mentira. Vivimos en una época en la que el acto de decir la verdad se convierte en un acto revolucionario.-Elisa era consciente de que había parafraseado a Orwell.-Y la revolución, la verdad, en época de conflicto, se paga con la muerte porque la gente no quiere, la verdad, quiere la mentira, saber que viven bien en la mentira, matando por la mentira porque es lo que les han enseñado, en lo que creen. No hay palabras para una verdad, porque las palabras, la verdad, hoy, han sucumbido.-Elisa suspiró y una lágrima salió por sus ojos marrones conmoviendo a los hombres que tenía delante suya.-Lo que no han conseguido con argumentos, quieren conseguirlo ahora por la fuerza.-El mundo enmudeció. El tiempo parecía haberse parado en aquel instante para escuchar a Elisa.


El militar miró hacia el suelo y bajó la mano. No salió una sola palabra de su boca. Cuatro rugidos se escucharon detrás del cuartel aquella mañana. Nuevas manchas de sangre habían salpicado la parte de atrás del cuartelillo. La verdad había muerto. Y Elisa con ella.