lunes, 24 de enero de 2011

El Impulso de la Tormenta Parte V

Y era otra noche lluviosa más aunque esta destacaba por ser bastante más cerrada y neblinosa.

Las gotas de lluvia golpeaban delicadamente los hombros de Alexander quien vagaba sin rumbo fijo por el tenebroso mar de hierba y árboles de aquel bosque, buscando una y otra vez señales que pudieran delatar la posición de La Dama de la Tormenta, como él la llamaba. Buscaba un resplandor amarillento, un aura dorada, unos pasos, unas marcas características de ellas... Aunque sólo fueran unas vagas pisadas en la tierra húmeda que poco a poco e iba haciendo fango, o alguna señal o indicio que mostrara que ella había estado por aquellas lúgubres sendas.

Era la sexta noche que el barón de Röcken salía sin consentimiento de su criado Otto y con Heracles, el mejor caballo de sus caballerizas, y por sexta vez regresaría sin frutos a su hogar.

No había cesado de contemplar el cielo cubierto de nubes durante esos seis días y los seis días había visto ese relámpago lumínico tan delicado, dulce y característico de esa mujer a la que no logró encontrar.

Estaba ya el barón de Röcken al límite de sus fuerzas cuando decidió dar la vuelta de nuevo y marcharse a dormir cuando de repente, desde el cielo, sin previo aviso, cayó un nuevo haz de luz a unos metros suyas y entonces la vió.

Se quedó tan blanco como la cal y su rostro dibujó una semisonrisa de felicidad con la que iluminó las facciones de su cara. Ya era tarde para pedirle algo porque se marchaba ya. Ya se había transformado en polvo dorado pero al menos, esa noche, la había vuelto a ver tras seis días de búsqueda continuada. La larga expedición había resultado ser fructuosa aquella noche y al día siguiente estaba dispuesto a volver. Después de aquella noche, estaba dispuesto a lo que fuera con tal de que aquel ente maravilloso fuera suyo, pero ¿Quién sería de quién? Alexander había conseguido robarle la mirada... Pero la Dama de la Tormenta le había robado el corazón...

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