lunes, 31 de enero de 2011

El Impulso de la Tormenta Parte VII

La noche extendía su negra mano por entre la maleza y la arboleda del bosque donde Otto y Alexander se habían dispuesto a cazar.

Fuera de la linde del sendero, trotaban sendos caballos de belleza sin igual, ambos blancos pero con manchas distintivas uno del otro, y sobre su grupa llevaban a los dos pintorescos cazadores que traían varias presas pequeñas cazadas, conejos en su mayoría y alguna que otra paloma que, junto con la gallina y el cordero sacrificado hace unos días, tendrían una menesterosa cena digna de la mesa de los reyes antiguos, o incluso un banquete similar a las antiguas bacanales romanas.

Andaban ambos sobre sus caballos en un silencio casi sepulcral marcado, tan sólo, por el relincho y resoplido de los caballos y de la respiración ante la cargada atmósfera neblinosa que envolvía todo cuanto podía verse en una especie de manto grisáceo con aspecto de algodón y que humedecía el ambiente. Tan espesa era esta niebla que no alcazaban a ver nada más allá que quedara fuera del hocico de sus gallardas montura, aunque, no obstante, no dejaba de ser un espectáculo bello aunque sobrenatural: pocas veces había visto Otto echarse una niebla como ésa en medio de aquel bosque frondoso haciendo que, dicho fenómeno, carente de interés para muchos, resultara misterioso e inquietante para el veterano criado de los Wescher quien contemplaba atónito la situación.

Alexander, en antítesis, quedaba absorto en sus más profundos pensamientos haciendo que la imagen de la muchacha a la que sólo había visto dos veces, se dibujara con claridad en su mente.-Tan perfecta... tan hermosa- pensaba Alexander-y tan inalcanzable que sólo Dios y el viento pueden acariciarte el rostro y colarse por el laberinto dorado que son tus cabellos.

Mas, por un instante, ambos perdieron la visión del que tenían al lado y el horror se apoderó de la faz de Otto, quien comenzó, desesperadamente, a llamar a su señor y a espolear al caballo para dar con él.

Pero en aquel instante, comenzó a llover.

Era la primera vez que Otto veía llover aún cuando las nubes de neblina y vapor reposaban en la tierra... También fue la primera vez que vio irrumpir en el cielo un misterioso haz de luz que cayó a varios cientos de metros más allá de su posición. Pero si de algo estaba seguro el fiel Otto, es que era la primera vez que veía aquel extraño fenómeno lumínico que lo dejó, si cabe, más aterrado pero también maravillado, pero no sería la útlima vez que sus ojos oscuros contemplasen aquel espectáculo que sólo aparecía cuando llovía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario