martes, 4 de enero de 2011

El Ocaso de los Sentimientos

Moría la luz en el reciente ocaso del Sol y se teñía el cielo de un cierto tono rojizo que contrastaba con el vaiven de las olas azules que encontraban su final apoteósico a los pies de un rocoso y fuerte acantilado de diversos tonos grisáceos.

Las nubes blancas habían comenzado a adquirir cierta tonalidad oscura dentro de su blanco inmaculado y quedaban reflejadas en la plenitud del mar cristalino que sobrepasaba los límites insospechados del conocimiento humano y se perdía más allá del horizonte, donde el ojo humano no alcanzaba a ver más que una fina línea abstracta donde mar y cielo se fundían y tocaban como el abrazo de dos amantes obligados a estar separados por la distancia y el tiempo de forma casi perpetua.

Quedaba en el recuerdo del Sol semi oculto, la imagen de una persona solitaria, con los brazos en cruz, disfrutando del momento y llenando sus pulmones con la brisa marina vespertina. Estaba peligrosamente cerca del borde del abismo y sus ojos cerrados y su boca sonriente parecían delatar aquel instante de gozo y placer. Aquel instante de libertad.

Sólo interrumpía el silencio el mar en constante movimiento, el choque de sus olas con el acantilado, el graznido de una bandada de gaviotas que cruzó el firmamento y, en menor medida, la respiración del extraño individuo cuyo pecho subía y bajaba al son de sus exhalaciones y al ritmo del choque de las olas.

Se mostraba tan complacido que parecía que nada en el mundo podría enturbiar su aparente calma, su libertad. Aquel espíritu libre se asemejaba al mástil de una bandera; tan solo y tan lleno de significado, tan libre como los pájaros del cielo, más inmenso que el mar en toda su magnitud. Tan minúsculo y tan grande... ¡Cómo si fuera el rey del mundo! Como si nada aconteciera a su alrededor, tan solo paz y tranquilidad, ansia de libertad y el disfrute de aquel breve, pero intenso momento que tenía el privilegio de vivir, como si fuera un barco pirata sin gobierno alguno, como si no tuviera más patria que el mar y más himno que entonar que el viento que se colaba entre sus semi largos y lacios cabellos masculinos de un negro intenso.

-¿Para qué tanta guerra y tanto por fiar si tenemos todo un océano de sensaciones? -Pensaba aquel alma en calma- ¿Para qué tanta lucha si no entienden la bondad de la humanidad? ¿De qué sirve tanto lujo si no saben apreciar los pequeños placeres?

Entornó los ojos mientras miraba como el anaranjada Sol comenzaba a darle paso a la joven Luna y como las primeras estrellas empezaban a minar el enrarecido cielo de tonalidades oscuras y anaranjadas. Parecían diamantes engarzados en el pecho de una hermosa mujer, y no eran más que luminosos puntos en el cielo que quedaban grabados en la retina de sus ojos verdes.

-¿Para qué tanta rebelión si no entendemos la libertad de la naturaleza?-Susurró mientras bajaba sus brazos a la par que una perla se resbalaba desde sus ojos hasta sus mejillas para acabar muriendo a los pies desnudos de aquel chico, mojando levemente una brizna de hierba tan verde como sus ojos. Tal vez no entendería nunca el significado de la palabra libertad, pero sin duda alguna, en aquel preciso instante, él se sintió libre, y anhelo ser la naturaleza para poder volar o ser agua para perderse en la lontananza, como una gaviota... O como una minúscula lágrima que engrandeciera el ya de por sí majestuoso mar.

1 comentario:

  1. ¿De qué sirve tanto lujo si no saben apreciar los pequeños placeres? Sin duda, eso es lo que a muchas personas les pasa, no saber apreciar los pequeños placeres,, qué lástima que haya gente que no aprecie los pequeños placeres que nos da la vida :)

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